Entrevista a Massimo Borghesi

´La amenaza: convertir la gracia en un presupuesto, no la ideología mundana contra la recta doctrina´

Cultura · Fernando de Haro
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3 mayo 2018
El filósofo Massimo Borghesi, autor de “Una biografía intelectual. Dialéctica y mística”, libro en el que desgrana el pensamiento del primero cardenal Bergoglio y luego Papa Francisco, aborda en esta entrevista los pasajes de la carta apostólica Gaudete et Exsultate dedicados al pelagianismo y al gnosticismo.

El filósofo Massimo Borghesi, autor de “Una biografía intelectual. Dialéctica y mística”, libro en el que desgrana el pensamiento del primero cardenal Bergoglio y luego Papa Francisco, aborda en esta entrevista los pasajes de la carta apostólica Gaudete et Exsultate dedicados al pelagianismo y al gnosticismo.

En la reciente exhortación apostólica de Francisco, Gaudete et Exsultate, hay todo un capítulo dedicado a explicar los peligros de pelagianismo y gnosticismo. Es esta una constante en las intervenciones del Papa. ¿Por qué en el pensamiento de Bergoglio estas dos viejas herejías se asocian a la mundanidad?

Porque expresan la secularización dentro de la Iglesia, no fuera de ella. El peligro de la fe hoy proviene, según el Papa, no tanto ni solo de las ideologías mundanas sino de la mundanización interna a la propia Iglesia. El “mundo” está dentro de la Iglesia y no solo “fuera”. En esto Francisco refleja plenamente la persuasión de Henri de Lubac, uno sus grandes maestros ideales. De Lubac escribía en Meditación sobre la Iglesia: “Lo que Dom Vonier llamaba «la mundanidad espiritual» constituye el mayor peligro para la Iglesia que nosotros somos, la tentación más pérfida, la que renace siempre, insidiosamente, cuando todas las demás son vencidas, y que estas mismas victorias alimentan. Entendemos por ello, decía él, «lo que prácticamente se presenta como un desapego de la otra mundanidad, cuyo ideal moral, incluso espiritual, sería el hombre y su perfeccionamiento, en lugar de la gloria del Señor. La mundanidad del espíritu es una actitud radicalmente antropocéntrica»”. Pelagianismo y gnosticismo son hoy la expresión de esta mundanidad espiritual. El Papa lo dice insistentemente. En la Evangelii gaudium, párrafos 93-97, en su discurso a la Iglesia italiana del 10 de noviembre de 2015, en el capítulo segundo de la exhortación apostólica Gaudete et Exsultate. También se mencionan en la carta Placuit Deo, del 22 de febrero de 2018, a cargo de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

¿Pero por qué gnosticismo y pelagianismo, dos viejas herejías, constituyen los dos peligros para esa mundanidad de la Iglesia hoy?

Porque son las vestiduras mentales que impiden la dimensión misionera de la Iglesia, la conciencia que debería tener de ser portadora de un don gratuito que no merece, que no es obra suya. Gnosis y pelagianismo favorecen, contrariamente, el clericalismo, una pretendida perfección inmanente debida al razonamiento o a la iniciativa del hombre. Gnosis y pelagianismo se oponen a la gracia, al primado de la Gracia. Francisco, que tienen una sensibilidad social muy fuerte, en su raíz espiritual es un místico. La acción del cristiano en el mundo se fundamenta en una petición incesante, por parte del hombre, de la Presencia de Dios. Por el contrario, gnósticos y pelagianos llevan a cabo un proyecto que, en nombre de Dios, es radicalmente antropocéntrico. Desde el punto de vista ignaciano, buscan su propia gloria, no la divina. En la Evangelii gaudium se afirma, en el párrafo 94: “Esta mundanidad puede alimentarse especialmente de dos maneras profundamente emparentadas. Una es la fascinación del gnosticismo, una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos. La otra es el neopelagianismo autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado. Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar. En los dos casos, ni Jesucristo ni los demás interesan verdaderamente. Son manifestaciones de un inmanentismo antropocéntrico. No es posible imaginar que de estas formas desvirtuadas de cristianismo pueda brotar un auténtico dinamismo evangelizador´.

Francisco afirma que el gnosticismo es unas de las peores ideologías. ¿Qué alcance tiene esta denuncia? ¿Está el Papa respondiendo a todo ese filo de pensamiento que recorre la modernidad y sus ´soluciones idealistas´ de un Cristo sin historia, sin carne?

