It makes sense
¿Qué características tiene esta era, conocida como era secular, que las distingue de otras?[1]
Es un placer estar con vosotros esta tarde para hablar de estas cosas que son las más interesantes de la vida. Son las que dan gusto y alegría. Me parece que tu pregunta es muy significativa porque, efectivamente, estamos en una época, como tú dices -citando La era secular, el título de una obra muy famosa de Charles Taylor (filósofo canadiense)- que podríamos considerar como la época de la secularización. Ya no existe una realidad social homogénea, como cuando yo nací en España. O cuando nacieron los de mi edad en Italia, o en Irlanda o en Polonia. Entonces el contexto social era bastante homogéneo y solo había una cultura que permeara toda la vida.
Hoy un niño que viene al mundo, un joven de este momento, se encuentra delante de una multiplicidad de propuestas, de modalidades de vida, de formas y de actitudes con las que vivir la realidad. Esto provoca que la mayoría de las personas se pueda expresar con mucha más libertad que antes. Antes el ambiente social provocaba que muchos no se sintieran suficientemente libres para adoptar determinadas posiciones. En esta situación, paradójica y justamente, emerge con mucha claridad el drama que la gente tiene. No hay nada que impida expresarse. Cuando en otros momentos una persona pensaba una cosa que era contraria a la opinión dominante le era difícil expresarse. Ahora cada uno decide libremente. No hay cortapisas, no hay prohibiciones que determinen la vida. Y por eso (ahora) ha emergido ante todos nosotros el verdadero problema humano
Me llama mucho la atención —esta mañana lo hablaba con don Ginés[2]— que los chicos de las escuelas públicas participen de un gesto como el que hace un profesor sobre las novelas de Narnia. Los lee con ellos. Los chicos preguntan. Y esto no es una cosa aislada. La gente tiene preguntas. No la gente que reflexiona, filosóficamente hablando —esto siempre ha existido—, sino la gente normal. Hay, por ejemplo, un rapero que dice: “yo puedo intentar llenar el vacío de mi vida con actividad, pero no lo consigo. Lleno el tiempo, pero no el vacío”.
Hace poco una profesora de literatura me contaba que les había puesto a sus alumnos un video (de YouTube) en el que una chica va por ahí con un corazón enorme de plástico y todos le miran un poco extrañados. Nadie le hace caso, tal vez porque el corazón es muy grande y nadie es capaz de estar delante de la grandeza del corazón. Entonces se ve en el video como la chica reduce el tamaño del corazón, lo reduce, lo reduce, lo hace cada vez más pequeño, cada vez más pequeño… hasta alcanzar una dimensión con la que consigue que alguien se interese por ella. Entonces, toda contenta, se va a buscar el gran corazón. Pero el chico que se había sentido atraído por ella se asusta de tener que estar con una persona con el corazón tan grande, y la deja. Esta profesora (después de enseñarles el video) desafiaba a sus alumnos con esta pregunta: vosotros habéis renunciado ya a toda la grandeza de vuestro corazón, de todo lo que deseáis. Uno de ellos le contesta: “sí, porque en realidad, al final la vida es una desilusión”. Otros dicen: “yo al principio pensaba que era así, pero al final cuando voy de mi casa al metro y voy escuchando música, no puedo dejar de desear todo lo que deseo”. Intervienen muchos diciendo que este deseo no se lo pueden arrancar, no lo pueden censurar.
Paradójicamente en este momento aparece mucho más el grito del corazón con su sed de plenitud que en muchos otros momentos. (Como digo) me llama la atención que esto suceda en las personas normales, no en los grandes pensadores. Que Demi Lovato, por ejemplo, diga: “traté de hablar con mi piano, traté de hablar con mi guitarra, traté de hablar con mi imaginación (…) necesito a alguien… ¿hay alguien? Necesito a alguien”. ¡O Lady Gaga!: “¿Pero tú eres feliz en este mundo o te falta algo?”. Esto sucede constantemente, emerge en todos los niveles. No estamos hablando de lo que decía Santo Tomás.
Vemos en la cultura de hoy muchos gritos, pero también vemos mucho adormecimiento en muchas canciones. El deseo puede estar latente, puede estar adormecido. ¿Puede llegar a dormirse y a casi morirse el deseo?
