La cuestión de las cuestiones

Mundo · José Luis Restán
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30 noviembre 2011
El hombre que vive inmerso en la mentalidad positivista es como si viviera en un edificio de hormigón, sin ventanas abiertas que le permitan ver la inmensidad del mundo. Esta imagen poderosa acuñada por Benedicto XVI para su discurso ante el Bundestag, reaparece en el discurso que el Papa ha dirigido al Consejo Pontificio para los laicos. "El hombre que trata de existir en los parámetros de lo calculable y mensurable, termina finalmente por verse asfixiado".

Nada de términos "pastoralmente correctos", nada de los viejos dilemas de poder que esterilizan tantas veces al laicado más comprometido. El Papa no se cansa, y pide que no nos cansemos de "volver a empezar desde Dios". Notemos la enjundia. Primero, estar dispuestos a "volver a empezar", o sea, a revisar lo que habíamos establecido ya como seguro y definitivo en el campo de la evangelización y el diálogo con el mundo. Segundo, ese nuevo inicio debe arrancar siempre desde Dios, la Razón creadora que se ha manifestado al mundo a través del amor de Jesús, el Verbo hecho carne.

Sólo Dios salva lo humano, insiste contra viento y marea. Sólo si el hombre conoce y ama a quien es su origen y su destino, podrá experimentar la totalidad de sus dimensiones (razón, afecto, libertad), podrá ser consciente de su plena dignidad. Por eso para el Papa Ratzinger la cuestión de Dios es "la cuestión de las cuestiones", porque es la que nos conduce a las preguntas esenciales del corazón del hombre, a su deseo inagotable de verdad, de felicidad y de libertad. Escuchando todo esto, uno piensa cómo hemos podido perder a veces tanto tiempo en cuestiones secundarias, en abstracciones que aparentemente tocaban tierra cuando en realidad daban la espalda al verdadero drama del hombre.

Ahora que la crisis no desaparece de nuestras preocupaciones cotidianas e incluso de nuestra imaginación nocturna, el Papa apunta que antes de ser una crisis económica y social es una crisis de significado. Atención: crisis de significado, más profunda y radical que una crisis moral. Porque la moral nace de nuestra posición ante la realidad, así que de poco sirve apelar a la regeneración moral si el hombre no sabe quién es, para qué vive, por qué tiene sentido sacrificarse y construir. Quizás se está cerrando el ciclo que comenzó con la deriva anticristiana de una Ilustración que pudo ser de otra manera. Se cierra, quizás, y providencialmente la mano en el timón de la barca de Pedro es la de este hombre sorprendente.          

¿Cómo despertar en los hombres y mujeres de hoy la pregunta y el deseo de Dios? No será mediante cursos y seminarios sino a través del encuentro con quienes ya tienen el don de la fe, con aquellos cuya vida ha sido cambiada por la relación con Jesucristo vivida en la Iglesia. Grave riesgo el que ha corrido este Dios (Dios verdaderamente "extraño" para los pueblos que circundaban a Israel) que eligió la vía más onerosa, la vía de la encarnación. "El camino hacia Él pasa, de modo concreto, por aquellos que lo han encontrado". Y no hay atajos ni mensajes edulcorados que valgan. Sólo la carne pobre y vulnerable de quienes ya lo han conocido. Ese es el misterio de la Iglesia que sigue escandalizando hoy (¿no nos escandaliza también a nosotros, católicos?) como ha escandalizado durante toda la historia. 

Y termina el discurso con una advertencia a tantos que se piensan "católicos adultos", etiqueta que se vuelve insoportable por momentos. Resulta que el problema no es "de los otros", de los que están al otro lado de la orilla. El problema es de todos, también de nosotros los católicos, que damos por supuesta la fe "como si fuese un dato adquirido de una vez para siempre". Pero como señala el Papa con fina ironía, "no vivimos en un planeta lejano ni somos inmunes a las enfermedades del mundo, sino que compartimos las turbaciones, la desorientación y las dificultades de este tiempo". Menos mal, porque de esta forma la aventura de encontrar y descubrir cada día al Dios de Jesucristo lo es en primer lugar para quienes por gracia ya lo hemos encontrado. "Nosotros que hemos encontrado, también seguimos buscando" dijo una vez el Papa. Y si no hablamos de esto, todo es verborrea inútil.

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