La cinta blanca
Harina de otro costal es su propuesta, diríamos, ideológica. En La cinta blanca, Haneke quiere indagar sobre los orígenes culturales del fascismo europeo, y para ello se sitúa a principios del siglo XX en un pequeño pueblo del interior de Alemania. El cineasta bávaro recrea una intrahistoria que le permite descubrir, a la carta, los orígenes primarios de la intolerancia nazi. Y los encuentra en tres realidades: la religión, la familia y la educación. ¿En qué sentido? La religión que presenta es de un puritanismo protestante que deja atrás a Bergman, de un moralismo atroz y con una obsesión enfermiza con el sexo. La familia encarna un modelo autoritario, machista, sin asomo de cariño ni libertad. Y la educación participa de la misma esclerosis descrita. El propio Haneke lo deja claro en sus declaraciones de presentación del film: "Si se considera un principio o un ideal como algo absoluto, sea político o religioso, se convierte en inhumano y lleva al terrorismo". Dicho de otro modo y obedeciendo a la lógica: como la religión por definición se asienta sobre la afirmación del Absoluto, es necesariamente nociva y violenta.
El hecho de que esta película haya recibido la Palma de Oro en Cannes no hace sino confirmar el rancio abolengo ideológico de este film, enraizado en el laicismo europeo más decimonónico. También ha sido nominada al Globo de Oro como mejor película extranjera, y seleccionada por Alemania para competir en los Oscars. Es cierto que el concepto de culpa arraigado en determinadas zonas luteranas ha generado una antropología que fácilmente se vuelve contra el hombre, pero el nazismo tiene una esencia radicalmente pagana y enfrentada al cristianismo. En fin, una película que se entrega en un envoltorio sólido, competente y eficaz, un planteamiento sectario más que discutible.