La declaración de Roma, en tonos grises

Mundo · Ángel Satué
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4 abril 2017
La Unión Europea funciona todavía en muchos aspectos como una confederación de estados. Más ahora, pues antes de cada reunión del Consejo europeo para impulsar y definir las orientaciones políticas de la Unión, se reúnen los países que integran el grupo de cabeza, entre los que está España desde el Brexit.

La Unión Europea funciona todavía en muchos aspectos como una confederación de estados. Más ahora, pues antes de cada reunión del Consejo europeo para impulsar y definir las orientaciones políticas de la Unión, se reúnen los países que integran el grupo de cabeza, entre los que está España desde el Brexit.

Como es habitual en todos los gobiernos europeos, también el español, –este y todos los anteriores– utilizan en clave nacional y mediática las cumbres europeas. La del pasado 25 de marzo de 2017 en Roma, para conmemorar los 60 años del Tratado de Roma, no fue una excepción.

Rajoy, en esta línea, subrayó que la Declaración mencionara como uno de los valores fundamentales de la UE el Estado de derecho y, en consecuencia, ´la obligación de cumplir la ley y el sometimiento de todos, y por supuesto de los gobernantes, a la ley´, en una clara alusión nada velada a Cataluña.

Pero esta Declaración debe leerse en clave europea, o no leerse. Es donde encuentra su significado.

La Declaración comienza diciendo: “Nosotros, los líderes de los 27 países de la Unión Europea y de las instituciones comunitarias”. Es decir, antes van los estados. Además, también llama poderosamente la atención que se diga en el primer párrafo que la Unión es un “esfuerzo de largo alcance”, pues en inglés “far-sighted”, que es la expresión usada, se puede traducir también por hipermetropía, es decir, la capacidad de ver cosas que están lejanas más claramente que las cercanas. Creo que esto describe muy bien lo que sucede actualmente en Europa. Bruselas oteando el horizonte, pero perdiendo la toma de tierra.

La Declaración, que recoge el testigo de la anterior Cumbre de Bratislava, honra la memoria, siempre histórica, de dos guerras mundiales, y busca en seguida la complicidad de la población europea joven, hablando de los logros, como el de los altos niveles de protección social, las oportunidades y la seguridad –física y social– que puede dar la Unión a los europeos, en un mundo celeriscambiante.

El mensaje central de la Declaración es la unidad, y esta ha de darse en un contexto. Aunque el tono es optimista, los retos globales e interiores se definen en clave de amenaza: conflictos regionales (Ucrania, Georgia), terrorismo (Alemania, Marsella, París, Londres, Madrid, ¿Italia?), presión migratoria, desigualdades socioeconómicas en relación al proteccionismo…

Nuestros líderes sin líder se comprometen a desarrollar una Agenda centrada en cuatro aspectos:

1. Una Unión segura, donde los europeos se muevan libremente y se sientan seguros frente a mafias, terrorismo, migraciones.

2. Una Unión próspera y sostenible. Sinónimo de más empleo, más mercado, más trasformaciones digitales, de economías convergiendo, con una Unión Económica y Monetaria completada, en entornos medioambientales limpios.

3. Una Unión social. Partiendo de la diversidad de sistemas nacionales, se atraerá a la juventud, a través del crecimiento sostenible y del progreso social, a través de la “preservación de nuestra herencia cultural” y “la promoción de la diversidad cultural”, así como de la extensión de derechos –sin aclarar–.

4. Una Unión más fuerte en el entorno global. Se habla de buscar nuevas alianzas, de mirar hacia las fronteras europeas (el Sahel y el patio trasero de Rusia, y Oriente Próximo). También de la creación de una industria de defensa más competitiva e integrada, y de avanzar en la seguridad y defensa común.

Me pregunto si los políticos europeos tienen sangre en las venas. Si no hablan para ellos mismos, y el cuello de sus camisas. Una Declaración un 25% más larga que la de hace 10 años de Berlín, que se refiere en tono diferido, apagado, como de informe de ministerio, a cuestiones que dan para una arenga política memorable a los 500 millones de europeos, es un texto carente de alma.

Guillermo Gortázar, en 1994, decía que rescatar Europa significa hoy (por ayer) poner sobre el tapete las diversas visiones de Europa que compiten entre sí, y abogar por el desmantelamiento de sistemas tecnocráticos que no favorecen la capacidad democrática (es decir la capacidad de los ciudadanos de decidir los temas que les afectan) ni la recuperación del impulso moral imprescindibles para cualquier sociedad civilizada.

La Declaración es un panzer de previsibilidad, que no exterioriza una voluntad férrea de avance hacia la unidad europea, por miedo a situar en su contra las opiniones públicas. Es la manifestación del no hacer política, y seguir en los pasillos y los despachos.

Como si se tratase del rapto de Europa por el dios griego Zeus, parece que los europeos se han creído la fábula pagana de que Europa está en manos de eurócratas. Razones hay.

Pero los europeos pueden caer presos del mismo rapto, y el toro (Zeus) que secuestró a Europa es ya, ahora, el populismo.

Hay poco tiempo para que los políticos dejen de hacer declaraciones para ellos mismos, y se lancen a las calles y plazas europeas, a los foros, mercados, mercadillos, redes sociales, y comiencen a echar sus redes al mar.

La Declaración de Roma no parece que sea el camino, salvo para arengar a unos pocos estudiantes de doctorado: no se menciona la palabra crisis, ni la palabra Brexit, ni participación, ni islam, ni hijos, ni se definen los valores de Europa que viera Chesterton –dignidad y concepto de persona, matrimonio y celibato, matrimonio entre hombre y mujer frente a poligamia u otras uniones, prohibición de la usura frente al préstamo legal, la propiedad como derecho individual no ilimitado, separación Iglesia-Estado, distinción entre adorar estatuas y venerar lo que representan, la legítima defensa–, que ligan, junto con los ilustrados –igualdad, fraternidad, libertad, habeas corpus, prohibición de denuncia anónima, no discriminación, razón–, a los pueblos europeos. Es decir, se habla en términos vagos, ambiguos, calculados y difusos. Más de lo de siempre.

Y es que la unidad regulatoria parecía que era el camino fácil. Tras 60 años, lo difícil está ahí: la generación de una solidaridad cultural y espiritual, no solo material, que siempre exige de varias generaciones, voluntad y conocimiento del otro y del pasado para conquistar el futuro. Nuestra unión es indivisa e indivisible. La URSS decía de ella misma que era indestructible.

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