Editorial

La batalla del otoño

Editorial · Fernando de Haro
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31 agosto 2020
Melania lució la semana pasada en la Convención Nacional de los Republicanos, para apoyar a su marido, un traje verde con hombreras anchas, botones metálicos, falda por debajo de las rodillas y un cinturón que le ceñía la chaqueta. El estilo recordaba claramente el de un oficial del ejército. Melania es conocida por los mensajes que lanza a través de sus atuendos. Explican los especialistas en la primera dama de los Estados Unidos que cuando está enfadada con su marido recurre, por ejemplo, a los trajes de corte masculino. Melania quiso dejar claro la semana pasada que está preparada para la batalla. ¿Qué batalla? ¿Contra los demócratas liderados por un candidato demasiado viejo? ¿Contra la segunda ola del coronavirus? ¿Contra la crisis económica? La batalla para que la está preparada Melania es la batalla del temor. De esa batalla depende la recuperación de la intención de voto de Trump, que sigue por detrás de Biden en las encuestas.

Melania lució la semana pasada en la Convención Nacional de los Republicanos, para apoyar a su marido, un traje verde con hombreras anchas, botones metálicos, falda por debajo de las rodillas y un cinturón que le ceñía la chaqueta. El estilo recordaba claramente el de un oficial del ejército. Melania es conocida por los mensajes que lanza a través de sus atuendos. Explican los especialistas en la primera dama de los Estados Unidos que cuando está enfadada con su marido recurre, por ejemplo, a los trajes de corte masculino. Melania quiso dejar claro la semana pasada que está preparada para la batalla. ¿Qué batalla? ¿Contra los demócratas liderados por un candidato demasiado viejo? ¿Contra la segunda ola del coronavirus? ¿Contra la crisis económica? La batalla para que la está preparada Melania es la batalla del temor. De esa batalla depende la recuperación de la intención de voto de Trump, que sigue por detrás de Biden en las encuestas.

El editorialista del New York Times, David Brooks, aseguraba este fin de semana que las elecciones presidenciales de los Estados Unidos las va a ganar quien sepa usar mejor el miedo. El resultado estará en función “de cómo los dos rivales manejen la percepción de cuáles son las amenazas” que ponen en peligro la seguridad personal de los estadounidenses. Ganará el candidato que mejor “nos persuada de aquello que debemos temer”. Es una lucha no en el campo de los hechos sino de las percepciones. Brooks venía a sugerirle a Biden que era imposible sustraerse a esta dinámica. Y el columnista del New York Times sugería al candidato demócrata que utilizara la “extendida ansiedad por la seguridad personal”, insistiendo en que el peligro real no son los desórdenes públicos o la globalización sino la incompetencia de Trump y su destrucción del orden social. Doble ración de polarización en unas elecciones presidenciales en las que un estado patológico se considera un dato insuperable y determinante. Todo esto en un contexto en el que las redes sociales y la segmentación de las audiencias en internet están convertidas, después del confinamiento, en un modo de separar el mundo y la percepción que se tiene del mundo. Cada vez son más una realidad en sí misma que instrumentaliza, a menudo, la angustia para echarle la culpa al otro.

El ecosistema de la ansiedad no es ni mucho menos un fenómeno exclusivo de los Estados Unidos. En el centro y en sur del continente americano esa ansiedad no la provoca la guerra de las percepciones sino la inminencia de una nueva década perdida. América Latina representa el ocho por ciento de la población mundial, pero ha registrado ya el 40 por ciento de los contagios mundiales por Covid. Brasil es el segundo país del mundo por muertos. El PIB caerá este año casi un 10 por ciento y la recuperación será muy lenta. La América de habla hispana, que ya es una de las zonas más desiguales del planeta, verá aumentar la desigualdad. A su lado la Unión Europea tiene menos que temer, pero el desconcierto, la angustia no conoce estadísticas. Sobre todo porque el hecho de que la primera y la segunda ola hayan sido tan seguidas ha provocado una “fatiga del optimismo”. Es difícil seguir manteniendo los estúpidos lemas que aseguraban que todo iba a ir bien o que la recuperación sería en uve cuando las previsiones han saltado por los aires.

La enfermedad, la crisis económica, la inseguridad, más allá de la instrumentalización de las percepciones, son hechos. Pero quizás no son los hechos ni su percepción lo que más alimenta la ansiedad, sino la persona, la sociedad, la conciencia que tiene de sí misma viviendo esos hechos. Gran parte de ese estado patológico que nos amenaza a todos tiene que ver, seguramente, con lo que el escritor Manuel Vicent, en El País, considera un dogma: “de pronto un simple virus nos ha hecho saber que la vida de la humanidad es un episodio contingente, una aventura bioquímica sin sentido en la historia de este planeta”. La batalla, para la que no es suficiente un uniforme verde, es contra la sombra del sinsentido.

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