La debilidad del totalitarismo

Mundo · Óscar Ortiz Antelo*
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11 julio 2011
El cáncer del presidente venezolano Hugo Chávez ha causado un sismo en el proyecto del socialismo del siglo XXI que gobierna ese país y otras naciones como Bolivia, Ecuador y Nicaragua. No es para menos, el gran problema que enfrentan los gobiernos autoritarios con pretensiones totalitarias es el personalismo. La concentración total del poder se basa en la capacidad de una persona de ejercer la fuerza con base en la impunidad que le brinda la popularidad.

Los gobiernos chavistas pretenden el totalitarismo pero no lo han logrado porque sus sociedades no se lo han permitido. Lo buscan constantemente, ejerciendo una persecución selectiva contra quienes representan el pluralismo político y la posibilidad de construcción de una alternativa que amenace su permanencia en el poder. No pueden quitar la libertad a toda la sociedad como hacen los gobiernos comunistas pero han descubierto que, persiguiendo a algunos, amedrentan al conjunto de la sociedad.

Su gran problema es que todo el proceso de destrucción de las instituciones democráticas, de la República entendida como un sistema diseñado para limitar y distribuir el poder, se ha basado en la concentración del mismo en una persona. No existen números dos y tres, ni nada que se parezca a una cadena de mando en la cual pudiera haber un efectivo orden de sucesión. La absoluta negativa de Chávez a delegar el poder en el vicepresidente que él mismo nombró refleja hasta qué punto este tipo de gobernantes teme entregar el poder incluso a las personas más cercanas, porque sufren el trauma de los dictadores, el de ser víctimas de la conspiración que ellos mismos practicaron.

Obviamente, en este estado de permanente zozobra no están solos. En su entorno tienen verdaderos grupos de interés que necesitan para su propio interés y supervivencia que el caudillo siga en el poder para preservar no sólo sus beneficios actuales sino su propia libertad. Algunos han participado en el atropello a los derechos humanos, otros han practicado la corrupción sin límites que se genera en este tipo de gobiernos y muchos incluso son cómplices del narcotráfico.

A diferencia de lo que pasaba en el siglo XX, donde al totalitarismo lograba imponerse por imperio casi exclusivo de la fuerza, el terror y el control de la sociedad, los chavistas saben que no tienen esa posibilidad. Sin la popularidad del líder, ningún otro reemplazante lograría sostenerse en el poder y proteger a quienes formaron parte del régimen. Tampoco el líder sobreviviría mucho tiempo sin popularidad.

Por eso, la transición en los países chavistas será difícil. Ni la sucesión interna ni la alternancia democrática son una opción para ellos. Por lo mismo también, se aferrarán al poder a como dé lugar, aunque que eventualmente Chávez ya no estuviera en el gobierno. Son los tiempos que vienen y los desafíos que nuestras sociedades deberán enfrentar, evitando los errores del pasado para construir verdaderas democracias con libertad, oportunidades, inclusión y progreso para todos.

*Ex presidente del Senado Nacional de Bolivia

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