Justicia para las víctimas

Este domingo decenas de miles de personas han salido en las calles de Madrid para manifestarse en apoyo de las víctimas del terrorismo. Han criticado la reciente sentencia del Tribunal de Derechos Humanos que ha dejado sin efectividad la doctrina Parot. Era la doctrina que permitía que los condenados por terrorismo no vieran reducida de forma significativa su pena.
La protesta contra el Tribunal de Estrasburgo está plenamente justificada. Hasta ahora ese órgano jurisdiccional se había pronunciado sobre las penas impuestas pero no sobre el modo en el qué se aplican. El cambio de la posición de Estrasburgo solo se explica porque el juez que representa a España en el tribunal es socialista, fue miembro del Gobierno de Zapatero. Estamos posiblemente ante la victoria póstuma del anterior presidente que en su negociación con ETA incluyó precisamente como una de sus concesiones la abolición de la doctrina Parot.
La decisión de Estrasburgo hace más difícil el fin del terrorismo. Todo está sucediendo más rápido de lo que hubiera sido deseable: los afines a ETA han podido hacer política demasiado pronto. Se presentan como vencedores, no se arrepienten y ahora, encima, salen de la cárcel.
“Pero este momento iba a llegar más tarde o más temprano”, dice una de las víctimas que ha participado en uno de los encuentros entre familiares de los asesinados y terroristas arrepentidos que ha propiciado el Gobierno Vasco. Su testimonio, junto al de otras, está recogido en el libro Los ojos del otro.
Merece la pena escuchar a estas víctimas. Su testimonio puede hacer compañía a los que han sufrido tanto y a toda la sociedad española. Marca un horizonte ideal que no se le puede exigir a nadie pero que es muy deseable. Viene acompañado de ese inconfundible aire de libertad que tiene una gran experiencia humana.
¿Y qué dicen estas víctimas? Alguna de ellas es muy clara. Dice que el pasado no va a volver, que no quieren estar encadenada al mal que le arrebató a su ser querido, que el perdón le ha liberado, que quiere rehacer su vida y que los otros, los que han matado, también la rehagan.
Escuchándolas se comprende de qué material está hecho el corazón humano. La exigencia de justicia es tan radical en ellos –también en nosotros- que no hay reparación, condena de los culpables o ley que pueda satisfacerla. En estas víctimas brilla de un modo especial esa intuición que es de todos: el deseo de justicia está hecho del mismo material que el infinito. Solo deja de ser una tortura cuando, de un modo u otro, se abre a la afirmación de la vida. Seguramente lo más correcto es escribir la palabra con mayúsculas: Vida.
Estas víctimas con su paso adelante sostienen el peso del mundo y nos señalan con la mayor de las discreciones que el agravio no es la última palabra.