La cultura realizada con libertad tiende a ser más atractiva

Ramón González Férriz (Granollers, 1977), es periodista, editor y actualmente escribe en El Confidencial. En su último libro describe como el capitalismo y el comunismo se enfrentan desde dos visiones del mundo irreconciliables. Fue un conflicto político, económico y militar que también afecto al mundo de la cultura. Ya en la presentación del libro y también en esta entrevista el autor afirma que: La cultura popular es más difícil de manejar y ahí es donde la URSS perdió la batalla cultural frente al capitalismo.
¿Cómo te surgió la idea de escribir este libro?
Yo creo que hay una razón, más o menos objetiva, que es la sensación de que estamos entrando en una nueva Guerra Fría a nivel geopolítico y que las lecciones de la última podían ser útiles. Durante la Guerra Fría se había utilizado la cultura como una forma de propaganda ideológica y podía ser ilustrativo, no tanto porque la próxima Guerra Fría en la que nos estamos adentrando ahora entre Estados Unidos y China y con el papel intermedio de la Unión Europea vaya la cultura a tener un papel igualmente preponderante, pero sí va a haber, y ya lo estamos viendo, una profunda réplica. Me parece que valía la pena explicar cómo en estas circunstancias geopolíticas la propaganda adopta caminos a veces inesperados.
Y la segunda razón es un poco más autobiográfica. Yo nací en el 77 y formo parte de la última generación que se educó culturalmente, que creció, que fue niño y que fue casi adolescente, con la cultura de la Guerra Fría. Muchas de las cosas que han sido importantes para mi generación, desde un tipo de novela fuertemente politizada, desde un tipo de cultura popular dominada que los rusos siempre eran malos y los espías eran casi superhéroes. Todo esto es, al menos parcialmente, una consecuencia de haber crecido en la Guerra Fría y que nadie más va a tener esa experiencia, van a tener otras muy distintas. Pero la experiencia de crecer en un mundo habitado por la música pop, por James Bond, por el jazz como una música más o menos culta… esto nadie más va a tenerlo a los 15 años y también eso era un acicate para decir, dejemos un poco de testimonio de lo que fue la experiencia de crecer en la Guerra Fría.
Somos coetáneos y es cierto que cuando éramos jóvenes lo moderno coincidía con seguir la moda americana. Desde el deporte, las zapatillas, el cine…
Totalmente. Este libro es la historia también, inevitablemente, del proceso de americanización de España y de Europa, es decir, la guerra fría cultural son muchas cosas, pero una de ellas es la globalización de la cultura estadounidense.
Es un proceso que había empezado un poco antes, que había empezado desde la Primera Guerra Mundial, desde el nacimiento del cine, por supuesto, pero después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos convierte a Europa en una especie de semiprotectorado militar, donde tiene una entrada comercial con, digamos, regulaciones comerciales que favorecen mucho a las empresas estadounidenses, se convierte la cultura de ese periodo en la historia de la americanización de la cultura mundial. Y eso sucede en lo evidente, en el impacto de Hollywood, en el impacto de la música pop, pero también, y he querido explicarlo, en caminos un poco más subterráneos. El western se convierte en un género popular en España escrito por gente que muchas veces no ha estado en EEUU y su única imagen del oeste americano son las películas de indios y vaqueros. O en Bélgica se hace un cómic muy popular de gente del oeste que es Lucky Luke y habla en francés o la cultura hippie…
La historia de la guerra cultural de la guerra fría es también la historia de cómo la cultura global, cómo la cultura americana y la cultura de lengua inglesa se convirtió en la cultura global.
¿Cómo fue el desarrollo de este proceso en el lado comunista?
