Entrevista a Miguel Ángel Quintana Paz, promotor de Libres e Iguales

´La crisis política es más devastadora que la económica´

España · Juan Carlos Hernández
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22 abril 2015
Miguel Ángel Quintana Paz, promotor de Libres e Iguales, es profesor de Ética en la Universidad Europea Miguel de Cervantes. Explica a www.paginasdigital.es la iniciativa Libres e Iguales y su diagnóstico sobre el momento que vive España.

Miguel Ángel Quintana Paz, promotor de Libres e Iguales, es profesor de Ética en la Universidad Europea Miguel de Cervantes. Explica a www.paginasdigital.es la iniciativa Libres e Iguales y su diagnóstico sobre el momento que vive España.

¿Cuáles son los aspectos que más le preocupan sobre la situación política actual en España y que hace nacer a Libres e Iguales, y qué alternativas le parecen más urgentes?

Libres e Iguales nació en julio pasado cuando un grupo de periodistas, profesores universitarios, economistas, empresarios, artistas, científicos, escritores, juristas, historiadores… nos dimos cuenta de que compartíamos un diagnóstico, una preocupación y unas ganas. Las ganas, le avanzo ya, eran de no quedarnos parados, de hacer algo al respecto. ¿Al respecto de qué? Bien, lo cierto es que en España llevamos mucho tiempo hablando de la crisis económica. Pero nosotros pensamos que hoy nos rodea una crisis potencialmente incluso más devastadora que la económica, aun con todos los dramas y tragedias personales que esta ha acarreado. Se trata, como usted ha apuntado en su pregunta, de una crisis política. Pese a todos los problemas económicos que he mencionado, y que a menudo nos hacen centrarnos en exceso en lo más negativo, España vive hoy, y lleva viviendo desde 1978, en una de las creaciones más maravillosas de la civilización humana: una democracia liberal y un Estado de Derecho. Es decir, en un sistema político que, aun con nuestros fallos, reconoce al individuo unas libertades y una igualdad ante la ley que jamás en nuestra historia se habían dado. Un sistema, además, del que aún hoy, en 2015, carecen la mayor parte de los habitantes de nuestro planeta. Porque aunque un sistema político que nos hace a todos libres e iguales trate con igual dignidad a todos, eso no significa que guste a todos. Ni siquiera a todos los que vivimos disfrutando de él. De hecho, aprovechando que los períodos de crisis económica son, lógicamente, períodos turbulentos, muchos a los que no les gusta este sistema que nos hace a todos libres e iguales han querido aprovechar la ocasión para liquidárnoslo. O, al menos, para disminuírnoslo.

Desde Libres e Iguales pensamos que este ataque en España ha venido efectuándose, y se sigue efectuando, en dos frentes. Ambos frentes podríamos denominarlos como ´populismos´, pues ambos se excusan en una presunta voluntad ´del pueblo´, o ´de la gente´, para limitar nuestras libertades, nuestros derechos, nuestra igualdad ante la ley. Y también porque ambos idean (como está pasando en toda Europa) chivos expiatorios facilones (´los extranjeros´, ´los políticos´, ´la casta´, ´los ricos´, etc.) como causa simplona de todos los males que nos aquejan. Por una parte está el populismo nacionalista, del que el año pasado hemos tenido un potente ejemplo en Cataluña. Los partidos nacionalistas han pretendido estar aupados en una ´voluntad del pueblo´ para quitarnos a los que no pertenecemos a ese ´su pueblo´ un derecho que nos reconoce la Constitución igual que a ellos, ni más ni menos: el derecho a decidir qué hacemos con la actual España.

Por otra parte, nos encontramos ante un populismo de nuevo cuño en España, pero de viejo cuño en nuestra siempre cercana Iberoamérica, que también pretende escudarse en lo que quiere la gente, los ´buenos´, frente a la malvada ´casta´ (que, básicamente, somos todos los que no comulgamos con ellos), para traernos la buena nueva de una democracia distinta a la actual, lo que a veces llaman una ´democracia real´ o ´radical´. Pero que es una democracia en la que el respeto escrupuloso a la ley, a los derechos de cada uno de nosotros, al sistema económico que hoy triunfa en Occidente, quedarían postergados en aras del mesianismo de un nuevo líder. Un líder que (él sí) sabrá llevarnos al cielo, que se deberá (dice) tomar por asalto e (imagino) apartando del camino a todos los que, pobrecillos de nosotros, no tengamos tan claro que ese líder nos lleve a cielo alguno (que quizá no exista en la Tierra), sino quizá solo a uno u otro infierno (los cuales, por desgracia, sí que se han vivido y se viven hoy en numerosos parajes del planeta, algunos tan cercanos como los de la ya citada Iberoamérica).

