La Belleza encerrada
En las salas de exposiciones temporales (Jerónimos) El Prado ha diseñado las diecisiete estancias, recogidas y acogedoras en las que se presenta esta colección, con un original montaje, provisto de vanos, que nos permiten introducirnos en espacios y obras de otras épocas, entrelazando de esta manera el discurso de la exposición que comienza con la escultura clásica grecolatina, origen de la proporción y medida determinantes del arte europeo. Es Atenea Parthenos, miniatura de mármol romana, copia de la original crisoelefantina (oro y marfil) que Fidias (s.V a.C) tallara, con 12 metros de altura, para el Partenón de Atenas. Tras ella por una ventana, asoma la cabeza de Felipe II y más allá la escultura de Meleagro con sus atributos de caza, renacentistas ambas. Por otra ventanita a la izquierda sigue la proyección clásica, en las dos esculturitas del manierista Greco, son Epimeteo y Pandora, que vestidas le servían de modelo para sus pinturas. Y es que el vanguardista cretense, que además era arquitecto, estaba inscrito en Roma, en el Gremio de Pintores de San Lucas, como miniaturista.
Y luego siguen las pequeñas escenas, sobre la vida de la Virgen, de la predella de la Anunciación de Fra Angélico. Y el Bosco, coleccionado por Felipe II, también mínimo en las pinturas ´costumbristas´ de esta célebre mesa de los siete Pecados Capitales. Y el bellísimo autorretrato de Durero, o esta joya que es la Sagrada Familia del Cordero de Rafael, firmada por el autor en la cinta dorada del escote de la Virgen. La intimidad de María y el Niño pocos la recogen como el Divino Morales. El Greco de los inicios, y Rubens siempre espectacular. Velázquez y el paisaje, o el costumbrismo sarcástico de Teniers, contratado por el coleccionista y archiduque Leopoldo. Siempre genial Goya, prolífico en todo, esta vez en retratos y autorretrato, escenas costumbristas o religiosas. Fortuny cierra con el realismo marroquí, sus Hijos en el Jardín -obra preciosa por el formato, por los niños, por la estampa japonesa-, o como empezamos, con su Niño Desnudo en la playa de Portici, esa mancha de luz sobre la oscuridad, que es clasicismo y modernidad a la vez.
Pinturas valiosas, muchas restauradas para esta Muestra, entre esculturas, marfiles o cristales, todo ello con la exquisitez por medida. Esta es la riqueza, y aún lo que nos queda por ver, que hace del Prado el mejor museo de pinturas del mundo.