Krzysztof Charamsa, un ataque (desde dentro) a la Iglesia y al Papa

Mundo · Federico Pichetto
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5 octubre 2015
Como en una manzana que ha llegado a su plena maduración, la entrevista en la que monseñor Krzysztof Charamsa, teólogo de la Congregación para la doctrina de la fe y secretario adjunto de la Comisión teológica internacional, ha declarado su homosexualidad al Corriere della Sera, acusando de homofobia a la Iglesia y presentando al mundo entero a su ´verdadero compañero´, tiene una cáscara, una pulpa, un núcleo y una semilla.

Como en una manzana que ha llegado a su plena maduración, la entrevista en la que monseñor Krzysztof Charamsa, teólogo de la Congregación para la doctrina de la fe y secretario adjunto de la Comisión teológica internacional, ha declarado su homosexualidad alCorriere della Sera, acusando de homofobia a la Iglesia y presentando al mundo entero a su ´verdadero compañero´, tiene una cáscara, una pulpa, un núcleo y una semilla.

La cáscara, demasiado evidente, es la organización mediática del evento: la primera página del periódico, la rueda de prensa y la fecha elegida son todos ingredientes de una mano que sabía lo que hacía. Los medios, esos que esperan tanto, demasiado, del Papa Francisco, han tendido una auténtica trampa al Pontífice con la intención de ponerlo de espaldas contra la pared en vísperas de un Sínodo muy delicado.

Teniendo en cuenta que sobre la cuestión de los divorciados vueltos a casar la última palabra ya estaba dicha mediante los dos “motu proprio” de principios de septiembre, de cara a la cumbre eclesial el circuito mediático centró toda su atención en las uniones homosexuales y ha utilizado deliberadamente la historia de un hombre, un sacerdote, un colaborador de la Santa Sede, para hacer estallar una bomba, poner a prueba el reformismo del Papa y sembrar la confusión y la discordia entre los creyentes. No caer en el engaño de la cáscara –y por tanto no entrar en dialécticas sobre el terreno de las uniones homosexuales y la presencia de la homosexualidad en la Iglesia– es, para todos los católicos, un gesto concreto de responsabilidad hacia su Madre.

Por otra parte, la fuerte respuesta del Vaticano indica que es prioritario no permitir presiones indebidas sobre el Sínodo por parte de terceros, y proteger en todo caso la “libertas ecclesiae” de aquellos que busquen una “Congregatio fidelium” cortesana del mundo y sierva del poder.

Pero la descarada injerencia esconde una pulpa todo menos secundaria. Es evidente que existe alguien –desde dentro de la curia romana– que igual que en tiempos de Benedicto XVI intenta sabotear a la Iglesia, pilotarla reduciendo su alcance en el mundo y en la historia. Potencialmente, el dilagarse de estos gestos clamorosos (la expresión ´coming out´ es demasiado triste para poder utilizarla) es más peligroso que el escándalo de la pedofilia, pues narra una fe que no valora la humano, que lo ahoga, lo comprime para hacerlo desaparecer definitivamente. De hecho, como se puede ver en los medios de todo el mundo, los que quieren hacer de la fe una forma de hipocresía que oscurece la humanidad y que, para existir, necesita ser actualizada, es decir reducida, vaciada, como si fuera un inútil oropel privado, están cantando victoria.

El núcleo de esta historia, sin embargo, es aún más doloroso. El verdadero drama de Krzysztof Charamsa no es de hecho el de ser homosexual sino llevar el ataque al cristianismo allí donde ya lo llevó la pedofilia, es decir, al sacerdocio.

Al margen del debate sobre la homosexualidad, no puede ser que un sacerdote de la Iglesia católica latina tenga un “compañero”, porque ni siquiera existe la posibilidad de tener “compañera”, desde el momento en que su estado de vida es una profecía del hecho de que lo que colma el corazón del hombre no son los afectos del mundo sino el amor de Dios.

El celibato no es un accidente itinerante del sacerdocio occidental sino el anuncio más grande que la Iglesia puede hacer al corazón de cada uno: nosotros estamos en el mundo, tú estás en el mundo, porque estás destinado a “ser de Cristo” y nada puede enardecer verdaderamente el alma si no su misericordia cotidiana. Decir que el sacerdocio no se mantiene en pie es decir que el cristianismo no se mantiene en pie. Con el sacramento del orden, Krzysztof Charamsa dejó de ser solo “hombre” para convertirse en “sacerdote”. El sacramento cambió su sustantivo de referencia y le transformó en “algo” nuevo, por lo cual su mismo cuerpo, su misma carne se convirtió en testimonio para el mundo entero.

Precisamente por esto, y no por otra cosa, Charamsa suscita un profundo suspiro en cada sacerdote: la semilla de toda esta historia, en efecto, es una humanidad que –por enésima vez– no vive un camino auténtico de madurez afectiva. Lo vimos hace unas semanas con el matrimonio y la declaración de nulidad, lo vemos hoy con el sacerdocio. La falta de una auténtica madurez afectiva es, para la generación que nació y creció a finales del siglo pasado, la verdadera emergencia. Jóvenes y no tan jóvenes, casados o solteros, sacerdotes o monjas, todos –de algún modo– viven el drama de encontrar su consistencia y no consiguen experimentar una plenitud de carácter emotivo y relacional en las formas clásicas de la sociedad cristiana.

Esta es por tanto la pregunta profunda para la Iglesia y para el Sínodo, esta es la pregunta que en definitiva toda esta historia nos deja en heredad: ¿puede un hombre, o una mujer, que toma una decisión para siempre, ser verdaderamente feliz? ¿Cómo puede una persona de nuestro tiempo descubrir que solo en su carácter definitivo llega el amor a su verdadera profundidad? Lo que está en juego, en el Sínodo como en la vida diaria, se da a este nivel, al nivel de la verificación de la pertinencia de la fe a las preguntas originales de la vida; el resto –claramente– solo es cáscara, solo pulpa, solo núcleo. Algo que tiene las características y el semblante de un fruto envenenado que un hombre de Dios ha mostrado mediante una historia narrada no por amor sino por el juego dictado por algún otro.

En resumen, parece que una vez más nos encontramos ante un Sínodo donde la discordia intentará poner sobre la mesa su fruto envenenado. Solo podemos pedir que esta vez no lo recoja Eva, ni ninguna otra divinidad pagana. Solo la mano llena de ternura de la Virgen María, Madre de Dios, Madre de la Iglesia.

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