También. Justamente por lo que estamos diciendo, es un mundo muy variado, muy variopinto y puede haber personas que están adormecidas. Se ha visto, por ejemplo, en muchos chicos después del COVID. Muchos han salido del COVID con desazón, con falta de ilusión por volver a la vida normal.
Me contaban unos amigos que organizaron en un instituto de Milán una asamblea porque los estudiantes no tenían interés por volver a estudiar. Una chica que sacaba muy buenas notas y estaba implicada en la vida del centro expresó su malestar. “He perdido el gusto de venir a clase, ya no sé por qué vengo”- dijo-. Intentó buscar una solución a su malestar, como hacemos todos, y se dijo a sí misma: “voy a venir a clase y a estudiar para construir mi futuro”. Parecía una razón adecuada, pero en realidad pronto se mostró insuficiente: no le bastaba para vivir con gusto, para volver todos los días a clase. Entonces se dijo a sí misma que debía encontrar una razón presente. “Voy a venir para ver a mis amigos”- se dijo-. Pero al cabo de una semana ya no le bastaban tampoco sus amigos. Y volvió a surgir la pregunta: “¿por qué vengo a clase entonces?”. La chica se encontró con estos amigos de los que hablo y le preguntaron: “¿Ya has preparado algo para la asamblea?”. Les contesto: “Sí, nos hemos reunido los del grupo de izquierdas y ahora propondremos cosas”. Propuso que en vez de una pausa de 10 minutos entre clase y clase se hiciera una pausa de quince minutos y, que en vez de hacer cinco exámenes al año, se hicieran tres. Se río y confesó: “Es totalmente desproporcionado”.
La gente puede estar dormida, puede haber salido del COVID peor de lo que ha entrado. Eso no es volver a la normalidad es estar en una situación peor que la anterior. La anterior ha demostrado ser un fracaso. ¿Qué pasa entonces? Estos chicos no se pueden quedar tranquilos. No dicen: “estamos adormecidos, no tenemos ilusión y no nos contentamos”. No. Continúan tratando de encontrar hipótesis que puedan responder. Y lo que más me asombra de todo esto es que ellos mismos, cuando verifican esas hipótesis en la vida, se dan cuenta de que no les bastan. Una detrás de otra, las hipótesis se van mostrando insuficientes para responder a las preguntas. La cuestión se incrementa porque si ni esto, ni aquello, ni lo de más allá funciona, aun los adormecidos ven que (las hipótesis) no responden.
Me llama la atención que un psiquiatra con el que he escrito un libro – es un no creyente- diga: “cuando yo empecé mi tarea como psiquiatra. La cuestión fundamental era el sexo. Ahora es el sentido”. La gente tiene necesidad de un significado, de una razón para hacer las cosas, para ir al colegio o para comprometerse en una actividad, para comprometerse con una persona. Entiendo perfectamente que hay muchas posiciones. Pero justamente porque la gente no se contenta con una cosa o con la otra, ni siquiera con pasar el tiempo adormecidos, estamos en un momento verdaderamente propicio, privilegiado. (Siempre y cuando) nosotros tengamos algo que proponer algo que pueda responder a esta exigencia de significado.
El problema es si nosotros tenemos algo que comunicar. Si no tenemos nada que comunicar, seremos uno más. Cuando la sal se vuelve insípida, no sirve para nada. La cuestión es si en este momento los cristianos, la Iglesia, tiene algo que comunicar para responder a esta sed, a esta desazón, a esta intranquilidad que la gente vive y que llega a veces a casos extremos. En Italia ahora se habla del alto número de suicidios que se producen. No estamos hablando del mar y los peces. Estamos hablando de cuestiones que afectan radicalmente al significado del vivir. No es que la gente se adormezca y esté con el encefalograma plano y no pase nada. Cuando la gente no encuentra algo que responde a su exigencia, llega a la situación que estamos viendo. Me parece que esto es lo que caracteriza este cambio de época. Por una parte, es más turbulento, pero al mismo tiempo tiene la capacidad de generar la conciencia del drama del vivir. Puede ser —no podemos pensar en una respuesta mecánica—una ocasión para poder poner delante algo que pueda responder. Por eso me llama la atención que Jesús diga que Él ha venido no para los sanos, sino para los enfermos. Ha venido para los que tienen sed, no para los que están satisfechos.