El mundo comunista hizo unas políticas culturales desde Stalin, luego se relajaron, obviamente, que en primer lugar contradecían el elemento vanguardista que había tenido el comunismo. El bolchevique, el soviético, había tenido un elemento de estética vanguardista, se había apoyado en la literatura vanguardista, incluso, digamos, en la cultura europea vinculada al comunismo, aunque no fuera nítidamente comunista, pero vinculada al comunismo desde la Bauhaus en Alemania hasta partes de la Segunda República Española, se habían apoyado en la vanguardia cultural. Pero cuando se producen las revoluciones en Europa del Este y sobre todo con la llegada de Stalin, esa parte vanguardista de la revolución es completamente descartada porque se considera que es una cultura poco comprometida.
En realidad, es un análisis más bien propagandístico. Se piensa que con ese tipo de cultura no vas a llegar a las masas y no las vas a persuadir. La vanguardia estaba muy bien para la élite, que es la élite quien hace la revolución, pero cuando tienes que convencer ideológicamente a las masas, eso no te sirve. Necesitas la novela realista socialista, el cine no demasiado sofisticado, una cartelería y una pintura mucho más basada en el realismo socialista. Entonces hay una condena generalizada de la vanguardia, por considerar que es burguesa, elitista. Lo que pasa es que todo eso, que tal vez tenga sentido, no funciona en ningún momento, se va volviendo cada vez más ridículo a medida que la cultura global se va convirtiendo en una cultura pop. A medida que el impacto ideológico se produce cada vez menos en la ópera o en la poesía y se produce cada vez más en el campo del cine comercial o de la música popular.
Lo que pasa en el mundo soviético es que se encuentra con una absoluta incapacidad ideológica para entender cómo opera la cultura popular en un mundo dominado por la televisión, dominado por la música popular, dominado por un ecosistema cultural en el que el verdadero impacto ya no lo tiene una ópera, lo tiene una canción pop. Y ahí es cuando el sistema cultural soviético, que ya era de por sí enormemente represivo y visto desde aquí enormemente kitsch, además, a medida que avanza la Guerra Fría, se vuelve brutalmente inoperante. El sistema soviético no sabe cómo responder a un James Bond, porque no hay un grupo de burócratas que puedan crear un James Bond. No hay un grupo del sindicato de directores de cine de la Unión Soviética. No puede en una reunión crear un héroe con todos los rasgos marxistas que acabe siendo tan atractivo con James Bond con todo lo que tiene también de ridículo.
Al principio del libro intento explicar cómo la cultura soviética es represiva y se equivoca brutalmente y es injusta, pero es que pasado el tiempo además es enormemente inepta porque no entiende el mundo moderno, no entiende el mundo que ha creado la televisión, los dirigentes intentan prohibir el jazz, intentan prohibir el rock, intentan prohibir el pelo largo. Y esos son enemigos mucho más grandes de lo que el comunismo cree en ese momento.
En una de las conclusiones del libro, afirmas que: “la cultura realizada con libertad tiende a ser más atractiva. La creada bajo restricciones ideológicas y estéticas”. Es paradójico porque los dos sistemas intentan controlar la cultura, cada uno a su modo, y el que realmente fracasa en ese intento, que es el sistema capitalista, es el que al final resulta vencedor precisamente porque no tiene esa capacidad de control.
¡Es así! Una de las virtudes del capitalismo, entiendo que a alguna gente sea una cosa que le irrite, pero a mí es una cosa que me gusta del capitalismo, es su enorme flexibilidad.
Alguno puede pensar que esa flexibilidad suena a amoralidad. Podríamos discutirlo. Pero es lo que pasa en el capitalismo, es que los líderes estadounidenses consideran que el expresionismo abstracto, que la cultura abstracta es un movimiento incomprensible, antisocial, cargado de valores negativos, pero en un momento dado cuando entienden que eso puede ser útil para ejercer como emblema de una cultura urbana, dinámica, industrial, mediática, lo abrazan sin demasiados problemas.