Uno de los cuatro principios que constituyen la arquitectura del pensamiento de Bergoglio afirma: “La realidad es superior a la idea”. Esto permite entender lo lejos que está el Papa de la ideología idealista. En la gnosis, que constituye la esencia del idealismo, la fe dependería hoy de la custodia de la “recta doctrina” por parte de una élite de ortodoxos que ven por todas partes, tanto en la Iglesia como en el mundo, semillas de corrupción y descomposición. Solo ellos mantienen, en un mundo perverso, la pureza de la fe. No resulta difícil captar en esta pretensión “elitista” la reacción de los tradicionalistas en la Iglesia actual. Para estos “celantes”, que no se mezclan con los “impuros”, toda la Iglesia, desde el Concilio Vaticano II en adelante, está marcada por un camino inexorable de decadencia. Solo quedan ellos, en la sombra, custodiando esa luz que volverá a brillar. En Gaudete et Exsultate Francisco afirma que “conciben una mente sin encarnación, incapaz de tocar la carne sufriente de Cristo en los otros, encorsetada en una enciclopedia de abstracciones. Al descarnar el misterio finalmente prefieren «un Dios sin Cristo, un Cristo sin Iglesia, una Iglesia sin pueblo»” (n.37). Y en la Evangelii gaudium el Papa escribe: ´En este contexto, se alimenta la vanagloria de quienes se conforman con tener algún poder y prefieren ser generales de ejércitos derrotados antes que simples soldados de un escuadrón que sigue luchando. ¡Cuántas veces soñamos con planes apostólicos expansionistas, meticulosos y bien dibujados, propios de generales derrotados! Así negamos nuestra historia de Iglesia, que es gloriosa por ser historia de sacrificios, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida deshilachada en el servicio, de constancia en el trabajo que cansa, porque todo trabajo es «sudor de nuestra frente». En cambio, nos entretenemos vanidosos hablando sobre «lo que habría que hacer» —el pecado del «habriaqueísmo»— como maestros espirituales y sabios pastorales que señalan desde afuera. Cultivamos nuestra imaginación sin límites y perdemos contacto con la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel. Quien ha caído en esta mundanidad mira de arriba y de lejos, rechaza la profecía de los hermanos, descalifica a quien lo cuestione, destaca constantemente los errores ajenos y se obsesiona por la apariencia. Ha replegado la referencia del corazón al horizonte cerrado de su inmanencia y sus intereses y, como consecuencia de esto, no aprende de sus pecados ni está auténticamente abierto al perdón. Es una tremenda corrupción con apariencia de bien. Hay que evitarla poniendo a la Iglesia en movimiento de salida de sí, de misión centrada en Jesucristo, de entrega a los pobres. ¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales! Esta mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios. ¡No nos dejemos robar el Evangelio!´ (96 y 97).

El Papa señala que el pelagianismo y el semipelagianismo siguen presentes en la Iglesia: se habla de Gracia, pero se piensa que todos pueden todo. ¿Cuál es la trayectoria personal e intelectual que lleva al Papa a hacer este juicio sobre el valor de la gracia no respetado?

Si la gnosis califica hoy a la derecha católica, el pelagianismo es una herencia de la izquierda. Una herencia que caracteriza la mentalidad actual de muchos conservadores. Esta deriva de la idea, correcta, de que la acción del cristiano lleva a una contribución novedosa en el mundo. Una acción, cierto, iluminada y guiada por la Gracia. Pero para los pelagianos la Gracia se convierte en un “presupuesto”, no en una petición. Ellos parten del presupuesto de que la fe garantiza mejores resultados, perfectos, seguros, y a partir de aquí extraen un juicio de condena sin apelación al mundo exterior. Olvidan que lo que son y lo que tienen no es “propiedad” suya sino un don que cada día debe ser mendigado. Una fortuna por la que hay que estar agradecidos y no ser presuntuosos. Al criticar esta pretensión, que casa con la posición gnóstica de su elitismo crítico respecto de la masa, Francisco se encuentra totalmente con san Agustín. En Gaudete et Exultate escribe (49 y 50): ´Los que responden a esta mentalidad pelagiana o semipelagiana, aunque hablen de la gracia de Dios con discursos edulcorados «en el fondo solo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico». Cuando algunos de ellos se dirigen a los débiles diciéndoles que todo se puede con la gracia de Dios, en el fondo suelen transmitir la idea de que todo se puede con la voluntad humana, como si ella fuera algo puro, perfecto, omnipotente, a lo que se añade la gracia. Se pretende ignorar que «no todos pueden todo» y que en esta vida las fragilidades humanas no son sanadas completa y definitivamente por la gracia. En cualquier caso, como enseñaba san Agustín, Dios te invita a hacer lo que puedas y a pedir lo que no puedas; o bien a decirle al Señor humildemente: «Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras». En el fondo, la falta de un reconocimiento sincero, dolorido y orante de nuestros límites es lo que impide a la gracia actuar mejor en nosotros, ya que no le deja espacio para provocar ese bien posible que se integra en un camino sincero y real de crecimiento. La gracia, precisamente porque supone nuestra naturaleza, no nos hace superhombres de golpe. Pretenderlo sería confiar demasiado en nosotros mismos. En este caso, detrás de la ortodoxia, nuestras actitudes pueden no corresponder a lo que afirmamos sobre la necesidad de la gracia, y en los hechos terminamos confiando poco en ella. Porque si no advertimos nuestra realidad concreta y limitada, tampoco podremos ver los pasos reales y posibles que el Señor nos pide en cada momento, después de habernos capacitado y cautivado con su don. La gracia actúa históricamente y, de ordinario, nos toma y transforma de una forma progresiva. Por ello, si rechazamos esta manera histórica y progresiva, de hecho podemos llegar a negarla y bloquearla, aunque la exaltemos con nuestras palabras”.