La cuestión de la transmisión de la fe tiene que ver con esto. En este momento muchas personas tienen esta sed, hay jóvenes con una pregunta o una desazón que les hace estar atentos, la cuestión es si tenemos algo que proponer.
El método del cambio
Ahora que ya has dibujado un poco el panorama en el que estamos, me acuerdo de que Giussani decía que la época de nuestros padres se caracterizaba por tener muchas respuestas sin preguntas. Ahora es justo lo contrario: hay preguntas sin respuestas. ¿Cómo podemos transmitir la fe en este contexto?
La cuestión es si nosotros tenemos algo atractivo que proponer. Esta es una ocasión estupenda para que nos preguntemos cómo sucedió al principio. Jesús no llegó en un momento en el que en el Imperio Romano todo estaba en orden. Todos sabemos el lío multicultural que había en el pueblo de Israel: fariseos, saduceos, esenios, zelotas… Cuando el cristianismo sale de la Palestina y entra en el mundo helenístico, el panteón de los dioses está lleno. Los cristianos no entran en un mundo homogéneo. El cristianismo empezó a hacer su propio camino sin ninguna alianza, con ningún poder. Se transmitía a través de los mercaderes o de los esclavos, o de los soldados, o de la gente normal que viajaba. ¿Qué es lo que sucedió entonces? Tenemos una imagen de qué es el cristianismo determinada por la imagen de lo que ha sucedido en los últimos siglos. Es interesante porque está cambiando. Esto es lo que significa un cambio de época. Lo han señalado Francisco y Benedicto XVI. En este cambio de época, no existe una sola propuesta. El cristianismo entra en relación con muchas otras propuestas.
Es una ocasión estupenda, un desafío único para ver si el cristianismo tiene algo distinto y fascinante que proponer a la sed del corazón del hombre, a la necesidad del vivir. Si no es así será difícil que el cristianismo pueda hoy interesar a alguien.
¿Cómo empezó Jesús? ¿Cómo empezó Dios? La mayoría de nosotros no pensamos en esto. Y todavía peor que en tiempos de Jesús fue en tiempos de Abraham. Dios, viendo que el hombre está perdido en medio de la nada, empieza a decir: “¿cómo ayudo al hombre para encontrar aquello que a tientas no alcanza?”. Y toma una iniciativa. Si yo os desafiara a cada uno de vosotros y os dijera: “¿cómo empezarías tú si yo te diera todas las posibilidades que tiene Dios en sus manos?”. ¿Tú cómo empezarías a cambiar el mundo? ¿Qué ayuda podríais dar al hombre?”. Pensad un momento, cada uno. Y luego comparemos lo que nos ha venido a la cabeza con lo que ha hecho Dios. ¿Alguno habría empezado eligiendo a Abraham, a un hombre de Mesopotamia desconocido por todos?
Ninguno habría imaginado que el modo con el que Dios empezaría a cambiar el mundo fuese elegir a una persona. Y que viendo que no había conseguido cambiar mucho, mandase a su propio hijo. Como dice San Pablo, lo despojó de su rango y lo mandó al lío del mundo sin otro poder que su atractivo. Jesús no llega echando rayos y centellas. Le pueden confundir con el primero que pasa. Es el hijo del carpintero. ¿Quién es este? ¿Moisés? ¿Elías, el profeta? Jesús entra en la realidad y empieza un camino atrayendo a algunos. ¿Y cómo los atrae? ¿Cómo sucede el cristianismo? Lo primero que dice el Evangelio es que dos que estaban buscando -la gente hoy está buscando- se encuentran a alguien que les dice: “¿Y qué buscáis?” “¿Dónde vives?” ”Venid y ved”.
Siempre me quedo alucinado pensando que Jesús les dice que podrán ver y reconocer, que tienen la capacidad de interceptar y de reconocer si lo que ven es lo que están buscando. ¡Qué confianza la de Jesús en que tienen dentro un detector para reconocer la verdad¡ Para reconocer la verdadera respuesta. Después de estar con Él aquella tarde, vuelven y están tan convencidos que dicen: “¡lo hemos encontrado!”. Y cuando se levantan al día siguiente lo único en que piensan es en ir a buscarlo. Y al día siguiente fueron buscarlo otra vez y al día siguiente lo mismo. El origen del cristianismo es algo tan sencillo como esto. Los primeros se lo dicen a los amigos y los amigos a otros y esos otros, y a otros y a otros.