Otro ejemplo es la contradicción entre la falta de derechos civiles de los negros y la promoción en el extranjero del jazz como una música que encarna la improvisación la espontaneidad, la libertad del capitalismo americano. Entiendo las críticas que se le puedan hacer, porque hay motivos para hacerse, pero lo que demuestra el capitalismo es una capacidad de reinvención, de flexibilidad, de apertura y también de asunción de lo que los mercados dictan.
Durante un tiempo al principio de la Guerra Fría la CIA puede controlar más o menos la cultura estadounidense que exporta al resto del mundo pero los Beatles no son un producto de ningún político, no es un producto de ningún ministerio, son fruto de la espontaneidad del capitalismo y eso la Unión Soviética nunca lo tuvo incluso cuando se abrió un poco más después de la muerte de Stalin con políticas un poco más relajadas siempre existió la censura pero se relajó un poco por mucho que intentaran entender la espontaneidad de la cultura en los cambios estéticos… nunca fue capaz ideológicamente de asumirlo.
A veces me puedo sentir un poco soviético…
¡Cuéntame eso!
Te voy a hacer una confesión. No he escuchado el disco de Rosalía ni sabría decirte ninguna canción de ella. Además, nunca he visto La Revuelta ni El Hormiguero. Es cierto que los más mayores tendemos a no entender las nuevas culturas y nuestra primera tentación es a despreciarlas y considerarlas signo de decadencia. Y posiblemente nos equivocamos al negarnos a querer entender.
Te entiendo, esa tentación está. Pero yo creo que debemos distinguir dos cosas. Una cosa es el instinto perfectamente humano de que a medida que uno envejece a abrazar con más fuerza tu cultura y ser un poco refractario la cultura moderna. Creo que eso no es un problema, sí creo que debemos hacer esfuerzos, los que los que tenemos una cierta edad, por entender lo que sucede. Al mismo tiempo puedo ver el talento de Rosalía y saber que nunca va a ser mi música preferida.
Sin embargo, la diferencia entre las sociedades abiertas y las sociedades totalitarias o autoritarias, y más en el caso comunista donde tendían a la gerontocracia, es que tú puedes tener 75 años, pero no puedes pretender que toda tu sociedad tenga 75 años. Pero ese desdoblamiento entre lo que yo prefiero y los cambios lógicos de la sociedad creo que se puede producir.
Lo que hizo el mundo soviético a medida que se convertía en una gerontocracia era esta pretensión. Líderes de 80 años que querían que toda la sociedad tuviera 80 años. Y eso es un disparate absoluto. Es incluso muy trágico. En las que se confunde él no acabar de entender la nueva cultura con pretender que puedes eliminarla, que puedes hacer como si no existiera y parar el tiempo, y eso es imposible.
Luego, hay muchos artistas, como dice la conclusión del libro, que están comprometidos con su propia supervivencia y su propia carrera, pero luego está la figura absolutamente excepcional que es la figura del disidente. Por ejemplo, Solzhenitsyn.
¡Sí, sí, sí! Es una clase de heroísmo que la gente que hemos vivido en democracia nos resulta muy difícil. No se me ocurre en todo el libro juzgar a la gente que se acomodó el comunismo para sobrevivir. ¿Quién soy yo para juzgar eso cuando te jugabas el exilio, la muerte o el gulag…? Las paradojas trágicas de las políticas culturales del mundo soviético que es que al final la cultura comunista que se hizo universal fue la cultura de los disidentes.
¡Qué la hay muy buena!
¡Extraordinaria! Creo que la altura literaria o musical que alcanzaron muchos disidentes fue extraordinaria. Y eso es una paradoja, es decir, creo que se volvieron universales artistas comunistas, pero que no vivían en países comunistas. Es decir, quizás miramos a Pablo Neruda con la paradoja de que siendo comunista gozó de la libertad de los países no comunistas. Pero no es tan fácil encontrar a comunistas que vivieran en estos países y que fueron apoyados por regímenes comunistas que se hayan vuelto universales. Encontraríamos algunos, pueden ser los cantautores cubanos, por ejemplo, que han alcanzado una cierta transversalidad.
