“La carta de Ratzinger es un ejemplo de responsabilidad”

Entrevistas · Paolo Rodari
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15 febrero 2022
El cardenal Angelo Scola, 80 años, vive a orillas del lago de Oggiono, donde se retiró tras finalizar su tarea como arzobispo de Milán. Inmerso en un paisaje espectacular, sigue con atención la actualidad internacional y eclesial. Publicamos a continuación, la entrevista que ha concedido al diario italiano La Repubblica.

Tras la carta de Benedicto sobre los abusos en Múnich, ¿es necesaria una investigación similar en otros países, como Italia en su caso?

En ese caso son los obispos italianos quienes deben decidir. En cualquier caso, se haga una investigación o no, lo más urgente es ir a la raíz del problema. Estamos pagando las dificultades de una vida eclesial que tras la segunda guerra mundial llenó las parroquias de gente con diversas asociaciones que pululaban con compromiso y fervor, sin preguntarse el “por qué” ni el “por quién” de ese compromiso, por qué se iba a misa de forma masiva, por qué la gente hacía voluntariado. Prevalecía la convención sobre la convicción. De ahí, de no entrar en las razones profundas de la práctica religiosa y del compromiso social, surgió una deriva una descristianización real, con todas sus consecuencias.

¿Cuál es entonces el mal de la Iglesia?

Francisco cita al teólogo De Lubac, que habla de “mundanización de la Iglesia”. Se trata de nuevas formas de pelagianismo y gnosticismo que atacan a la Iglesia desde dentro. El Papa se refiere a dos herejías de los primeros siglos que, en su opinión, y obviamente con todos los matices necesarios, siguen teniendo una actualidad alarmante. Una es el gnosticismo, una fe encerrada en el subjetivismo, donde únicamente interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que se cree que pueden confortar e iluminar, pero donde el sujeto queda en definitiva encerrado en la inmanencia de su razón o de sus sentimientos. La otra es el pelagianismo autorreferencial de aquellos que únicamente confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a los demás porque observan ciertas normas o porque son inamoviblemente fieles a un determinado estilo de vida. Mientras que la salvación, incluso ante crímenes tan terribles como la pedofilia, viene por medio de mujeres y hombres que acogen la gracia de Cristo y ayudan a preguntarse “por qué” y “para qué” siguen al Señor. Ahí radica nuestra esperanza.

¿Qué le parece la carta?

Leerla me ha confirmado algo que aprendí de él durante todos estos años, desde 1971, sobre su manera de ser y actuar, siendo consultor y miembro de la Feria IV de la Doctrina de la Fe. Ratzinger es un hombre que estructuralmente se concibe al servicio de la verdad. También lo ha afirmado el padre Lombardi en L’Osservatore Romano: Benedicto sirve a la verdad. Formular la hipótesis de que él ha elegido el camino de la mentira para defenderse o incluso, como alguien ha dicho, que ha diseñado una estrategia, es absurdo, como la propia carta y la nota técnica demuestran.

¿Cree que así va al fondo de la responsabilidad que le reclama el informe?

Es una carta profunda, totalmente ratzingeriana, que muestra la voluntad de vivir un sentido de comunión eclesial asumiendo sobre sus espaldas la responsabilidad de lo que hiciera cualquier miembro de la Iglesia y de todo el pueblo de Dios, para bien o para mal. Para mí es un testimonio clamoroso, en un tiempo de individualismos donde todo tiende solo a justificarse y a decir “yo estoy al margen de esa responsabilidad, no tengo nada que ver, cada uno que haga lo que quiera”.

Pero las responsabilidades son ante todo personales.

Siempre son personales, pero hay una solidaridad implicada en la comunión que es el bien más importante que trajo Cristo. Él fue el primero en dar ejemplo. Cristo ve el oprobio del pecado que parece impedirle toda comunicación con el Padre y, en vez de huir, toma sobre sus espaldas el pecado de todos, lo asume hasta el fondo en el ignominioso madero de la cruz.

Benedicto escribe que pronto se encontrará frente al juez definitivo de la vida. Y que puede tener motivos para el temor pero también para la alegría.

La carta muestra a un hombre que, a la sombra de la muerte, se entrega. Este es el sentido más verdadero del abandono. Las fatigas y las pruebas de esta larga vida no le quitan la felicidad. Ve ante sí el sufrimiento de las víctimas y siente vergüenza por este crimen terrible que es la pedofilia, pero también sabe que, de la entrega en la cruz de su amigo Jesús –como él dice–, puede brotar la imploración del perdón.

¿Cree que este texto lo ha escrito él realmente?

La última vez que me encontré con Ratzinger le vi mucho mejor que yo en cuanto a la agudeza y la memoria. Está muy frágil físicamente, habla con un hilo de voz, necesita tener a alguien cerca para que le ayude a hacerse entender ante su interlocutor, pero su mente está aún muy despierta. Me recordó ciertos detalles de nuestra amistad que yo había olvidado completamente.

Entrevista publicada en La Repubblica

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