El cristianismo se ha comunicado así. Sin ningún pre-catecumenado. Jesús confía en que aquellos con los que se encuentran tienen la capacidad de reconocer que les quiere, como tú tienes la capacidad de reconocer que alguien te quiere. No necesitas hacer un curso en Harvard para ver quién te quiere o para interceptar cuándo estás enamorada. Primero estás enamorada y después te das cuenta de que estás enamorada. Sucede. El cristianismo es un acontecimiento que sucede, es de la misma naturaleza. Y como uno no puede programar enamorarse, tampoco puede programarse para que suceda el acontecimiento. Por eso es tan espectacular, porque entra algo totalmente nuevo. Esto es el inicio que ha cambiado el mundo. De allí hemos llegado hasta aquí. Hasta los más recalcitrantes, como este amigo con el que he hecho el libro, que se llama Galimberti y que no cree, reconoce que de este método, que a nosotros nos parece demasiado light para cambiar la realidad, ha nacido una civilización. Una civilización que ninguna otra realidad ha generado.
¿Cómo este método tan absolutamente débil y frágil puede cambiar la realidad? Hasta alguien como él ha visto que no se puede generar una historia mejor que con este método. ¿Por qué a partir de cierto momento existe tanta dificultad para que el cristianismo se transmita? ¿Qué es lo que ha pasado para que lo que se había transmitido sin ningún tipo de apoyo externo, solo por la evidencia de un atractivo, por la fascinación que suscitaba en la vida, ya no se transmita? ¿Por qué en un cierto momento se ha encasquillado la transmisión? ¿Por qué las iglesias que estaban llenas se han vaciado y se han convertido en piscinas o en campos de tenis, o en restaurantes?
Antes de ir a los fallos de la transmisión… usas mucho la palabra fascinación, atractivo, la evidencia del atractivo, pero también te puede atraer el reconocimiento social, el poder, la comodidad… No solo nos atrae lo bueno. Y esto a nivel educativo es importante porque nos fascinan muchas cosas que no son la presencia de Jesús. De hecho, a muchos no les fascinó.
Exacto. A muchos no les fascina. Primera constatación. O sea que Jesús no convenció a todos. Pero yo te hago una pregunta, Tania. ¿Eso quiere decir que le faltaba algo al testimonio de Jesús? ¿Faltaba algo en la fascinación que Jesús tenía dentro? De nosotros se puede decir que no somos suficientemente testigos, que no lo encarnamos bien. ¿Pero se puede decir eso de Jesús? Eso no te atreves a decirlo. No basta el testimonio espectacular de Jesús, Jesús da un testimonio único. San Pablo dice que es testigo fiel, el único testigo. De ningún otro podemos decir lo que podemos decir de Jesús. Pero esto no significa que Jesús se imponga a la libertad. Se propone a la libertad. De hecho lo siguieron pocos, aparentemente. La cuestión es que la verdad de una cosa no depende del número, sino de la capacidad de satisfacer la exigencia del corazón. Y ahí se juega la libertad de cada uno. El que tengas delante una cosa fascinante no significa que estés forzada a decir sí. Puedes decir sí o puedes decir no. Dices: “Es una estupidez decir no” pero la libertad muchas veces ante una cosa que reconoce verdadera, puede decir que no.
Antes que el límite
¿Tú afirmarías que el corazón de todos ellos tenía las mismas exigencias?
Sí. ¿Por qué?
¿Y que a todos les fascinó y algunos siguieron esa fascinación y otros no?
Sí. Esto es lo que muchas veces nos cuesta aceptar. ¿Por qué? Primera afirmación. Es verdad que todos estamos hechos con un corazón que es igual para todos. Si no, no podríamos hablar, sería un diálogo de besugos. Cualquiera que sea la modalidad con la que cada uno imagina la respuesta, si tú le preguntas a la gente si quiere ser feliz ninguno te dice que no. Es la exigencia de verdad ¿Hay alguien que quiere que le tomen el pelo o prefiere que le digan la verdad? La exigencia de justicia. ¿Hay alguien que quiera ser tratado injustamente en vez de ser tratado justamente? Tú písale a alguien el pie, verás como protesta, aunque esté dormido. Cuanto más dormido está, si tú le pisas, si le haces una injusticia, más se despierta. La exigencia de justicia se despierta con una potencia que cualquier persona primero responde con un golpe y después te pregunta por qué lo has hecho.