Pero la gran paradoja de las políticas culturales o del empeño cultural comunista es que lo que generaron o la mayor cultura que generaron fue la disidencia, gente con un heroísmo a veces trágico, el de Pasternak que cuento, literalmente se jugó la vida por publicar Doctor Zhivago escapando de los miembros del KGB que les vigilaban. Es de los episodios que dan más esperanza a la libertad humana, la gente que tuvo la valentía de ser disidente.
Afirmas en el libro que: “En el 2010, con todos los matices que se quieran, es un momento donde parece que el antiguo bloque soviético está convergiendo política, económica, culturalmente a Occidente, pero hay un punto ahí de inflexión”. ¿Qué sucedió?
Esa es una pregunta de las más difíciles de responder cuando piensas en términos de política internacional desde Occidente. Podrías decir que lo que pasa tras la caída del muro es la liberación definitiva de una franja de Europa que va de los países Bálticos a Polonia, Hungría, Ucrania, países que han vivido las mayores tragedias del siglo XX, tragedias muchas veces simétricas, la invasión nazi y la invasión comunista. Uno podría pensar que estos países finalmente se liberan y quienes somos occidentales liberales podemos pensar que, el tema estaba resuelto porque entraban en la Unión Europea, asumían el sistema económico capitalista, se convertían en democracias liberales y para algunos, como yo, podíamos pensar que el problema estaba solucionado, pero es evidente que estábamos equivocados porque seguía existiendo la sensación de que estos países, quizá o una parte de estos países, su ambición, que algunos malinterpretamos, no era tanto convertirse en copias del mundo liberal occidental, sino buscar su propio modelo que a algunos nos parece más autoritario, en el nacionalismo, en formas de religión más radicales en algunos casos.
Con la caída del muro, donde parece que sus líderes, incluido Putin, creen que su camino es ir acercándose hacia nuestro modelo. Y en algún momento, por razones complejas, que yo tiendo a pensar que casi siempre tienen que ver con el nacionalismo, deciden que no, que el modelo occidental y liberal no es para ellos, hay que buscar un modelo mucho más autoritario, nacionalista, y para mí es uno de los grandes fracasos de nuestro tiempo, el modo en que ingenuamente algunos pensábamos con Fukuyama que el modelo universal Son un debate de una sociedad dividida entre si el modelo es el occidental o el modelo es más bien el ruso. Y quizá esa división es eterna y no se va a acabar de solucionar.
En el libro Voces de Chernóbil uno de los testimonios es de un viejo comunista que añora esa época (posiblemente la idealiza) porque en ella se siente seguro. Los nuevos tiempos le hacen sentirse inseguro. Es necesario un sujeto que pueda ser protagonista de esa transición.
El peso de la historia en estos países es muy fuerte. El telón de acero, tendemos a pensar que es la línea que separa la Europa liberal con la Europa comunista y que es un invento posterior a la Segunda Guerra Mundial, pero en realidad esa línea coincide bastante con una separación discutible, no explícita, que es muchísimo más vieja, entre una Europa que, si te acuerdas, muchos autores checoslovacos, etc., decían que no es Europa derecha, sino que es el centro de Europa. Pero digamos que todo ese mundo que había estado dominado por Prusia, que había estado sometido a Rusia, la línea del telón de acero no es totalmente novedosa. Esa separación entre los dos lados existe de más lejos. Destroza las sociedades de tal manera que tienen dificultades para hacer transiciones democráticas que aguanten a largo plazo. Es decir, son regímenes que destruyen las instituciones. Y luego hay otra cosa que para mí es importante y también para los miembros de nuestra generación, que es que la visión del mundo: la sensación de nosotros contra ello, generaba muchas certidumbres. Y eso lo vemos incluso aquí, cuando a veces ves debates políticos que explican que es una lucha contra el comunismo.
