La crisis como metamorfosis
El sentido etimológico de crisis, palabra de origen griego, es una estructura sometida a un proceso de cambio. A ese proceso de cambio los griegos lo llamaban metamorfosis. Me parece bastante claro que la actual situación de crisis está empezando a dar lugar a un proceso de metamorfosis que nos provoca una gran incertidumbre.
La incertidumbre es el principal elemento de estos tiempos en los que el modelo económico se ha derrumbado y muchas de las cosas que nos parecían seguras ya no lo son tanto. Junto a los cuatro millones y medio de parados, la quiebra de las cuentas públicas y un insoportable endeudamiento externo, podemos detectar en la sociedad española una inquietante quiebra de nuestro sistema de valores, que agudiza ese sentimiento de zozobra.
Sería un ejercicio de maniqueísmo echar la culpa de lo que está sucediendo a los Gobiernos de Zapatero durante los últimos siete años porque la realidad es mucho más compleja. Todos somos responsables de lo sucedido. Y lo somos porque nos hemos limitado a viajar en la cresta de la ola de la prosperidad económica sin cuestionarnos su viabilidad ni plantearnos su coste.
Era evidente que el crecimiento económico no se podía basar en un despilfarro sostenido, en la explotación abusiva de los recursos naturales, en la especulación financiera y en el culto al éxito a corto plazo. Todos esos factores son los que nos han llevado a una crisis que nadie quería predecir aunque era totalmente previsible. Por supuesto, la clase dirigente, las elites económicas y políticas, siguieron pedaleando hacia el desastre por miedo a caerse de la bicicleta. Pero la sociedad se dejó arrastrar por la locura del consumismo y el espectáculo mediático.
Ahora toca hacer frente a una dura realidad e iniciar profundas reformas cuyo coste nadie quiere asumir. Pero el principal problema es que seguimos sin saber a dónde vamos porque carecemos de una escala de valores adecuada para orientarnos en la tormenta.
Sería todo mucho más sencillo si fuéramos capaces de establecer nuestras prioridades, pero no lo somos porque seguimos anclados en el parámetro del bienestar material y el consumismo como ejes de nuestra existencia. Me parece evidente que la salida a esta situación debe buscarse en objetivos que tengan mucho más que ver con la satisfacción espiritual del ser humano que con la economía pura y dura.
Soy consciente de que lo que propugno es utópico, pero creo que ha llegado el momento de volver a los ideales políticos y morales que hemos olvidado con tanta facilidad, pero que fueron muy importantes en la Europa de los años 30 cuando el comunismo y el fascismo luchaban a muerte. Tenemos que recuperar el sentido del compromiso, de la justicia, de la decencia y de tantas cosas que hemos perdido pero que son básicas para vivir. Ojalá que la dolorosa metaformosis que estamos atravesando sirva para hacer un mundo más justo.