Cita Francisco el II Sínodo de Orange: todo lo que puede cooperar con la gracia es previamente don de la gracia, como si quisiera subrayar que también naturaleza y libertad son gracia. ¿Qué valor tiene una afirmación así en nuestro contexto cultural y eclesial?

Me ha impactado mucho la cita de Francisco a los cánones del Concilio de Orange del año 529 d. C. La revista internacional 30 Giorni fue la que los publicó entre febrero de 2008 y septiembre de 2009. Bergoglio era entonces un lector atento de esta revista. Lo cierto es que Gaudete et Exsultate muestra de manera inequívoca el alma “agustiniana” del Papa sobre la concepción de la Gracia. El “primerear” de la Gracia que se va aclarando como punto fundamental de su magisterio. Sus adversarios, que le acusan de ser un pelagiano, un jesuita molinista, un modernista que teoriza sobre el primado de la praxis, documentan, además de mala fe, una profunda dosis de ignorancia. Dios se adelanta siempre: esta es la enseñanza del Papa. El “Dios siempre más grande” nos interpela cada día, es una provocación para nuestros sistemas, ideologías y cerrazones. Abre los corazones de carne. Por eso no nos justifican nuestras obras. Como dice en Gaudete et Exsultate (49), “el II Sínodo de Orange enseñó con firme autoridad que nada humano puede exigir, merecer o comprar el don de la gracia divina, y que todo lo que pueda cooperar con ella es previamente don de la misma gracia: «Aun el querer ser limpios se hace en nosotros por infusión y operación sobre nosotros del Espíritu Santo». Posteriormente, aun cuando el Concilio de Trento destacó la importancia de nuestra cooperación para el crecimiento espiritual, reafirmó aquella enseñanza dogmática: «Se dice que somos justificados gratuitamente, porque nada de lo que precede a la justificación, sea la fe, sean las obras, merece la gracia misma de la justificación; “porque si es gracia, ya no es por las obras; de otro modo la gracia ya no sería gracia” (Rm 11,6)»”.

Para la fe, ¿dónde se sitúa la posibilidad de superar la tentación gnóstica y pelagiana?

Le respondo con las palabras que el papa Francisco me respondió en una entrevista que he publicado en mi libro Jorge Mario Bergoglio, una biografía intelectual, que pronto se publicará en España con Encuentro. “Para mí, en la Encarnación están la debilidad y la concreción del católico. En la Encarnación se resuelven el pelagianismo y el gnosticismo. Ambas herejías niegan la debilidad de Dios o la fuerza de Dios. […] Ciertamente, siempre me ha gustado acudir a la Encarnación para ver la fuerza de Dios contra la fuerza, entre comillas, pelagiana y la debilidad de Dios contra la ‘fuerza’ gnóstica. En la Encarnación se da la relación justa. Si leemos, por ejemplo, las bienaventuranzas o Mateo 25, que es el protocolo con el que seremos juzgamos, nos encontramos con esto: en la debilidad de la Encarnación se resuelven los problemas humanos, las herejías. ¿Cuál es el punto más grande en el que se manifiesta esta debilidad de la Encarnación? Éfeso. Creo que Éfeso es la clave para entender el mayor misterio de la Encarnación. Cuando se pueblo grita ante los obispos a la entrada de la catedral «¡Santa Madre de Dios!», es el momento en que la Iglesia proclama a María madre de Dios. ¿Qué quiere decir esto? La debilidad y la fortaleza están en la Encarnación”.

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