La crisis del padre y la ´profecía´ de Pirandello

Cultura · Giuseppe Botturi
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19 diciembre 2014
Si bien es cierto que un texto literario lo es porque puede comunicar algo nuevo cada vez que se relee y que eso posee un valor profético, pues sabe iluminar incluso situaciones distintas de aquellas en las que vio la luz, un paradigma de ello es sin duda Seis personajes en busca de autor, de Luigi Pirandello.

Si bien es cierto que un texto literario lo es porque puede comunicar algo nuevo cada vez que se relee y que eso posee un valor profético, pues sabe iluminar incluso situaciones distintas de aquellas en las que vio la luz, un paradigma de ello es sin duda Seis personajes en busca de autor, de Luigi Pirandello.

Dentro del gran tema que se refiere a la identidad del hombre, lo específico de esta ficción teatral lo constituye un drama familiar, que es precisamente lo que se propone como hilo rojo para la comprensión del texto. Pirandello no hace ninguna indagación sobre algún personaje en particular sino que desarrolla sobre todo una reflexión sobre el hombre encarnada en la sufrida historia de un núcleo familiar. Los personajes son miembros de una familia burguesa tradicional que se hace pedazos.

Un primer dato esencial que no se puede dejar escapar es que los personajes no tienen nombre propio, sus apelativos les identifican en función de sus relaciones familiares. Al principio, el padre afirma a propósito de la mujer: «No es una mujer, ¡es una madre!… Y su drama (¡poderoso, señor, poderoso!) consiste por entero, en efecto, en estos cuatro hijos de los dos hombres que tuvo». La madre, en honor de la verdad, es la única de la que será revelado su nombre, Amalia, pero la cosa queda como de la menor importancia.

La larga acotación que precede a la entrada de los personajes confirma su valor tipológico, asociando a cada uno de los cuatro protagonistas con un sentimiento doloroso (el jovencito y la niña nunca hablan y solo actúan al final): «Las máscaras contribuirán a dar la impresión de una figura construida a propósito y fijada inmutablemente en la expresión de su sentimiento fundamental, que es el remordimiento en el padre, la venganza en la hijastra, el desdén en el hijo y el dolor en la madre». La familia está lacerada por sentimientos relativos tanto el pasado (remordimiento) como al presente (desdén, dolor) y el futuro (venganza): todo el arco de la existencia se ve sacudido.

Al leer la obra, se comprende que la crisis familiar tiene su origen en la crisis personal del cabeza de familia, el padre. Su incapacidad de vivir consigo mismo es la causa del progresivo disgregarse de su relación con los demás miembros: repudia a la madre, manda a otra parte al hijo, espía a la hijastra a la salida del colegio y –años más tarde– la reencuentra allí donde no habría querido. Por otro lado, los sentimientos familiares solo subsisten en relación con él: el dolor de la madre nace de sus decisiones, la venganza de la hija se dirige en su contra, y el desdén del hijo también es todo para él.

La relación entre padre e hijo es la que expresa con mayor dureza el conflicto, pues está cargada con todo el significado del conflicto entre generaciones y, más profundamente, por el rechazo del propio origen. El padre es perfectamente consciente del motivo de la impasibilidad que su hijo mantiene durante casi toda la obra: «Ausente entre él y yo la madre, creció a solas, por su cuenta, sin ninguna relación afectiva ni espiritual conmigo». Poco después, el hijo evoca su trauma, cuando un día vio a su madre volver a casa con tres nuevos hijos. Solo entonces irrumpe en una acusación desesperada contra su padre: «(Violentamente exasperado) – ¡Y tú qué sabes cómo soy! ¿Cuándo te preocupaste por mí?». A continuación, ambos llegan a las manos, confirmando con este gesto externo su íntimo conflicto.

Aunque todo testimonia la escisión de los vínculos familiares, queda una paradoja: el hijo, decidido a abandonar el teatro en que se encuentra y a su familia, no es capaz de irse; se acerca a las dos escaleras laterales del escenario pero no consigue bajar los escalones, «como si estuviera retenido por un oculto poder». Se ve entonces que los vínculos familiares, por mucho que se les odie o se reniegue de ellos, siguen siendo fundamentales en la definición de los personajes: deben permanecer juntos para poder ser ellos mismos, y juntos terminarán el drama. Se lee en ellos la alternativa entre la concepción del hombre como individuo y como persona: entre una entidad autosuficiente –que en el texto pirandelliano, de hecho, no se da– y un ser que vive objetivamente en relación con otros, especialmente en relación con quien le ha generado.

Un drama intenso, este de Pirandello, que seguramente no dejará de suscitar preguntas y enseñarnos algo.

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