Justin Trudeau, el líder de moda

Mundo · Lucas de Haro (Vancouver)
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17 mayo 2016
A estas alturas no hay duda de que la Trudeaumanía ha sobrepasado las fronteras canadienses. Los medios internacionales alaban la materia gris que se esconde tras la cara bonita del nuevo primer ministro y el mismo presidente de los Estados Unidos, durante su distendida última cena con los corresponsales, reconoció que su vecino del norte le había sustituido, que Justin Trudeau es el futuro. Echemos un vistazo también al presente.

A estas alturas no hay duda de que la Trudeaumanía ha sobrepasado las fronteras canadienses. Los medios internacionales alaban la materia gris que se esconde tras la cara bonita del nuevo primer ministro y el mismo presidente de los Estados Unidos, durante su distendida última cena con los corresponsales, reconoció que su vecino del norte le había sustituido, que Justin Trudeau es el futuro. Echemos un vistazo también al presente.

Justin Trudeau se convirtió en líder del Partido Liberal hace 3 años. Gran parte de los miembros de su organización se echaron entonces las manos a la cabeza, estaban convencidos de que seguirían otra década en la oposición teniendo como capitán de barco a un joven político con fama de superficial y pocas credenciales más allá del apellido de su padre, Pierre Trudeau, el gran primer ministro que gobernó Canadá durante quince años entre el final los 60 y el inicio de los 80 del siglo pasado.

La campaña electoral que protagonizó el verano pasado el gobernante Partido Conservador fue feroz. Bajo el lema “He is not ready”, mostraron a un Trudeau guaperas con aires de estrella, sin experiencia alguna, ingenuo ante la guerra en Siria, principalmente preocupado por la legalización de la marihuana y con el ridículo principio económico de que “los presupuestos se equilibran solos”. Pero la campaña fue larga y la batalla entre Liberales, Conservadores y Laboristas (NDP) se fue inclinando poco a poco hacia Trudeau, quien supo aprovechar la total falta de carisma del entonces primer ministro Harper. Trudeau parafraseó el eslogan de los tories y reconoció que “I am not ready”, añadiendo que no estaba preparado para quedarse de brazos cruzados mientras la economía se dirigía hacia una recesión, que no estaba preparado para ver a los canadienses perder sus trabajos, etc.

Su propuesta fue ganando inercia y la imagen del niño bien que practicaba boxeo y fumó marihuana de joven se iba diluyendo en un claro mensaje de esperanza para el país. Trudeau conectó con el electorado y, aunque favorecido por el sistema representativo electoral, acabó barriendo a Harper y Mulcair en los comicios del pasado octubre. El show comenzó esa misma noche, la familia Trudeau al completo (Justin, Sophie y los tres enanos) salió a celebrar la victoria con los miembros del partido. El primer ministro electo entrelazó un gran discurso de integración que invitaba al optimismo y al trabajo conjunto. Su nuevo eslogan se lanzaba aquel mismo día: “In Canada, better is always possible”. Y así comenzó la Trudeaumanía 2.0, sí 2.0 porque si alguien se entretiene en ver vídeos de Pierre Trudeau (haciendo la peseta, deslizándose por la barandilla de las escaleras, saludando con piruetas a la Reina, etc.) se dará cuenta de que el show de Justin resulta comedido comparado con el de su padre.

Justin Trudeau ha sabido conectar con la mayoría de los canadienses, de padre montrealés y madre vancuverita, es francófono y anglófono, postmoderno y católico de tradición, y ha vivido y conoce bien Quebec y British Columbia, dos de los laboratorios sociales más avanzados de Norteamérica. Cada uno de sus discursos es una perfecta puesta en escena donde no hay un solo segundo de duda o desconexión entre ideas. Trudeau, el antiguo profesor de teatro, sabe bien cómo embelesar al público. Y ahora está en una progresiva carrera para mostrar al mundo que detrás de la fachada superficial que sus oponentes destacan hay un gran hombre de Estado moderno. Y así, en las últimas semanas, han dado la vuelta al mundo los vídeos de Trudeau con los Obama, dando lecciones de computación cuántica y haciendo flexiones con una mano mientras se picaba con la Reina con motivo de los Invictus Games.

