La crisis de los refugiados pone Alemania patas arriba (y II)

Mundo · Christoph Scholz
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3 enero 2017
El desafío para Alemania es enorme. Según datos de la oficina federal competente en materia de migración y refugiados, la BAMF, el año pasado llegaron a Alemania 1,5 millones de refugiados. De estos, 1,2 millones se quedaron en Alemania. Según el BAMF, casi 400.000 aún no han presentado la demanda de asilo. Además, quedan 350.000 solicitudes pendientes de revisar. Este año se cree que han llegado otros 200.000, a los que hay que sumar una fuerte inmigración procedente de otros estados de la UE.

El desafío para Alemania es enorme. Según datos de la oficina federal competente en materia de migración y refugiados, la BAMF, el año pasado llegaron a Alemania 1,5 millones de refugiados. De estos, 1,2 millones se quedaron en Alemania. Según el BAMF, casi 400.000 aún no han presentado la demanda de asilo. Además, quedan 350.000 solicitudes pendientes de revisar. Este año se cree que han llegado otros 200.000, a los que hay que sumar una fuerte inmigración procedente de otros estados de la UE.

Con el llamado “tercer paquete de medidas de asilo”, aprobado recientemente, la gran coalición espera hacerse con el control de la situación, al menos en grandes líneas, también desde el punto de vista de la política interior. Ya en el verano de 2015 el parlamento preparó el primer paquete con el objetivo de acelerar el proceso de asilo, integrar más rápidamente y con mejores perspectivas a los solicitantes de asilo, y devolver antes a su patria a los refugiados sin posibilidades de quedarse. Jóvenes y adolescentes bien integrados conseguirían un mejor acceso al mercado de trabajo. Por otro lado, se endurecieron las condiciones para obtener un permiso de residencia así como los procedimientos de identificación y expulsión.

A partir de agosto de 2015 la oleada de refugiados aumentó repentinamente. Las autoridades fronterizas registraron solo en octubre a 180.000 refugiados. En los ambientes políticos berlineses, reinaba el pánico entre bastidores. La gran coalición trabajó bajo una gran presión en el segundo paquete para encauzar la acogida por canales reglamentarios. Las ciudades y ayuntamientos corrían con los principales gastos al ser responsables del mantenimiento y sistematización. Diariamente llegaban a Múnich varios Intercity procedentes de Austria. La gente proseguía sus viajes en tren y autobús buscando suerte en otras ciudades y localidades, desde el lago Constanza hasta Flensburgo. Se empezó entonces a acondicionar pabellones y recintos feriales, viejos cuarteles y campamentos improvisados. Decenas de miles de funcionarios estatales, militares o colaboradores de obras asistenciales, así como innumerables voluntarios de las comunidades eclesiales o instituciones sociales trabajaron hasta el agotamiento para conseguirlo. Y el 3 de febrero de 2016 el parlamento aprobaba el segundo paquete de medidas de asilo, en virtud del cual se crearon en toda la República federal cinco centros de acogida por los que transitan los grupos de solicitantes de asilo con menos posibilidades de éxito. Es decir, los que han facilitado datos falsos o han destruido intencionadamente documentos, así como personas procedentes de estados clasificados como “seguros”. También se limitó la reagrupación familiar y se simplificó la expulsión de refugiados con problemas de salud.

Tras una larga lucha entre la CDU/CSU y el SPD, el gobierno federal aprobó el tercer paquete, la llamada “ley de integración”.  El concepto fundamental es el de “apoyar y exigir”. Todo migrante con perspectiva de quedarse debe tener al menos una posibilidad de integrarse en la sociedad. Al mismo tiempo, el gobierno insiste en la integración. De este modo, los refugiados están obligados a asistir a cursos de integración, cuyo núcleo consiste en aprender la lengua alemana y en la transmisión de valores y conocimientos fundamentales sobre la sociedad, la política y el derecho. Cursos que se han multiplicado por diez, pasando de 20.000 a 200.000. Además, el mercado de trabajo debía crear los 100.000 llamados “ein-euro-job” [tipología de empleo ya existente en Alemania que paga entre 1 y 2,5 euros la hora, sin perder los beneficios previstos para los que tienen derecho a asilo] gracias a financiación federal. Los que comienzan una formación, aunque sea como “tolerado”, es decir como solicitante de asilo no reconocido, tiene la garantía de poder permanecer en Alemania hasta terminar el curso. Si encuentra un trabajo, puede quedarse dos años. Los refugiados que consiguen ganarse la vida y terminan con éxito sus cursos de integración y de lengua alemana pueden obtener un permiso de residencia indefinida tres años después. Para evitar que todos los solicitantes de asilo se concentren en los grandes centros urbanos, en el futuro se les puede asignar un domicilio. En consecuencia, los estados federales pueden imponer un domicilio a los refugiados durante tres años o prohibirles quedarse en determinados barrios. La ley es fruto de la experiencia, tanto en Alemania como en Francia, de que la integración no es un proceso automático. Pues la idea de que los migrantes se adaptarían por sí solos llevó en el pasado a la creación de sociedades paralelas y guetos.

Eso es lo que se quiere evitar en el futuro, mediante una compleja red de asistencia estatal. Todavía no está claro cuánto costarán en total la acogida y la integración. El gobierno federal estima los costes de este año en torno a los 16.000 millones de euros. Los estados regionales gastarán otros 21.000 millones de euros para la sistematización y el sostenimiento. El todo caso, los migrantes tienen que encontrar trabajo lo antes posible para pasar de ser beneficiarios asistenciales a contribuyentes fiscales. Además, el ámbito laboral se ha demostrado como la mejor forma de integración social. Al mismo tiempo, se está verificando un nuevo crecimiento de la economía alemana y la petición de personal cualificado está cayendo, debido al envejecimiento de la población, que contribuye a acrecentar la aceptación de la acogida de los refugiados, mucho más jóvenes de media que la población autóctona. Pero al mismo tiempo se confunden en la conciencia pública la acogida humanitaria y la migración laboral, pues hasta ahora ha faltado una ley migratoria auténtica y real.