No tengo ninguna simpatía por el comunismo, pero el comunismo está muerto. Me parece muy bien que luchemos o que nos opongamos al populismo de izquierdas y a la izquierda radical. Soy el primero en alistarme ahí, pero vender eso como una lucha contra el comunismo me parece que es fruto de la permanencia de una mentalidad de guerra fría que ya no existe. Y creo que muchos países como Rusia, digamos, de esa dicotomía entre occidente-malo / nosotros-buenos, que fue una dicotomía que la Guerra Fría encapsuló de una manera muy tajante. Creo que es tentador seguir viendo el mundo así.
Es la necesidad de construirse un enemigo que ya existía en la Rusia comunista.
Pero es que ahora estábamos hablando de la Rusia postsoviética imitando cosas de la Rusia soviética, pero es que la Rusia soviética imita muchas cosas de la Rusia zarista. Hay muchos elementos del nacionalismo de Stalin que parecen calcados de los Romanov.
Cierto, la paranoia ideológica, el nacionalismo extremo, la utilización de los grandes escritores, hay muchos elementos ahí que son, digamos, que se prolongan en el tiempo independientemente que el régimen fuera el de los zares, de Romanov el del comunismo o el de Putin. Hay muchas cosas muy parecidas aunque hoy en día parece que la clase política no parece tan interesada en dominar digamos esta cultura pop.
Ese desinterés por el soft power, ¿es porque ya no importa o es porque se ha desplazado el terreno de juego? ¿Dónde se juegan las batallas culturales ahora?
Yo creo que la cultura sigue importando, seguimos viendo batallas ideológicas de un libro o de una película o del disco de Rosalía en la discusión sobre la religión. Es decir, creo que la cultura sigue teniendo un papel. Lo que para mí ha cambiado es que lo que a veces nos cuesta entender o a veces me preguntan mucho es lo diferente de la Guerra Fría no fue tanto que la cultura fuera ideológica, sino que lo que ahora entendemos como alta cultura, se parecía tenía un impacto en las masas. Es decir, ahora resulta muy difícil de imaginar que la CIA pensara que el Doctor Zhivago podía tener un gran impacto ideológico en las masas, porque es una novela difícilmente elegible ahora. Por supuesto que ahora resulta impensable dedicar mucho esfuerzo a que un músico de música culta se decante ideológicamente por un lado o por el otro por el mero hecho de que ahora una ópera simplemente no tiene impacto.
Entonces para mí el gran cambio no es que la cultura haya dejado de ser ideológica, es que ahora tiene menos impacto en las masas lo que conocemos como alta cultura o cultura tradicional. Y eso, como dices, lo que se ha desplazado, creo, hacia sobre todo las redes sociales y hacia un híbrido, un infotainment televisivo, que es un híbrido digital y analógico y de ocio y de política, que creo que es el magma en el que nos movemos ahora. Los políticos saben que ahí es donde se juega la batalla. China sigue encarcelando a escritores, pero su énfasis son las redes sociales. Estados Unidos sigue discutiendo si Bad Bunny puede representar a Estados Unidos en la final de la Super Bowl cuando canta en castellano, pero sabe que el énfasis está en el algoritmo. Yo creo que sí se ha producido ese desplazamiento y aunque la cultura sigue teniendo un peso relativo en la batalla ideológica se ha desplazado hacia el mundo digital…
¿Cómo se terminará de desarrollar será para el próximo libro?
Es tentador, pero voy a descansar
También nos falta perspectiva
Nos falta perspectiva, nos falta también acabar de entender que quizá hemos sido un poco perezosos al pensar que el cambio ideológico que estamos viviendo se ha producido solo por impacto de la propaganda y de la posverdad y del algoritmo. Yo tiendo a pensar que los cambios que estamos viviendo, no digo que estos fenómenos no hayan influido, pero creo que tienen causas económicas y sociales más profundas.
RAMÓN GONZÁLEZ FÉRRIZ
La otra guerra fría
ALIANZA EDITORIAL. 184 páginas. 17,50 €
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