La capacidad de resistencia y el curso de los acontecimientos
Hay analistas políticos que se pasan la vida esperando a que sucedan determinados acontecimientos que ellos han previsto. No pueden dar una fecha exacta de cuándo sucederán, aunque están convencidos de que existe una cierta lógica en los acontecimientos que tarde o temprano les dará la razón. Respecto a Donald Trump, decían que con una campaña llena de provocaciones, insultos y meteduras de pata, el multimillonario perdería frente a Hilary Clinton. ¿Quién habría de estar tan loco como para votar a un individuo impresentable? Cuando ganó, hubo quien apeló a su falta de experiencia para insistir en que la realidad pondría a Trump en su sitio. El nuevo presidente sería posibilista y se convencería de que muchos puntos de su programa eran imposibles de realizar. Ya ha pasado más de un mes de la toma de posesión, y el candidato no se diferencia demasiado del presidente, aunque el reciente discurso del Estado de la Unión ha hecho que algunos observadores de la realidad política consideren que Trump también sabe, si quiere hacerlo, utilizar un tono distendido. Un ejemplo de un cambio en las formas pero no en el fondo del enfoque del inquilino de la Casa Blanca.
Ciertos detractores de Trump echan mano de la Historia para predecir el futuro. Se acuerdan de Richard Nixon y el Watergate, e incluso de Andrew Johnson, el sucesor de Lincoln, al que una mayoría republicana quiso someter al impeachment. Esperan que un escándalo periodístico o una rebelión entre los legisladores republicanos terminen con la destitución del presidente antes de acabar su mandato. De lo primero hay tema más que suficiente, pero si los medios no han podido acabar con el Trump empresario, no lo tienen más fácil con el Trump presidente. Respecto a la inminente rebelión republicana, cabe preguntarse, a día de hoy, quién está prisionero de quién: ¿Donald Trump del establishment republicano, o el establishment republicano de Donald Trump? Los legisladores conservadores han de andarse con ojo, pues una buena mayoría de sus electores ha votado por el presidente que les incomoda.
Otros críticos ponen sus esperanzas en los nombramientos efectuados por Trump. Tenemos el caso de Michael Flynn, de efímera trayectoria como consejero de seguridad nacional, si bien se ha considerado un acierto que el presidente haya designado al general Herbert McMaster como su sucesor. El motivo es que el carácter independiente de este militar, que no tiene reparo a decir lo que piensa, es visto como un contrapeso a la actitud impulsiva de Trump. El problema es que el comandante en jefe puede destituirle cuando quiera. Recordemos el caso del general Stanley McChrystal, que acreditó su experiencia en la lucha contra la insurgencia en Iraq, pero sus críticas a la Administración Obama en Afganistán llevaron a su inmediata destitución. McMaster, de acreditada experiencia en Iraq y autor de una brillante tesis doctoral sobre los errores de la Administración Johnson en Vietnam, tiene derecho a cuestionar a algunos miembros del entorno presidencial, si bien no puede salirse de su limitado papel de “consejero de príncipes”. Por lo demás, si aceptamos la idea de que Trump dirige la Casa Blanca al modo del presidente de una gran empresa, tendremos que admitir que los subordinados, por muy expertos que sean, están sometidos a la voluntad del todopoderoso mayor accionista de la corporación. Creer que Trump ha nombrado a personas de un acreditado currículo con el objetivo de descargar sus responsabilidades o suplir su falta de experiencia en temas políticos, es no haber entendido nada.
El candidato Trump presumió durante su campaña de tener “stamina”, que podría traducirse por capacidad de aguante. No le importa verse cercado porque está convencido de que la última palabra la tienen los electores. Son ellos los que valorarán su capacidad de resistencia, a veces incluso más que las realizaciones efectivas de su gobierno. La resistencia es un requisito indispensable en el combate contra la competencia en el mundo empresarial, en el que muchas veces se hace una plena realidad aquello de “el que resiste, gana”. Todo nacionalista, como el defensor del eslogan “America First”, es un resistente nato. Sin embargo, no creamos que apuesta por la pasividad. En absoluto, pues Trump tiene la cualidad de aprovechar el curso de los acontecimientos para que influyan en su favor. Lo decía Marco Bruto, uno de los personajes del mejor teatro anglosajón, el de Shakespeare y su Julio César: “Existe una marea en los acontecimientos humanos que si se toma en pleamar, conduce a la fortuna; pero que si se evita, todo el viaje de la vida resulta superficial y miserable; nosotros navegamos ahora en esa pleamar y debemos tomar la corriente cuando es favorable o perder aquello que arriesgamos”. No lo decía mejor Bismarck cuando hablaba de que el estadista no puede obrar por sí mismo, solamente puede aguardar y escuchar, hasta oír resonar la voz de Dios sobre los acontecimientos y, entonces, saltar adelante y agarrar la punta de su manto. Lo que no está tan claro es si el canciller alemán sabía distinguir entre la voz divina y la suya propia.
Todo esto viene a cuento porque el escritor y periodista Mark Danner, un crítico de Trump, afirma que el presidente sabría aprovechar el acontecimiento si se produce un nuevo 11-S en suelo norteamericano. En ese momento la lucha de Trump contra las élites intelectuales y políticas podría transformarse en la página heroica de la resistencia de un pueblo contra un agresivo espíritu del mal encarnado por el terrorismo islamista. Lo peor de ese tipo de discurso político, impregnado de recursos emocionales, es que tiende a convertir en cómplice del terror, aunque solo sea por omisión, a cualquier voz discrepante.
En resumen, Donald Trump será para sus oponentes un adversario duro de pelear. El principal punto débil de este genio de la táctica, que no de la estrategia, es que esté demasiado seguro de sí mismo y sea incapaz de percibir todas y cada una de las consecuencias del curso de los acontecimientos.