La América de la que no se habla
Cuando en 2015 estalló la crisis de refugiados en Europa, en la fachada de muchos ayuntamientos de España se colgaron pancartas que daban la bienvenida a los que huían de la guerra de Siria. Llegaron pocos porque el país no estaba en sus rutas ni era un destino anhelado. Ahora que ha estallado la otra crisis de refugiados, la crisis de los refugiados americanos, no se habla de ellos y España concede poco asilo y poco techo. En el último año las peticiones se han duplicado y en 2019 van a ser casi 100.000. La política con el Gobierno de Rajoy y con el Gobierno de Sánchez, con la derecha y la izquierda, ha sido la misma. España concede asilo solo a uno de cada cuatro solicitantes. Es una de las tasas más baja de toda Europa. No hay motivo alguno para negarlo. Los que lo piden vienen huyendo de Venezuela (un tercio) donde la crisis humanitaria y la persecución política hace muy difícil la vida. También de Colombia y de los países de Centroamérica duramente castigados por la violencia. Los refugiados americanos que llegan a España suelen pertenecer a la clase media, tienen un buen nivel de formación en muchos casos y el idioma y su cultura les permite una integración plena en un país con una de las tasas de natalidad más bajas de todo el Viejo Continente.
Ni acogida ni reflexión crítica. La crisis de los refugiados americanos no genera un debate público a la altura del fenómeno. La América de habla hispana que vivió muy de lejos la II Guerra Mundial está sufriendo un fenómeno histórico que no había vivido nunca. Es ya uno de los acontecimientos más decisivos desde que se produjeran las independencias. Probablemente tan importante o más que la revolución cubana o que la llamada década perdida. Sin embargo la falta de “utilidad ideológica” lo hace pasar como una cuestión puramente asistencial o humanitaria. Naciones Unidas estima que en muy poco tiempo habrá cinco millones de refugiados procedentes de Venezuela que intenten iniciar una nueva vida en los países cercanos. Con todo lo que eso supone para las políticas sociales y de integración. El fenómeno venezolano tiene proporciones descomunales pero no es el único. Ha habido cuatro millones de movimientos en el último año y la ruta desde Centroamérica hacia el norte ha tenido un intenso tránsito.
Mientras se producen estos movimientos de población, clases populares y clases medias salen a las calles de Bolivia, Ecuador, Chile, Colombia. Tampoco hay sobre esta cuestión una conversación seria. Solo se recurre a explicaciones simplistas, conspirativas. Después de décadas de análisis polarizado entre las interpretaciones liberales que denunciaban a los “redentores populistas” y las interpretaciones del socialismo del siglo XXI que cargaban contra el neocapitalismo, no parece haber más que perplejidad.
Hay quien está dispuesto a aceptar la versión que dio a finales de octubre Maduro en el Foro de Sao Paulo. El presidente venezolano aseguró, atribuyéndose la paternidad de las revueltas, “estamos cumpliendo el plan. El plan va como lo dijimos. Va perfecto el plan… Ustedes me entienden, el plan va en pleno desarrollo, victorioso´. Venezuela y Cuba no tienen a estas alturas la capacidad de sacar a la gente a la calle en el Chile de Piñera, en el Ecuador de Moreno, o en la Colombia de Duque. La teoría conspirativa hace además aguas para explicar la salida del poder de Morales, el que durante catorce años ha sido el populista (si se le puede llamar así) más suave y más eficaz en la lucha contra la pobreza. El fantasma de la revolución contra las políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI) no vuelve a recorrer América Latina, como algunos aseguran recurriendo a viejos manuales. En Argentina Macri aplicó las recetas del FMI después de solicitar el rescate y la vuelta del peronismo ha sido serena y tranquila. Como afirma Carlos Malamud “ni el imperialismo yanqui y sus aliados locales, vinculados a las oligarquías tradicionales, ni el comunismo internacional o castro-chavismo permiten explicar, más allá de las proclamas, lo que está ocurriendo en América Latina”.
La región quedó al margen de la crisis económica de 2008 gracias a la exportación de materias primas. Con todos sus desequilibrios y desigualdad, ha habido un importante desarrollo en la última época. Ahora el crecimiento se apaga. El “estado de insatisfacción” probablemente responde a fenómenos complejos. Veremos con el tiempo el peso que han tenido las expectativas defraudadas, el deseo de una mayor calidad democrática. En cualquier caso, después de décadas de “inflación discursiva”, es sorprendente el déficit interpretativo y el silencio en torno a las dos grandes sacudidas que vive América.