Las exigencias fundamentales del corazón del hombre las tenemos constantemente. Aun la gente que ha alcanzado el éxito más absoluto de la vida, dice: “¿pero por qué todo lo que tengo no me basta?” Quid animo satis. ¿Qué puede satisfacer adecuadamente al corazón? Estas exigencias, ¿piensas que son de algunos o son de todos? Esta es la pregunta.
La naturaleza humana con la que venimos al mundo tiene dentro estas exigencias. Puedes tener más conciencia o menos conciencia, pero basta que la realidad te las provoque para que inmediatamente te des cuenta si son satisfechas o no son satisfechas. Y cuando mejor ves si son satisfechas no es cuando la vida te trata mal. Se ve mejor cuando se alcanza todo el éxito del mundo. Siempre me impresiona la reacción de las personas que cumplen un sueño. Imagínate un literato. ¿Qué quiere? El Premio Nobel o el Premio Planeta, en Italia el Premio Strega. Cuando Pavese recibe el Premio Strega dice: “en Roma apoteosis”. O sea, gran éxito. Y después se pregunta: “con esto ¿qué hago para levantarme mañana por la mañana?”. Cuanto más te responde la vida, más te das cuenta de que no es suficiente. Cuanto más vives, más te das cuenta de que la exigencia que tienes es tan profunda y tan radical, tan exigente, que es exigencia de una totalidad, de un infinito. San Agustín lo ha descrito de modo genial: “nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Estamos hechos para el infinito. Hasta Descartes dice que la exigencia de infinito -Descartes, no San Agustín- es tan anterior a mi conciencia de límite que yo no podría tener conciencia de mi límite si no es porque tengo la conciencia del infinito. No podrías darte cuenta de lo que te falta si no es porque tienes una exigencia tal de infinito que cuando la llenas con algo que aparentemente podría satisfacerla, no te satisface.
Estas exigencias, cualquiera que sea la forma en que se responden, son universales y por eso podemos hablar entre nosotros y podemos leer a San Agustín, o a Platón o a Aristóteles o a Einstein.
La segunda pregunta es por qué con estas exigencias, que son comunes a todos, unos responden y otros no.
A través de la libertad
Sobre todo ¿por qué la presencia de Jesús fascina del mismo modo a todos y unos siguen esa fascinación y otros no la siguen?
No a todos les toca la vida del mismo modo. No todos lo descubren inicialmente al mismo tiempo. Puede que a una persona el encuentro con una persona le fascine y a otra no. Dios, que quiere establecer un diálogo leal con el hombre, habría podido hacerlo de un modo infinitamente más tranquilo y menos dramático.
He contado con frecuencia un diálogo que tuve con un taxista en Milán. Fue una de las pocas veces que cogía un taxi en Milán y me encontré con un taxista teólogo. Estaba leyendo un libro y, después de decirme lo que le había llamado la atención, empezó a despotricar contra Dios que permitía el mal.
Le dejé que se explayara lo suficiente. De hecho, eché leña al fuego para que se enfervorizara. Después le dije: “¿Le puedo hacer una pregunta?”. “Sí”. “¿A usted le gustaría que para que su mujer no hiciera el mal le amase mecánicamente? Así no corría el riesgo de que le fuera infiel, no correría el riesgo de que hiciera cosas que le desagradasen”. Contestó: “No, me gustaría que me quisiera libremente”. Y repliqué: “¿Y piensa que Dios tiene menos gusto que usted?”.
También Dios habría podido hacer otros seres u otro ser, después de todos los que había hecho, en el que funcionara todo perfectamente. Imagínate las estrellas, los astros, los planetas, todo con una armonía única, según leyes perfectamente escritas. Habría podido crear otro ser que funcionara mecánicamente. Con un problema. Habría que quitarle una cosa: la libertad. No hace falta ser un genio para saber que, si Dios creaba un ser libre, algún lío podía montar y que podría decirle que no. Lo ha creado libre porque prefiere que le diga que no a que le ame mecánicamente. Prefiere correr el riesgo de que alguien le diga que no. ¿Tú preferirías que alguien te quisiera libremente? ¿Preferirías que te quisiera mecánicamente? Aunque tengas una gran necesidad de ser amada, no quieres ese amor… un amor así no responde adecuadamente a la exigencia de ser amada. La exigencia de ser amada solo la ves cumplida cuando hay una respuesta libre.
