ENTREVISTA A MASSIMO BORGHESI

`La belleza desarmada es la vía de la misericordia`

Cultura · Juan Carlos Hernández
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7 marzo 2017
Conversamos con el filósofo italiano Massimo Borguesi a propósito de algunos de los contenidos del libro ´La belleza desarmada´, de Julián Carrón.

Conversamos con el filósofo italiano Massimo Borguesi a propósito de algunos de los contenidos del libro ´La belleza desarmada´, de Julián Carrón.

Una de las tesis principales del libro es que la Ilustración afirma adquisiciones fundamentales originadas en el cristianismo, como el concepto de persona o libertad, pero quiere prescindir de la experiencia que había permitido que surgieran plenamente. ¿Qué le parece dicha afirmación? Si esto es así, ¿de qué modo este cambio de mentalidad afecta también al pueblo cristiano?

La “autonomía” de los valores cristianos respecto de la fe era uno de los postulados de la cultura ilustrada. El proceso de secularización fue intenso, por parte de la cultura europea, como apropiación del humanismo cristiano separado de Cristo. El juego funcionó mientras la realidad popular todavía era cristiana, pero luego se reveló imposible. Los valores cristianos viven en relación con Cristo, separados de Él mueren. Era lo que decía con total lucidez Romano Guardini en los años del nacionalsocialismo. En el contexto actual, la difusión, después del ’89, del agnosticismo positivista-libertino, tecno-hedonista, llevó a la desaparición de los últimos residuos de la ética cristiana en favor de un modelo de vida fuertemente selectivo. Por ello, una vida solo es digna si es plenamente feliz, saciada, o si se corresponde con los parámetros de la sanidad (bio-psíquica), de la juventud, del éxito, de la riqueza. Fuera quedan aquellos que el papa Francisco llama los “descartados”, los débiles que no tienen derecho de ciudadanía. El fracaso del proyecto ilustrado consagra la actualidad de Nietzsche: solo los “mejores” tienen derecho a existir. Es el triunfo del modelo tecnocrático al servicio del principio del placer. Esta ecuación entre vida-potencia-felicidad, una ecuación que recuerda al pensamiento de Spinoza, en realidad es una confesión de “impotencia”. Nuestros contemporáneos, privados de esperanza, como documenta el agnosticismo radical, están indefensos ante las tragedias y los dramas de la vida. Es como si la capacidad de soportar el mal y el dolor hubiera desaparecido. El Edén prometido es un escenario de cartón que se derrumba al primer soplido del viento. Ante este proceso, muchos cristianos siguen apegados a la idea de una “cristiandad” que ya no existe, consternados ante el avance de una deriva antropológica que no reconoce sacralidad alguna a la vida. Donde una actitud “reactiva” lo apuesta todo a la defensa de determinados valores, que a nivel público se ven continuamente eliminados por la cultura dominante.

Frente a la afirmación de Ratzinger: “Hoy no es en modo alguno evidente de por sí lo que es justo respecto a las cuestiones antropológicas fundamentales y pueda convertirse en derecho vigente”. En un contexto de desmoronamiento de las evidencias, ¿cuál es la labor que tenemos que afrontar los católicos para construir la vida en común? ¿Cuál es el modo más inteligente de llevarlo a cabo?

El libro de Julián Carrón, La Belleza Desarmada, indica ya en el título el camino que recorrer. Este coincide con la “vía de la Misericordia” propuesta por el papa Francisco para el tiempo presente. El cristiano, en un mundo marcado por el nihilismo y el desmoronamiento de las evidencias, está llamado a poner de manifiesto una modalidad distinta de existir, una modalidad que se fundamenta sobre la gracia y no sobre la técnica, sobre el ideal utilitarista-tecnocrático. El cristiano es aquel que representa la “excedencia”, un plus que la sociedad actual ha olvidado, que ya no conoce. Hans Urs von Balthasar, el mayor teólogo del siglo XX, afirmaba que después del camino teo-cosmológico de los antiguos y el antropológico de los modernos, hoy “solo el amor es creíble”, como decía el título de un libro suyo de 1963. Romano Guardini, en las últimas páginas de “El fin de la modernidad”, indicaba en la “caridad” el elemento ignoto, el punto que diferencia al cristiano tras el fracaso general de los valores secularizados derivado de la Ilustración. Para Carrón, solo la experiencia del hecho cristiano, la “experiencia” y no la adhesión formal a los dogmas o a la tradición, puede generar hombres en los que la fe se exprese como una humanidad nueva. No cristianos “reactivos”, resentidos, amargados, en guerra con el mundo, sino personalidades libres, apasionadas por los fragmentos de bien que de hecho se encuentran en el presente. Puntos luminosos de fraternidad, de compasión, de ternura. Médicos y enfermeros de ese hospital de campaña que es, y debe ser, la Iglesia del siglo XXI.

