Jawdat Said. El islam de la no violencia

Cultura · Viviana Schiavo
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28 junio 2019
Violencia y religión. En los últimos años, este binomio se ha convertido en un foco de creciente atención. En los periódicos, en la televisión, en los debates públicos y en los círculos académicos, cada vez más a menudo se interrogan sobre el nexo entre la pertenencia religiosa y el clima de terror y desconfianza mutua difundido por el mundo entero. Sobre todo tras los atentados de 2001, el islam se ha convertido en el principal objeto de estas reflexiones. En cambio, poco se habla sobre la otra cara de la moneda, es decir, sobre la no violencia en el islam. 

Violencia y religión. En los últimos años, este binomio se ha convertido en un foco de creciente atención. En los periódicos, en la televisión, en los debates públicos y en los círculos académicos, cada vez más a menudo se interrogan sobre el nexo entre la pertenencia religiosa y el clima de terror y desconfianza mutua difundido por el mundo entero. Sobre todo tras los atentados de 2001, el islam se ha convertido en el principal objeto de estas reflexiones. En cambio, poco se habla sobre la otra cara de la moneda, es decir, sobre la no violencia en el islam. Sin embargo, es algo que existe y que podría contribuir a avivar un debate que tiende a ser unilateral. El mismo papa Francisco, con motivo de la 50ª Jornada Mundial por la Paz, recordó al musulmán Abdul Ghaffar Khan y su acción de no violencia en la liberación de la India. Los pocos estudios realizados sobre la relación entre el islam y la no violencia también reivindican el papel de actores mayoritariamente asiáticos, pero poco se ha dicho sobre el mundo árabe-musulmán.

En cambio, es en el contexto árabe donde toma forma la experiencia de Jawdat Said, intelectual sirio contemporáneo, creador de una teoría sobre la no violencia radical basada en la exégesis coránica, la tradición islámica y la lectura de los fenómenos históricos. Se trata de un autor desconocido en Europa y relativamente poco conocido en el ámbito musulmán, a pesar de la relevancia de sus aportaciones. Una relevancia que va unida a múltiples factores. En primer lugar, la capacidad de conjugar, en el pensamiento y en la acción, una novedad interpretativa con un profundo sentido de pertenencia a la propia fe y tradición, que no sufre reducción ni adaptación alguna. Las reflexiones de Jawdat Said hunden sus raíces en los fundamentos de la religión islámica, sobre todo en el Corán y en la Sunna. Lo suyo no es un intento de leer la Escritura desde una óptica occidental sino sobre todo elaborar un pensamiento teológico-social a la luz de una relectura espiritual, histórica y lingüística del texto sagrado y del mundo, como opera prima de Dios. La doble connotación de este intelectual sirio, a caballo entre la tradición y la renovación, refleja las influencias que recibe. Si inicialmente es el modernismo islámico lo que llama la atención de Said, a través de las ideas de Jamal al-Din al-Afghani y Muhammad ʻAbduh, más tarde orientará su interés hacia el reformismo crítico de Mohammed Arkoun y Malek Bennabi, con su teoría de la “colonización” de los pueblos. Esta doble connotación le costará las críticas de unos y otros. Si el reformismo lo cuenta entre las filas de los islamistas, estos últimos lo critican por ciertas posiciones distantes de la tradición.

Al mismo tiempo, con una profunda estabilidad de su identidad religiosa y de su fe, Said no teme relacionarse con “el otro”, lo que le lleva a citar las fuentes evangélicas incluso para apoyar sus teorías. Estas características hacen del teólogo sirio un autor especialmente interesante, desde el momento en que su marco de comprensión de la religión se diferencia de la retórica dominante, pero permanece profundamente arraigado en el pensamiento islámico. Por último, su relevancia no se limita al ámbito teórico sino que reside en la aplicación práctica, a nivel social y político, de sus reflexiones. Un pragmatismo visible en su compromiso con el diálogo interreligioso, en especial con la comunidad siro-católica de Mar Musa, y su activismo en la revolución siria de 2011. En este último contexto es donde sus ideas no violentas tomaron forma concreta. De hecho, él fue el padre espiritual de varios movimientos no violentos, sobre todo en Daraya, en la periferia de Damasco, uno de los principales focos del pacifismo militante.