Frente a ello nuestra alternativa es muy simple: defender vigorosos el Estado de Derecho, esa creación maravillosa de la que hablé antes. Lo cual, naturalmente, implica mejorarlo (es muy mejorable, en España como en cualquier otro país de nuestro entorno). Pero no inmolarlo en el altar de unos u otros populistas.

Según su manifiesto fundacional, “hasta ahora el desafío secesionista no ha recibido la respuesta que merece”. ¿Qué medidas concretas más urgentes debe tomar el Gobierno frente al desafío secesionista catalán?

Un poco después de esa afirmación, damos en nuestro manifiesto fundacional algunas de las soluciones más urgentes. Decimos: ´No existe un auténtico debate público sobre el fondo gravemente reaccionario del nacionalismo ni sobre las consecuencias de su proyecto para la libertad, la igualdad y la seguridad de los ciudadanos´. Eso tan simple es lo que queremos proponer: debatamos. Hablemos nosotros y hablen todos los que lo deseen. Muéstrese a los españoles la historia de fractura, de dolor y a menudo incluso de sangre que ha envuelto al populismo nacionalista, en España y el resto del mundo, y escúchese también a los que lo defienden para que veamos quiénes resultamos más convincentes en un debate racional. Nosotros, a diferencia de los nacionalistas, no queremos excluir a nadie del debate (pensamos, naturalmente, que somos libres e iguales también en esto). Ellos dicen: ´No, de este asunto queremos hablar solo los catalanes´ (o ´los blancos´, o ´los alemanes puros´, en otros nacionalismos o segregacionismos que han marcado la historia) y nosotros en cambio queremos que todos a los que nos afectaría un cambio de España hablemos sobre España, en pie de igualdad.

Poca cosa quizá, ¿verdad? Pero lo cierto es que esta no es la vía que ha tomado el Gobierno de España, que debería ser el principal vigilante en alerta para conservar nuestras libertades. Bien es verdad que su actitud no resulta nueva: prácticamente todos los gobiernos que ha habido en España desde 1978 han adoptado frente al nacionalismo una postura un tanto acomplejada, quizá precisamente porque nos ha faltado a los demócratas españoles el citado debate. Un debate que muestre al nacionalismo no como aquellos compañeros de viaje ocasionales que combatían el franquismo junto a tantos demócratas, sino como esa amenaza populista que antes he descrito.

Por ello este Gobierno, y en general todos los gobiernos de nuestra joven democracia, han acabado pactando con el nacionalismo y concediéndole cada vez un poco más de sus reclamaciones, a veces quizá con la buena intención de calmar sus ansias. El fracaso de esa estrategia creemos que hoy está a la vista de todos: nunca han visto los nacionalistas tanto poder concedido como ahora y sin embargo nunca como ahora han redoblado sus reclamaciones, hasta llegar a su máximo posible (la secesión, la ruptura de España como espacio de libertades comunes). Hemos intentado calmar un fuego, el del nacionalismo, echándole cada vez más leña, dándole cada vez más poder, a ese fuego; quizá porque ignoramos eso, que el nacionalismo es un fuego y hacerle concesiones es solo alimentarlo con combustible. Y esa ignorancia acaso proceda de la falta de debate a la que me referí antes, y que desde Libres e Iguales queremos abrir.

Ni este ni ningún gobierno español debe intentar calmar las nuevas (y ya prácticamente maximalistas) demandas nacionalistas con más nacionalismo. Nadie debe estar tentado de ´resolver´ los problemas que nos genera el nacionalismo otorgándole poderes o privilegios nuevos. En España, como en cualquier democracia, el poder último, la soberanía, reside en los ciudadanos y ningún gobierno debe dar ni una micra de este poder soberano a nadie sin, como mínimo, consultarnos a todos. Pues es a todos nosotros a quienes nos pertenece, no a este o aquel presidente del gobierno.

Hay una relación inversa, a Estado más débil aumenta la presión de los nacionalistas.

Sí, es la táctica populista habitual: aprovecharse de los momentos de debilidad del contrario (en este caso, el Estado de los libres e iguales). Nada que no nos contara en su momento ya Maquiavelo.

La sociedad civil es, en muchas ocasiones, indiferente hacía la política que también se expresa en cosas cotidianas. ¿Cuántos de nosotros no somos indiferentes a implicarnos en la junta de la facultad, o en el Consejo Escolar del colegio de nuestros hijos…? Por otra parte en España tenemos una larga tradición de gobiernos paternalistas. ¿Cómo superar esta indiferencia? ¿De dónde nace en usted el deseo de vivir esta corresponsabilidad para buscar el bien social?

