La ciudad armoniosa
Según Péguy cada individuo tiene una autoridad de competencia, tiene el poder y la capacidad de juzgar y trabajar para la producción cívica. Esta autoridad es contraria a cualquier mando, imposición o inhibición que provenga de fuera.
Este anarquismo original de Péguy, que le hizo dejar en 1899 el partido socialista, postula que no debe existir ninguna autoridad impuesta desde fuera en nombre de una unidad que posicione a algunos contra otros. «Aquello que conviene o no, será la razón a decidirlo». El principio de la conveniencia es el criterio usado para la construcción de la ciudad armoniosa donde cada sujeto “puede realizarse según su belleza personal”. Esta autoridad de competencia, por tanto, no admite rivalidad, solo cooperación y colaboración.
Este dogma laico de Péguy tenía una traducción preciosa en la consideración de Dios. Si Dios quería mostrarse en la historia y justificar su existencia, tenía que usar medios leales, plenamente humanos y si quería construir su ciudad, la ciudad de Dios, debía ser juzgado por sus frutos cívicos. Tenía que ser un Dios que colaborara y cooperara lealmente con el hombre. Debía tratar al hombre como un igual, como alguien con el que se discute, no como el patrón que se soporta.
Leyendo estas ideas de un magnífico libro, El pensamiento de Cristo del chileno Agostino Molteni –que Dios quiera que en breve salga en España–, recuerdo el tema de la sinodalidad propuesto por este increíble Papa que parece adelantado diez años a su tiempo.
Frente a la tentación tan extendida en todos los ámbitos humanos de gobernar y utilizar la autoridad como imposición del modo propio de pensar y del beneficio propio, existe otra posibilidad que es la de sumar, la de entender la «autoridad de competencia» de cada individuo cuyo origen está en el mismo divino, en su vocación y dones que Dios le ha dado. No podrá existir unidad ni ciudad armoniosa ninguna sin la promoción, colaboración o cooperación de todos.
Y ¿qué miedo tenemos si el mismo Dios escogió como socio y partner al hombre para la construcción de la ciudad armoniosa?
No se puede olvidar que la historia terrena de Jesús fuera parte indispensable de la eternidad. Jesús no se aisló del mundo con discursos abstractos y eternos que nunca sucedían, sino que utilizó la caridad como método terreno para hacer la guerra al mal, luchando con medios humanos para poner solución al mal universal.
Jesús, Dios, buscó y busca amigos –partners– que no súbditos.