El método del primer hijo de Adán

La historia de Jawdat Said da comienzo el 9 de febrero de 1931, en Beerajam, un pequeño pueblo del Golán sirio de mayoría circasiana. La pluralidad cultural, social y religiosa característica de Siria tiene una profunda influencia en las ideas de justicia social y respeto a las diferencias que desarrollará el autor. En su formación es fundamental su traslado a El Cairo, en 1946, y sus estudios en la mezquita-universidad de Al-Azhar, el centro de enseñanza más importante del mundo musulmán suní. En El Cairo dio comienzo la elaboración teórica de su pensamiento. En la capital egipcia, el pensador sirio pudo acercarse a la organización de los Hermanos Musulmanes, situándose en una posición crítica respecto a los que, desde dentro de este movimiento, eran favorables al uso de la violencia. Su primer libro, “La doctrina del primer hijo de Adán: el problema de la violencia en la acción islámica”, publicado en Siria en 1966, nace como respuesta a los textos de Sayyid Qutb, uno de los principales teóricos del islamismo radical, para quien el Corán legitimaba el empleo de la violencia en nombre de Dios.

Al modelo que usa la violencia para imponer sus ideas, Said contrapone el coránico, valiéndose del doble significado de la palabra Aya, como signo y versículo, y poniendo como demostración de su tesis tanto los signos que ve en el mundo como los revelados en el libro sagrado musulmán. De hecho, a partir de los acontecimientos que vive, el teórico sirio empieza a preparar su reflexión no violenta. El análisis de los acontecimientos históricos pasados refuerza esa reflexión. La confirmación le llega de un profundo estudio del texto coránico con una interpretación no literal. Los versículos deben interpretarse a la luz del propio Corán y de la evolución histórica, pues “el enfoque justo consiste en ver la historia y el texto revelado como compañeros inseparables”. Una sostiene al otro.

“¿Qué sentido tiene la bomba atómica –se pregunta el autor sirio–, qué sentido tiene la caída de la Unión Soviética, que poseía tantas bombas atómicas que le permitían destruir el mundo treinta veces? ¿Y qué sentido tiene el renacimiento del Japón sin bomba atómica?”. Según Said, todos estos acontecimientos son signos que interpretar, igual que la sucesiva creación de la Unión Europea sobre bases pacíficas, en contraste con el intento de ocupación violenta por parte de Hitler. La UE demostró, según el autor sirio, que puede existir una vía alternativa para alcanzar objetivos políticos salvaguardando los intereses de todos. Es el método del primer hijo de Adán, es decir, aquel que decide no responder al mal con mal. Su historia aparece en la sura Al-Maidah (5), versículos 27 a 32. Cuando, ante las ofrendas en sacrificio de Caín y Abel, Dios rechaza la de uno y acepta la del otro, la envidia lleva al primero a amenazar de muerte a su hermano. Este último se niega a responder a la violencia diciendo: “Aun si levantaras tu mano para matarme, yo no levantará mi mano para matarte, porque temo a Dios, Señor del universo”.