En efecto, una dictadura puede superarse políticamente con la aprobación de una Constitución como la de 1978; pero las mellas que ha hecho una dictadura en la cultura, en los modos de comportarse, en las relaciones entre la gente que la ha padecido tardan mucho más en superarse que lo que tarda en firmarse una Constitución. Una de esas mellas es la indiferencia política que las dictaduras inculcan en grandes capas de la población. Se dice incluso que Franco recomendaba a sus más cercanos colaboradores: ´Usted haga como yo, no se meta en política´. Cuando una sociedad sale de una dictadura está tan acostumbrada a que no se la tenga en cuenta en política que tarda en notar lo mucho que pierde si no se implica en ella. Pulula la corrupción, por ejemplo, si el político percibe que la sociedad no la castiga, o que no busca otras alternativas cuando los partidos principales se corrompen todos y, por lo tanto, ´da igual a quien votes si todos roban igual´.

Participar en política no significa trabajar como político, por cierto. Su pregunta hace bien en mencionar ya unos cuantos modos en que podemos participar en la gestión de las cosas comunes (pues eso es la política, gestión de lo común; no solo lo que unos señores con cargos importantes han declarado en televisión). Existen mil y una formas de asociarse y de implicarse para hacer una sociedad más libre para todos por igual. En España, sin embargo, las tasas de asociacionismo y de participación política continúan siendo inferiores a las de nuestros vecinos norteños.

En cuanto a la parte de su pregunta que me hace de modo más personal (mi estímulo para implicarme en mi sociedad), le diría que quizá soy buen ejemplo de esa misma indiferencia que estamos comentando, así que no la critico cual fiscal iracundo desde fuera: la conozco bien. Sé lo que es vivir en la generación X, convencido de que la mayoría de los problemas que tiene uno son personales y que lo político es demasiado inabarcable o demasiado lejano como para merecer la pena de verdad. Sé lo que es dedicarse a estudiar la política (mi especialidad como filósofo es precisamente la filosofía moral y política), pero no vivir implicado en ella. Ahora bien, por desgracia para España (pero por suerte para despertarme de ese letargo a mí), la situación de los últimos tiempos en nuestro país es tan delicada que incluso un perezoso como yo ha sentido el calor de las llamas cercanas. Y se ha decidido a levantarse y, en la medida en que le quepa, gritar que hay ´¡Fuego!´. Y me he decidido también a lanzar unos cuantos cubos de agua a ese incendio que quiere carbonizar nuestra libertad, que es también mi libertad.

Existen otras iniciativas que comparten muchas de sus preocupaciones (Movimiento Ciudadano, Sociedad Civil Catalana…), ¿sería posible que se coordinaran sin que ello suponga una pérdida de la identidad de cada uno?

Por supuesto, estamos ya coordinados y sería absurdo pretender tener ninguna exclusividad aquí. En nuestro manifiesto fundacional hacíamos incluso un llamamiento a los principales partidos que defienden nuestra igualdad y libertad como españoles (PP, PSOE, UPyD y Ciudadanos) para que pactaran firmeza en este asunto. No todos lo recibieron bien, por cierto, lo que corroboró nuestro diagnóstico: vivimos tiempos graves. Ese llamamiento lo repetimos en nuestro más reciente manifiesto, de marzo pasado, en que alertábamos sobre los populismos. Movimiento Ciudadano, que usted menciona, parece muy vinculado a uno de esos partidos a los que hacíamos nuestro llamamiento, Ciudadanos, así que por supuesto está incluido en tal propósito. Si me permite la referencia personal, yo mismo tengo buenos amigos allí y sé que unos y otros sabemos que estamos en una lucha similar.

En cuanto a Sociedad Civil Catalana, no podría describir en una simple entrevista la encomiable labor que está realizando en pro de la sensatez justamente en una comunidad autónoma muy castigada por un populismo, el nacionalista. Ahora bien, eso es precisamente lo que nos distingue de ellos y el motivo por el que, cuando creamos Libres e Iguales, pensamos que veníamos a cubrir un hueco. Sociedad Civil Catalana es, como su nombre indica, catalana. Pero el nacionalismo no es un problema solo de los catalanes o solo de los vascos, sino que nos atañe a todos los españoles. Asumir lo contrario sería, precisamente, conceder a los nacionalistas demasiado: que lo catalán no es español y viceversa. Cuando pensábamos en inventar Libres e Iguales notábamos que faltaba un canal para todos aquellos españoles que queremos defender nuestra Constitución desde toda España, no solo desde Cataluña, aunque también en Cataluña. Y creamos ese canal.

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