La integración en el mercado laboral llevará muchos años. El nivel educativo está muy diversificado, pero en todo caso es inferior al alemán. De entre todos, los sirios tienen un nivel relativamente alto, aunque también hay muchos analfabetos sin educación básica.

¿Cómo ha cambiado Alemania la oleada de refugiados?

La mayoría de los alemanes sigue dando por descontado que “lo conseguiremos”. La gran disponibilidad para la acogida por parte de la mayoría de la población es sorprendente. Si ella el Estado no podría hacer absolutamente nada.

Muchos voluntarios enseñan alemán a los refugiados, cuidan a sus hijos, van a buscarles a los centros de acogida y los acompañan para ir al médico o hacer los trámites oficiales. También organizan numerosos eventos deportivos en su tiempo libre. A toda esta disponibilidad contribuyó inicialmente el consenso de todos los partidos representados en el parlamento para la llamada “cultura de la acogida”: desde la izquierda hasta los verdes y el SPD, con su idea de una sociedad multicultural, a la CDU y la CSU por razones humanitarias y por consideraciones de realpolitik y partidistas. Los medios también se vieron contagiados por un auténtico “entusiasmo por la acogida”. Sin embargo, ante los reportajes televisivos diarios con miles de extranjeros que llegaban desordenadamente y sin control, en la sociedad civil y en la política empezó a aumentar el nerviosismo. La resistencia aumentó especialmente en la CSU, aunque también en las bases de la CDU. Entre los votantes del SPD y de la izquierda también empezó a cundir la preocupación por la concurrencia laboral y los costes de las prestaciones sociales. Por último, famosos intelectuales, historiadores y juristas comenzaron a poner en duda la legitimidad del comportamiento de Merkel respecto a la apertura estable de las fronteras, por no haberse decidido en el parlamento. Un punto de inflexión que sacudió profundamente a la opinión pública fueron los casos de acoso sexual perpetrados en fin de año por refugiados procedentes en su mayoría del Magreb en algunas ciudades contra cientos de mujeres. Todo ello hizo que estallaran los miedos acumulados, las reservas y los prejuicios. Y se hicieron más fuertes las voces de los que pensaban: “No lo conseguiremos”.

Pero sobre todo empezaron a entrar cada vez con más fuerza en la escena pública aquellos que desde el principio decían: “no queremos conseguirlo”. La actitud de rechazo también afecta a la clase media. Pero la oposición más abierta se articula sobre todo entre los populistas y extremistas de derechas, especialmente en el este de Alemania. El número de incendios dolosos en lugares de acogida de refugiados ha aumentado repentinamente. Por las redes sociales se ha difundido una propaganda de odio contra los refugiados y todos aquellos que los apoyan. Ya antes de la crisis de refugiados se produjeron en las ciudades alemanas las llamadas demostraciones de “Pegida”, abreviación de “europeos patriotas contra la islamización de Occidente”, donde también se expresan en parte temores comprensibles por una excesiva presencia de extranjeros y por una pérdida de la patria. Sin embargo, los promotores proceden de la extrema derecha y manipulan estos miedos.

El rápido fortalecimiento del movimiento colectivo Alternativa por Alemania (AfD), en el que militan muchos defensores de los Pegida, ha contribuido a un cambio más persistente en el escenario político. Este movimiento preparó entretanto un programa de partido y en las elecciones regionales consiguió el primer golpe con resultados de dos cifras en tres estados. Si sigue así, entrará en el parlamento en las próximas elecciones del Bundestag. Su electorado procede de extractos de todos los partidos y está formado por personas que ya no ven tuteladas sus preocupaciones. La AfD vio la luz, de hecho, durante la crisis financiera, pero encontró su catalizador con la crisis de refugiados. En su orientación programática, persigue un nacionalismo comparable al Frente Nacional francés. En nombre de la prioridad de intereses de Alemania, se sitúa contra una nueva llegada de migrantes, pretende la retirada del euro y de la UE y pone en cuestión la OTAN. Sin embargo, desde el punto de vista de la política social, en ella se encuentran muchas de las instancias defendidas en el pasado por la CDU, como por ejemplo las políticas familiares o la defensa de la vida.

La integración del islam se sitúa entre los mayores desafíos. Es verdad que una gran parte de los casi cinco millones de musulmanes se integró hace tiempo en Alemania, pero también se han desarrollado sociedades paralelas, como en Berlín o en centros de alta concentración urbana e industrial de Renania septentrional y Westfalia. Las asociaciones que representan a la minoría de musulmanes practicantes son en parte rigurosamente conservadoras. Muchos religiosos llegan del exterior, sobre todo de Turquía y del Magreb, y no hablan alemán. Lo que se enseña y predica en las mezquitas no es accesible al gran público. La exigencia realizada por muchos exponentes de la Iglesia y de la política para confrontarse con el potencial de violencia presente en sus comunidades ha tenido hasta ahora escasas consecuencias prácticas. La fuerte oleada de inmigración procedente de una zona cultural islámica muy conservadora no hace que la situación sea precisamente más fácil. El hecho de que la política tienda a descuidar este tema es uno de los motivos que explican el ascenso de los populismos de derecha. En definitiva, la crisis de los refugiados ha provocado un terremoto político y ha despertado la pregunta sobre la identidad de Alemania y de la propia Europa.

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