Según Jawdat Said, en estas líneas el Corán pone al hombre ante una decisión existencial entre dos posibles caminos: la violencia de Caín o la no violencia de Abel. El acento está en la responsabilidad individual. “No hay vacilación ni duda en la postura de Abel. Está decidido a afrontar las consecuencias”. El intelectual sirio hace de estos versículos la base de una teología musulmana de la no violencia, de la que Abel se convierte en el primer “mártir” (en griego, “testigo”). Él rechaza el mal de manera categórica, evitando así cualquier confusión entre víctima y verdugo, posible cuando se responde a la violencia con violencia. El homicidio aparece totalmente ilegítimo y aberrante. Como escribe Said, es como si Abel dijera a su hermano: “Puedes matarme, pero no me puedes convertir en asesino (…) No haré de mi muerte un asesinato legítimo”. En virtud de este principio, durante la revolución siria este intelectual insistía en reivindicar que esta mantuviera su carácter pacífico. De hecho, la no violencia es para el autor la manera más eficaz de poner de manifiesto la justicia de su exigencia. En cambio, precisamente en su amada Siria, se produce esa confusión entre víctimas y verdugos que él predijo, esa confusión que deja espacio a mistificaciones y manipulaciones. De nuevo la historia confirma la teoría.

La guerra defensiva por la libertad

Si en su elaboración teórica Said apela al Corán y a la Sunna, ¿qué decir entonces de los pasajes que incitan a la violencia? ¿Cómo interpretar el hecho que el misma Mahoma combatió durante su vida? El teólogo del Golán parte de una interpretación histórica de la guerra en el islam. De hecho, subraya cómo el profeta del islam solo empezó a usar la violencia después de su traslado de la Meca a Medina en el año 622. Y lo hace, según Said, como líder político, no como profeta. En la primera etapa de la Meca, en cambio, cuenta el autor que Mahoma rechazó la orden e intentó difundir sus ideas con la fuerza de la persuasión. Además, prohibió la autodefensa, animando a sus secuaces a ser pacientes ante las persecuciones sufridas. Es la fase que Said define como “edificación del hombre”.

En Medina, en cambio, se funda el primer Estado islámico, que seguía las enseñanzas del Corán e incluía también a los miembros de otras religiones, según un acuerdo específico. Es entonces cuando empiezan a revelarse los primeros versículos referentes a la guerra. Los musulmanes quedan autorizados a usar la fuerza para defenderse de las opresiones. En concreto, tenían “permiso para combatir a aquellos que combaten por haber sido objeto de tiranía”, es decir, “aquellos que han sido expulsados de su patria injustamente, solo porque decían: ¡el Señor es nuestro Dios!” (22, 39-40). Es la fase de la “edificación del Estado”. Según el autor, la guerra va ligada por tanto a una entidad estatal, la única capaz de invocarla, y su objetivo es liberar al hombre de cualquier constricción, sobre todo en términos de credo. El versículo afirma claramente que se trata de un derecho concedido a los que son perseguidos por decir “el Señor es nuestro Dios”, es decir, por haber proclamado su fe. Pero no especifica de qué fe se trata, porque el Corán no dice que esta constricción afecte solo a los musulmanes. Al contrario, según Said, los versículos coránicos se refieren a todos, de cualquier credo y cultura. El rechazo a esta constricción, reforzado por el versículo coránico que dice “no hay constricción en la religión” (2, 256), lleva a negar la necesidad de matar al apóstata. De hecho, en la opinión de Said, el versículo en cuestión es claro al respecto y se apoya en otros pasajes del Corán, donde no se ordena matar a los que abandonan su fe sino que afirma que “quien quiera creer que crea, y quien no quiera creer que no crea” (18,29). El pensamiento del teólogo seguirá evolucionando hasta llegar a una no violencia radical y a la concepción de la guerra como algo inútil, incluso desde una perspectiva defensiva.

La causa de la violencia es la ignorancia

¿Pero por qué a lo largo del tiempo ha prevalecido el método de Caín? Said dice que en la base de esta violencia está la ignorancia del hombre respecto a las leyes del cambio. De hecho, la gente solo cambia de idea o perspectiva cuando se le dan pruebas que fundamenten una determinada teoría. “Con persuasión, el hombre te da su espíritu y sus bienes; con obligaciones, no te dará más que mentiras, hipocresía y engaño”. Por eso, para Said la violencia resulta inútil. Afirma que cuando el hombre la utiliza es solo porque no es consciente de esta inutilidad y es incapaz de hacer valer sus propias razones con la única fuerza de la dialéctica. En la base de esta incomprensión está también la falta de confianza en el potencial de las propias ideas y, al mismo tiempo, la falta de respeto a la diferencia del otro. La fuerza aparece entonces como la vía más simple, pero supone una derrota ideológica que no conduce a los resultados deseados.