Dios ha querido generar un ser que pueda quererlo libremente, con el que pueda tomar una iniciativa libre y que pueda aceptar con una respuesta libre. Este es el drama. Ha corrido un riesgo grande porque esto le ha costado la vida de su Hijo. No es que estemos aquí jugando a los chinos. Ha tenido que mandar a su Hijo para intentar atraer al hombre, para mostrarle todo el amor y toda la pasión que tiene por el destino de cada uno de nosotros. No estamos aquí con juegos florales. Ha preferido esto a crear un hombre, un ser humano, que lo amara mecánicamente. Aquí está la gran genialidad de Péguy: “Preguntad a un padre si el mejor momento no es cuando sus hijos empiezan a amarle como hombres, a él, como a un hombre, libremente, gratuitamente, preguntad a un padre cuyos hijos están creciendo”. Esto es lo que dice Dios, prefiere ser amado libremente que no ser amado por personas sometidas. “Yo a esto he sacrificado todo, a ser amado por hombres libres, libremente”, dice Péguy para describir la libertad, el gusto por la libertad de Dios. Por eso corre el riesgo de que maten a su Hijo. Y que lo rechacen. Y que los que lo habían aclamado el Domingo de Ramos digan “¡crucifícalo, crucifícalo!” el Viernes Santo. Pero Dios tiene tal estima por la libertad del hombre, que prefiere ser rechazado a ser amado mecánicamente. Eso no le interesa a nadie. Y espera todo el tiempo necesario para que el hombre pueda hacer su camino, a tientas, tropezando, levantándose muchas veces de sus límites. Sin cansarse de tomar nuevas iniciativas para volver a atraerlo y volver a atraerlo y volver a atraerlo.
El ejemplo más espectacular es la relación de Jesús con Pedro. La relación de Jesús y Pedro es única. La describe como ninguna otra el Evangelio. Pedro recibe de Jesús el elogio más grande. Le dice que verdaderamente ha recibido un don de Otro para poder afirmar: “Tú eres el Hijo de Dios”. Pero eso dura medio minuto. No ha dado la primera curva y ya se le sale el coche. “Vamos a Jerusalén que tengo que morir” (dice Jesús). “Ni hablar. Ni hablar” responde Pedro. “Aléjate de mí, que piensas como los hombres y no como Dios”, contesta Jesús. Y así una detrás de otra. Jesús le desafía constantemente. Pedro dice: “tú a mí lavarme los pies, ni muerto”. Jesús le responde: “si no te lavo los pies, no tienes parte conmigo…“. Cuando alza la apuesta, Pedro responde: “no solo los pies, la cabeza y todo lo que quieras”. Y luego: “yo no te negaré jamás”. “¿Que no me negarás? Esta noche me negarás tres veces”. “¿Me amas? ¿Me amas más que estos?”. Es una relación dramática, pero Jesús no se cansa de tomar la iniciativa, de volver a empezar con Pedro.
¿Y esto qué genera? Genera el sí. Dice Pedro: “No sé cómo…. No sé cómo te puedo decir esto, porque te he acabado de negar delante de todos. Pero toda mi simpatía humana es por ti, Cristo”. Jesús tiene la paciencia de generar una persona nueva sin negar los límites, sin censurar nada de todos los límites de Pedro. Y así aparecen con más claridad para cada uno de nosotros las iniciativas, una detrás de otra, que Jesús toma con él.
¿Cuál es el objetivo? El objetivo es conseguir tranquilamente, sin imponerse, sin forzarlo, pero sin ceder ni un milímetro en toda la pasión que tiene por Pedro —porque habría podido decir basta— conseguir que la adhesión, el afecto a Él prevalezca sobre todos sus límites, sobre todo su mal, sobre toda su autonomía. “No sé cómo te puedo decir todavía (que te amo), después de haberte negado delante de todos. Es una contradicción, pero no te puedo decir otra cosa que toda mi simpatía humana es para ti. No puedo decir que tú no seas el amor de mi vida”. Es la frase del Cantar de los Cantares que pone la Iglesia en boca de María Magdalena: “tú eres el amor de mi vida. te busco de noche y de día”. Esta es la modalidad a través de la cual se genera tal relación, tal pasión por Cristo que una persona se convierte en testigo de una belleza que pone ante todos en este mundo.