Personalmente, he de reconocer una cierta fascinación por el personaje, ¿pero qué nos encontramos si miramos con un poco de atención sus políticas en este medio año largo de gobierno?

Tuve la ocasión de ver y escuchar a Trudeau en vivo hace algunos meses durante GLOBE, una importante conferencia sobre sostenibilidad que se celebra cada dos años en Vancouver. Es un político ciertamente superior delante de un micrófono. En un discurso de unos 30 minutos, recorrió su Plan de Gobierno en la lucha contra el cambio climático, analizando la coyuntura global y canadiense con detalle y precisión. Una lección casi de técnico más que de político. Ante un auditorio que intentó forzarle a mostrarse en contra de los oleoductos, supo explicar con claridad que petróleo y renovables no son necesariamente enemigos. Ese día pude ver en acción algo paradigmático del liderazgo que ejerce Trudeau: escoge bien a sus asesores, los escucha, entiende lo que dicen y lo hace suyo.

La cuestión, llegados a este punto, es entender qué políticas están promoviendo los asesores del primer ministro.

Ya en 2014, el líder liberal mostró su limitado entendimiento de la libertad política, declarando que todo miembro de su partido habría de votar “pro-choice” en cualquier discusión parlamentaria sobre el aborto. Faltó finura para un partido que, en ciertas jurisdicciones, engloba representantes procedentes de un variado espectro de convicciones e ideas sociales. Esta misma línea que torpedea el derecho a la libertad de conciencia se ve reflejada en la ley que próximamente aprobará el suicidio asistido y en la presión que se está ejerciendo sobre los hospitales gestionados por fundaciones cristianas para que se adhieran a esta práctica. Visto que algunas encuestas desvelan que más del 80% de los canadienses apoyan el derecho a la muerte asistida, parece razonable que el Parlamento apruebe la ley; el problema es que el texto que se está discutiendo es un coladero en lo que se refiere a consentimiento del paciente, tiempo de evaluación y supuestos psicológicos de aplicación.

Otro gran campo de acción de la política canadiense en el último año ha sido la guerra en Siria y la crisis de refugiados. A principios de 2016, el Gobierno liberal decidió retirar su flota aérea que luchaba contra ISIS en favor de una presencia que entrenara tropas locales; como si la brocha gorda y las ganas de conectar con cierto electorado no dejaran ver que el enemigo de esta guerra no tiene nada que ver con la errónea segunda guerra de Iraq. Sin embargo, Trudeau ha estado espléndido abriendo las puertas del país a los sirios; a pesar de ciertos retrasos respecto del plan original, más de 27.000 refugiados han llegado a Canadá. Una generosidad que contrasta con la reciente decisión de cerrar la Oficina de Libertad Religiosa, acción que contradice una de las mayores señas de identidad de Canadá: la discriminación positiva de las minorías y la custodia de la libertad de conciencia y religiosa.

Con objeto de reactivar la economía canadiense, seriamente dañada por la crisis del petróleo, el Gobierno Trudeau planea incrementar el gasto en infraestructuras hasta 125.000 millones de dólares durante los próximos 10 años. Como bien sabemos los españoles, estos planes –cuando no consiguen dinamizar la productividad y el valor añadido– lo único que logran, a largo plazo, es crear una crisis de deuda. Desafortunadamente para las clases medias, una de las medidas tomadas para disminuir el impacto presupuestario de este plan ha sido una significativa reducción de los créditos fiscales a familias con hijos. Parece evidente que hace falta un plan de acción urgente que frene la sangría económica de Alberta, recientemente agravada con el fuego que ha destruido Fort McMurray, pero el macro-objetivo para Canadá ha de ser una diversificación que reduzca su dependencia de la exportación de materias primas.

No hay duda de que Justin Trudeau representa la imagen del cambio y la esperanza, y de que su propio personaje genera admiración; sin embargo, algunas de sus políticas hasta la fecha revelan ciertas prisas en la implantación de dinámicas mediáticamente liberales que están atropellando algunos de los grandes activos canadienses como la laicidad positiva y la defensa de la verdadera libertad.

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