La crisis de los refugiados pone Alemania patas arriba (I)

Mundo · Christoph Scholz
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3 enero 2017
“Alemania es un país fuerte. Hemos sido capaces de hacer muchas cosas. ¡Con esto también podremos!”. Este “yes, we can” de la canciller Angela Merkel el 31 de agosto de 2015 ha dividido las almas de los alemanes. Forma parte de la “cultura de bienvenida” a los refugiados, sobre todo de Siria, Afganistán e Iraq, que se debate en toda Europa. Con la crisis de los refugiados, la República federal se enfrenta al mayor desafío desde los tiempos de la reunificación. Su comportamiento decidirá, desde Berlín, el futuro de Europa.

“Alemania es un país fuerte. Hemos sido capaces de hacer muchas cosas. ¡Con esto también podremos!”. Este “yes, we can” de la canciller Angela Merkel el 31 de agosto de 2015 ha dividido las almas de los alemanes. Forma parte de la “cultura de bienvenida” a los refugiados, sobre todo de Siria, Afganistán e Iraq, que se debate en toda Europa. Con la crisis de los refugiados, la República federal se enfrenta al mayor desafío desde los tiempos de la reunificación. Su comportamiento decidirá, desde Berlín, el futuro de Europa.

Las motivaciones determinantes para la acogida de cientos de miles de personas que buscan protección no son exclusivamente de orden humanitario sino también geopolítico. Cuando en la noche del 4 al 5 de septiembre de 2015, Angela Merkel y el entonces canciller austriaco Werner Faymann acordaron la apertura de fronteras y el libre paso de un flujo de refugiados que nunca se había visto desde la Segunda Guerra Mundial, se trataba de aplacar una situación de necesidad de decenas de miles de personas que necesitaban protección, pero también de ganar tiempo para una solución política. Todavía prevalecía la convicción de Merkel de que la UE, una de las grandes regiones del bienestar del mundo, con más de 500 millones de habitantes, debería ser capaz de acoger al menos al mismo número de refugiados que el Líbano, Turquía o Jordania. En el origen de esta crisis se sitúa una serie de lagunas esenciales de la política europea. La UE nunca se había movilizado seriamente para buscar una solución al conflicto sirio. Cuando el Programa Mundial de Alimentos redujo después las raciones de los campos de refugiados en Siria debido a los recortes, comenzó la oleada de refugiados. Las autoridades gubernamentales responsables tampoco reconocieron el alcance de aquellos signos claros de la inminente afluencia de personas. También faltó en los estados de la UE la voluntad de ponera punto una política común de asilo.

Según el Tratado de Dublín, que prevé que los migrantes deben pedir asilo en su país de entrada al territorio europeo, en Alemania debería haber poquísimos refugiados. Puesto que Alemania tiene muy poca frontera exterior a la Unión, el peso recae sobre todo en los países meridionales, que durante mucho tiempo han dejado partir a la mayoría de los refugiados hacia el norte sin registrarlos. Con la “cultura de bienvenida”, Alemania se ha convertido en el principal país de llegada (junto a Suecia). Además, la República federal registra también un crecimiento económico estable, busca trabajadores especializados y paga grandes prestaciones sociales a los refugiados. De hecho, allí viven ya muchos inmigrantes procedentes de Oriente Medio.

Cuando en el verano de 2015 la inmigración empezó a aumentar de manera dramática, Alemania se enfrentaba a la alternativa entre atenerse estrictamente al Tratado de Dublín y cerrar sus fronteras, o acoger a los refugiados que llegaban en masa para frenar la situación. El gobierno federal decidió por la segunda opción. “La canciller ha querido estar a la atura e la responsabilidad de Alemania como potencia central”, subraya el historiador berlinés Herfried Münkler. En otras palabras, un cierre de fronteras por parte de Alemania, potencia centroeuropea, habría significado el final de la zona Schengen y el inicio de la desintegración de Europa. Aún más, una congestión de cientos de miles de refugiados en la ruta balcánica habría llevado al derrumbe del ordenamiento estatal en los frágiles países del sudeste europeo, como Macedonia, Albania o Bosnia-Herzegovina, con una oleada de refugiados dentro de Europa procedentes de estos países que podría ser aún mayor que el primer flujo de 2015 desde los mismos países balcánicos.

A partir de ahí se desarrolló una estrategia de política exterior con los siguientes objetivos:

– Proteger las fronteras europeas exteriores para mantener totalmente abiertas las fronteras internas.

– Repartir equitativamente los gastos de acogida de los refugiados.

– Transformar la migración ilegal en un proceso ordenado para seguir ofreciendo protección a los refugiados según la Convención de Ginebra, expulsando rápidamente a los que no tengan derecho de asilo y reduciendo el crimen organizado, el contrabando y el comercio de seres humanos.

Alemania ha seguido este plan en las cumbres de la UE, pero hasta hoy solo se ha cumplido en parte. Un punto clave es el acuerdo con Turquía y otros países para la repatriación de los solicitantes de asilo expulsados. De este modo el gobierno federal espera poder asegurar las fronteras externas de la UE sin convertir Europa en una fortaleza que rechaza a los que buscan protección, algo que estaría en profunda contradicción con los valores humanitarios fundamentales de Europa. Tal modo de proceder –junto a otro gran número de medidas de política exterior– vale también como modelo para relacionarse con los vecinos norteafricanos del Mediterráneo. De hecho, aún está sin resolver el reparto de gastos en la UE y la creación de un derecho común de asilo, aunque existen algunas propuestas de la Comisión Europea. Todavía no se espera ninguna reforma de la convención de Dublín. Con los llamados hotspot –grandes centros de acogida en Grecia e Italia– se espera al menos obtener un registro coordinado y un sistema de acogida ordenado. Sin embargo, en otros países europeos tampoco funciona el reparto acordado de los que son acogidos en su territorio. Los estados meridionales y orientales de la UE, y también Francia, se niegan a acoger a un número mayor y consideran la cuestión de los refugiados como un problema principalmente alemán o noreuropeo. Sobre todo el gobierno de Hollande para contener el avance del Frente Nacional. Además, el tratado con Turquía se encuentra con una creciente resistencia especialmente por parte de la oposición y las ONG, que acusan a Berlín y a la UE de convertirse así en dependientes de Erdogan en sentido único.

Precisamente del acuerdo con Ankara emerge con claridad el lado pragmático de la realpolitik del gobierno alemán. Ha sido la manera de contener sensiblemente el flujo de refugiados. Que esto haya sucedido gracias también al cierre de la ruta balcánica por parte de Bulgaria y Austria pertenece a las contradicciones de esta política. El gobierno federal ha sido acusado al mismo tiempo de falta de comunicación por actuar individualmente.

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