La gente se pregunta: “¿pero existe una respuesta adecuada a las exigencias que tiene el corazón? ¿es posible encontrarla cuando todo es incapaz de satisfacer?” Quien es cristiano y ha tenido un aprendizaje como el de Pedro ha hecho un camino para poder verificar que solo Él tiene palabras de vida eterna, que solo Él es capaz de llenar el corazón hasta hacerlo rebosar. Solo esta persona podrá ser capaz de poner delante de la vida de este mundo, completamente variopinto, aquello para lo que el corazón está hecho. Lo tiene que ver la gente, no basta que se lo anuncie. No basta que se diga que es así, como una verdad teórica. Jesús, para poder mostrárselo a Pedro, ha tenido que hacerse hombre. Ha tenido que encarnarse. Y cuando Pedro quiso alejarle del designio del Padre… “aléjate de mí”.
Es impresionante porque cuando Jesús responde, por ejemplo, al hambre de aquellos que le siguen- se había hecho tarde y no podían comprar pan- no se contenta con la multiplicación de los panes. Le reconocen como Señor, como rey. Se podría haber contentado. Ya te han reconocido, ¿qué más quieres? Pero la pasión de Jesús por el destino de aquellos que le han seguido es tal que les explica: “no sería leal con vosotros si no os dijera que no os basta para ser felices este pan que habéis comido. Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”. Entonces empiezan a alejarse porque les propone algo que supera su capacidad de entender. Y cuando llega el momento Jesús podría haber pensado: “ahora bajo un poco el desafío porque si no me dejan los discípulos”. Pero Jesús, por la estima que les tiene les dice: “¿También vosotros queréis iros?”. Arriesga la posibilidad de que se fueran para quererlos. Entonces es ahí cuando aparece Pedro. “¿Dónde iremos?”. “Solo tú tienes palabras de vida”. Si no lo hubiera desafiado, Pedro no se habría dado cuenta de cuál era la diferencia entre cualquier otra cosa que hubiera tenido, cualquier éxito que hubiera tenido en la vida, y lo que le daba Jesús. Si nosotros no llegamos a poderlo percibir así, estaremos pensando, aunque seamos cristianos, que estamos perdiendo lo mejor, lo que tienen los demás. Solo si se vive con la certeza de que Cristo responde a toda la exigencia del corazón, podrá ser creíble para nosotros y podremos poner en el mundo algo que pueda despertar el interés por la fe.
¿Quieres que te ponga un ejemplo? Una de las cosas más bonitas que me han pasado recientemente ha sido un diálogo que he tenido con una amiga que vive en Dublín. Trabaja en el Citibank con un jefe que ha nacido en la India. Viéndola, este directivo no podía entender que una chica inteligente, guapa, elegante, con una libertad enorme, pudiera vivir como vive. Y le picaba la curiosidad: “¿pero tú quién eres? ¿pero tú de dónde has salido?” La invitó a cenar para descubrir de dónde había salido. Y la chica le dijo que la razón de todo lo que ve es que se ha encontrado con Cristo. Esto pasa en Irlanda, donde se han producido abusos sexuales. El jefe le dijo: “no puedo creer que tú esto lo puedas vivir perteneciendo a una Iglesia que ha hecho este tipo de cosas”. Ella le contestó: “he tenido una experiencia de Iglesia totalmente distinta de la que vosotros habéis tenido”. Y el jefe, que no tiene ningún tipo de religiosidad, le respondió: “Si yo te miro, si miro verdaderamente lo que veo delante de mis ojos, la explicación que me das de tu vida, que el origen es Cristo, que te ha pasado algo en la vida, it makes sense, tiene sentido lo que me dices. Pero si yo pensase que esto pudiera ser posible, independientemente de lo que veo en ti, sería imposible”.