Acerca de los católicos comprometidos en el ámbito público y político, se habla en el libro de un compromiso “crítico y de contención, dentro de los límites de lo posible, de los efectos negativos de los meros reglamentos y de la mentalidad que está en su origen”. También en política, ¿sirve el método del testimonio? ¿En qué se concreta esta labor “crítica y de contención”?

El testimonio es eclesial, social, cultural y político. Es uno y multiforme, según las diversas modalidades sugeridas por los diferentes ámbitos. El error de los cristianos “reactivos”, los “cristianistas”, no está en la defensa (justa) de ciertos valores, sino en creer que de su presencia depende el “renacer” cristiano hoy en día. En realidad, la tutela de la vida, la que nace y la que muere, es un factor de gran importancia y los cristianos deben batirse en la sede pública por la tutela de estos valores. De ellos depende el nivel de civilización de un pueblo. Sin embargo, la civilización no indica el renacer de la fe. Esta depende de otra cosa. Como afirma el papa Benedicto en Deus Caritas Est, citado por el papa Francisco en Evangelii gaudium: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva». Es el testimonio, un testimonio de misericordia, que hace posible el encuentro con una Presencia que permite, hoy, una modalidad nueva de existir, ya no sometida al paradigma democrático.

No bastan leyes antiabortistas para mantener viva la convicción de que la vida es un bien. ¿Se trataría de primar la conversión del corazón del hombre más que el esfuerzo noble por cambiar las leyes?

La oposición al aborto, unida al compromiso por hacer posible la condición de una maternidad sostenible, son dos momentos de un compromiso noble. Es importante pero no suficiente. La cuestión es que estas leyes llegan porque la vida, la vida que es “frágil”, ya no se percibe como algo importante. La cultura de la vida pasa a través del testimonio de algo que “excede” la vida. Por eso el testimonio de la fe es lo que hoy “primerea”. De ahí la invitación del Papa, recogida por Carrón, sobre el valor prioritario del “kerygma” respecto a la doctrina moral. Prioritario no significa excluyente. No se trata de favorecer una retirada espiritual o teorizar sobre la Iglesia de las catacumbas, sino de comprender que el compromiso público solo asume su sentido propio dentro de un compromiso de testimonio, personal y comunitario, de la Iglesia en general. Mientras que el trabajo de las instituciones no concierne directamente a la Iglesia sino a los laicos comprometidos, el trabajo del testimonio afecta a la totalidad de la Iglesia. En un mundo neopagano, postcristiano, la novedad de la fe puede volver según modalidades sencillas, esenciales, no gravadas por el peso de la tradición y de la historia. De encuentro personal en encuentro personal: igual que hace dos mil años.

¿En qué medida una identidad clara de uno mismo ayuda al encuentro con el otro que piensa distinto?

Identidad significa autoconciencia de lo que uno ha encontrado. Para un cristiano esto deriva de la experiencia de la “gracia”, de algo que ha sucedido y no depende de nosotros, no es mérito nuestro. De otro modo, la “identidad” se convierte en una construcción ideológica que termina en la dialéctica amigo-enemigo. La palabra “cristiano” significa ser-de-Cristo, pertenecerle a Él. Esta pertenencia no cierra sino que abre al mundo, a las heridas del mundo, a su sed de felicidad, de bien, de verdad. El encuentro es sencillo, humano, no pretende nada, ni siquiera que el otro se haga cristiano porque eso es obra de Dios y no del hombre. El encuentro es la Misericordia de Dios que abraza al hombre que ya no cree en la posibilidad de volver a empezar, de comenzar de nuevo.

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