Jugar en serio

Sociedad · GONZALO MATEOS
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5 enero 2024
Jugar no es ni de lejos un asunto sólo de niños. Porque jugar es una cosa seria, porque divertirse también lo es. Seamos serios: juguemos más.

Voy en serio, tendríamos que jugar más. Todos. Porque jugar es una cosa seria, porque divertirse también lo es. Jugar, lo que verdaderamente es, es un privilegio. Porque jugar nunca ha sido fácil ni accesible para la gran mayoría. Para poder jugar placenteramente se precisa de un entorno seguro, unas relaciones sanas y tiempo libre que “malgastar”. Y esto en la historia de la humanidad, y en muchos lugares de nuestro mundo en la actualidad, es sencillamente un lujo. Por eso jugar seriamente lo han hecho unos pocos afortunados (cada vez más), los que han dispuesto de recursos y tiempo de ocio, y una educación que no siempre ha estado al alcance de todos.

Existen juegos desde muchos antes que la aparición de la escritura y de la historia. Los arqueólogos han descubierto dados y palos de juegos en yacimientos prehistóricos, y se conocen juegos de mesa reglados ya en las primeras civilizaciones mesopotámicas. El historiador Johan Huizinga utilizó el concepto de homo ludens (en contraposición al homo faber) para señalar la importancia del juego en el desarrollo de los seres humanos. El acto de jugar es consustancial a la cultura humana. Así los juegos de mesa jugados por adultos y niños se popularizaron en Egipto y se heredaron por griegos y romanos. Y también aparecieron en China y en América. La imprenta democratizó los juegos y los convirtió en productos indispensables para el bienestar. En los países desarrollados vivimos en la actualidad en la edad de oro de los juegos de mesa. En casi todos los hogares hay uno de ellos. Existe una creciente industria de los juegos de mesa con autores, ferias y diseñadores profesionales. Seguramente es un indicador de las sociedades democráticas sanas.

Pero además de un privilegio, jugar es un derecho que no se le debe hurtar a nadie cualquiera que sea su edad. Porque jugar no es ni de lejos un asunto sólo de niños. Y por eso es grave sustraer a un niño la posibilidad de jugar ya que un niño que no ha podido jugar no se desarrollará plenamente como adulto porque tendrá una asignatura pendiente en su madurez y sociabilidad por muy brillante estudiante que sea. Cometen una gran equivocación aquellos padres o abuelos que piensan que no es necesario jugar con sus hijos o nietos porque estos saben y deben jugar solos. Con ello se les priva de la delicia que es disfrutar de una diversión en familia y de un instrumento educativo de primer orden también para ellos mismos. Preguntémosle al Señor George W. Banks. No dejamos de jugar cuando nos hacemos mayores, nos hacemos mayores cuando dejamos de jugar.

Es por eso que mucho más que un derecho, jugar sobre todo es un placer. Y por eso el juego no es una pérdida de tiempo, no es para nada inútil. Es esa utilidad de lo inútil de la que nos habla Nuccio Ordine. O la razón por la que Luis Ruiz del Árbol nos recuerda que jugar es la forma más intensa de vivir porque es el modo privilegiado para dilatar y hace que la conciencia se ancle al presente. El tiempo es un niño jugando. “El hombre es humano únicamente cuando juega” decía Schiller.

Foto de archivo

Mi dilatada experiencia es que el juego transforma a los jugadores. Porque un buen juego te saca (¡por fin¡) de ti mismo, te traslada fuera de ti para tener una experiencia transformativa tanto individual como colectivamente. Te hace protagonista de lo que se representa, te hace libre al desprenderte de falsas imposiciones y ensoñaciones. Te permite ensayar lo que podría funcionar en la vida y lo que no. Te enseña a convivir en un entorno reglado y por tanto libre, a tomar decisiones y a evaluar su resultado. Te hace reírte de ti mismo (animus iocandi). Te hace entenderte porque en la mesa y en el juego se conoce al caballero. Por eso actuar en escena y jugar en muchos idiomas se expresan con la misma palabra (por ejemplo: «to play). Teatro y juego son actividades similares. En ellos te descentras por momentos para observándote desde fuera, dejar de tomarte tan en serio y experimentar esas pequeñas dosis de escepticismo que nos viene tan bien contra tanto narcisismo y dogmatismo. Y volver luego a ser uno mismo, pero de manera renovada. Y os puedo garantizar que siempre hay una buena conversación después de un buen juego. Bajadas las defensas, la comunicación fluye. Comprobado.

El juego es parte de la vida, jugamos desde que nacemos hasta que morimos, a sabiendas o sin apenas darnos cuenta. Nos insertamos en una sociedad con reglas dadas y que podríamos llegar a cambiar. Y para ello necesitamos juegos reglados para ensayar otros mundos posibles y por unos momentos aliviar el peso del deber ser. ¡Es solo un juego¡ Y es la razón por la que jugar es terapéutico. Mi ahijada tiene demostrado que la mejor manera de desmontar el castillo interior de un menor emigrante de los que ella recibe en la frontera de Argelia con Marruecos es jugar con ellos. No falla. En el taller de voluntariado “Juguemos” hemos experimentado que jugar adultos con menores con escaso contacto con mayores de edad es la manera más directa de hacerles sentirse valorados y especiales. Crea un afecto que es por definición gratuito. Y les sana.

Quien juega contigo te está expresando reconocimiento (todos somos iguales en torno a un tablero de juego) y un curioso afecto amoroso. Y eso es imprescindible para vivir y desarrollarte. Y te deja sed de más. El ocio estructurado es muy necesario para la formación de la persona y la educación ciudadana y por eso el juego debería ser parte de la actividad normal de los centros educativos, no sólo en los recreos o actividades extraescolares, también en las aulas y en las sesiones formativas.

Pero no nos confundamos. El juego no es un medio, es un fin en sí mismo. Por eso es absurdo buscar un objetivo más allá del mero hecho de divertirse jugando. Ya lo tiene todo. Las buenas consecuencias vienen después. Como leer, ver cine, pintar, escribir, bailar o cantar con otros. La creatividad y el arte hacen despertar nuestro yo y nos hace cocreadores del mundo. Las necesitamos para formar una sociedad de ciudadanos libres y gozosos de la vida en común. Los juegos de mesa son cultura como ya lo reconocen muchos gobiernos europeos.

Nunca te creas a aquellos que afirman que no les gusta jugar, que no es para ellos. No es cierto, a todo el mundo le gusta jugar. Lo que ocurre es que no se ha encontrado el juego o los jugadores adecuados. He jugado a juegos de mesa con ministros de muchos países, ilustres abogados, serios jesuitas, altos funcionarios de la Comisión y sesudos científicos. Con jóvenes conflictivos, sufridas amas de casa y con ricos empresarios de éxito. Muchos de ellos me juraban que jugar no era para ellos y que era perder el tiempo. Todos ellos han acabado pidiéndome jugar una partida más y volver a quedar a jugar.  Seamos serios: juguemos más.


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