Sin embargo, el hombre tiene la posibilidad de evolucionar y combatir la ignorancia. De hecho, esta última, para el autor, tiene la forma de un virus responsable de la enfermedad de la violencia. Lo compara con la época de las grandes epidemias, donde la rapidez de su difusión dependía de la ignorancia de sus causas. En ambos casos, el antídoto existe y es el conocimiento. El hombre, de hecho, tiende al aprendizaje. De esta potencialidad cognoscitiva habla el propio Corán, identificándola con la facultad humana de nombrar las cosas. Una facultad que ni siquiera tienen los ángeles (2, 31-33). Esta habilidad permite al hombre llegar al conocimiento de las cosas, concretamente del bien y del mal, nombrarlas y ser consciente de las consecuencias de sus acciones. De este modo, el hombre se vuelve capaz de corregir sus propios errores, abandonando la ley de la jungla y yendo hacia la sabiduría de Dios. Igual que en el pasado los descubrimientos científicos permitieron poner dique a la difusión de la peste, del mismo modo, afirma Said, el hombre sabrá encontrar la cura para la enfermedad de la violencia. Pero para ello tendrá que volver a la fuente del conocimiento, a los textos sagrados, de manera que pueda realizar el bien y rechazar el mal.

Por tanto, el hombre tiene, para el intelectual sirio, una gran responsabilidad a la hora de contribuir al cambio. Pero este nace ante todo del individuo. El cambio por excelencia es el interior. Es el camino de la curación del corazón de la violencia, entendida también como violencia en los pensamientos y en las palabras. Antes de concentrarse en los errores del otro, insiste Said, es fundamental analizar los errores propios. La violencia de Caín nace, de hecho, de la incapacidad de asumir la responsabilidad de los propios errores. Antes que reflexionar sobre por qué su ofrenda no fue aceptada, prefiere culpar a su hermano y desahogar su rabia sobre él.

Entender que es posible convivir con el error, afirma Said, es liberador. Es comprender que si no doy a la idea del otro, por equivocada que pueda estar, el derecho a existir, yo tampoco tendré este derecho. Es también la conciencia de que el error no se corrige con violencia, sino mostrando lo que es bueno, viviendo ante todo los principios que se proclaman en primera persona y dejando que el error muera de muerte natural. No es matando al enfermo como lo salvarás.

Said da un paso más, afirmando que el cambio solo es posible si consigue amar la diferencia. Abriendo la propia interioridad al amor será posible difundirlo y generar un cambio real, porque “tú no resolverás los problemas si no amas a aquel que se diferencia de ti”. ¿Cómo es posible llegar a tanto? Para Said, se trata de separar la enfermedad del enfermo, el error de quien lo comete. “¿Una persona con ideas enfermas no es una persona enferma?”. Las enfermedades del alma pasan así a considerarse como las enfermedades físicas, y cuando una persona tiene una enfermedad física, señala Said, seguimos amándola aunque odiemos y luchemos contra su enfermedad. “Una persona enferma de ignorancia y odio tiene también una terrible necesidad de amor y conocimiento, porque el conocimiento es amor y el amor es conocimiento”. En esta separación entre enfermo y enfermedad, él llega, citando también el Evangelio (Mt 5,44), al concepto de amor al enemigo, que se eleva hasta un nivel más alto. “No es igual obrar bien que mal, rechaza el mal de la mejor manera y verás entonces que el que era enemigo se ha convertido en amigo íntimo” (41, 34). Por tanto, a través el bien y el amor donados al mundo se da la ocasión para transformarlo, convirtiendo al enemigo en amigo íntimo.

Oasis

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