El cristianismo es imposible de creer si no lo vemos suceder delante de nosotros. Nosotros hemos predicado a Cristo, ¿pero cuántos conoces que necesiten a Cristo para vivir? Hay mucha gente que hable de Cristo, pero no hay mucha gente que necesite a Cristo para vivir.
Hay personas que ponen delante de los demás su vida y aunque quienes los conocen no tengan ningún tipo de relación con nada, aunque sean ateos, no encuentran paz hasta que no les explican de dónde nacen. Es lo mismo que preguntarse: “¿pero quién es este? ¿pero no es el hijo del carpintero? ¿Pero quién es este que hasta el mar y las olas le obedecen? ¿Pero quién es este?”. Es una presencia humana que, por su diferencia con el resto de los humanos, pone delante una cara atractiva que desafía a la razón y a la libertad. Esta es la única respuesta a la pregunta de Dostoievski. “Un hombre culto, un europeo de nuestros días, ¿puede creer, verdaderamente creer en la divinidad del Hijo de Dios, Jesucristo”. Sí, si encuentra alguien así, una persona que no está pidiendo perdón por existir, que vive con plenitud la vida, que tiene una capacidad, una inteligencia, un uso de la razón, un uso de la libertad, una alegría, una paz, una libertad que los demás no sueñan. Ven una vida humana que se realiza con una plenitud que les gustaría tener y que no saben cómo conseguir. Y todos los esfuerzos y el dinero que ganan y todos los millones que ganan no les bastan para estar contentos. Esta es la única comunicación posible de la fe. Que puedan ver, tocar con la mano lo que tocaron con la mano los discípulos. Tocar en el presente lo mismo, no la repetición de la doctrina cristiana, porque si se repite la doctrina cristiana y no lo ven suceder (no sirve). Es lo que me decían mis alumnos cuando les leía el Evangelio: “Profe, esto es estupendo, es bellísimo, pero ya no sucede. Ya no lo veo suceder delante de mis ojos”. Y por eso entiendes por qué si no lo ves…
…no lo crees.
Si no lo ves, no lo crees.
Reducción a doctrina
Antes me preguntaba: ¿Qué pasa hoy? ¿Por qué no fascina esto?
Porque se ha reducido a doctrina. Porque se ha reducido a un elenco de cosas que hacer, a una serie de mandamientos. ¿Tú te casarías para fregar los cacharros de tu casa?
Creo que no.
¿Por qué la gente tiene que interesarse por el cristianismo si es una serie de cosas que hacer como fregar los cacharros? ¿Pero por qué? ¿Qué interés tiene? No puede interesarme. Hemos convertido el cristianismo, como dice el Papa Francisco y el Papa Benedicto, en una ética… Y esto es Kant, no es Cristo, no es el Evangelio. Esto no tiene nada que ver. Es la reducción del cristianismo a una serie de mandamientos o a una doctrina.
Con todo lo que acabas de decir, que me fascina, cargas todas las tintas en que la sal se ha vuelto sosa como principal problema de la comunicación de la fe. Nosotros hemos dejado de necesitar a Cristo para vivir.
Exacto.
¿El principal problema de la transmisión de la fe son los transmisores?
Sí. ¿Por qué te lo digo? Porque cuando alguien encuentra —como he tenido yo la suerte de encontrar—personas en las que se ve esto, como le ha pasado al jefe indio del Citibank, se despierta todo el interés. Y entonces empieza de nuevo a transmitirse la fe. Me encuentro muchas veces a personas que empiezan a creer cuando ya habían borrado de su programa de vida la posibilidad de la fe. Es así porque ven que a otro le brillan los ojos. Y entonces lo que parecía que ya estaba sepultado empieza a florecer.
Nosotros hemos tenido aquí el ejemplo de nuestro amigo Mikel Azurmendi. Una persona de una gran cultura —como todos sabemos— que ha tenido la lealtad, la sencillez de corazón de ponerse delante de algo que le había fascinado, y de hacer un camino que le ha llevado a reconocer el valor del cristianismo cuando lo había dejado hace tiempo. Y esto lo veo constantemente. Nosotros entendemos por cristianismo una doctrina, una coherencia con no sé qué cosa… ¿significa eso que haya perdido su atractivo? ¿El enamoramiento ha perdido sentido, ha perdido gusto? No, vuelve a suceder incluso entre los escépticos. El día que se enamoran se acabaron las teorías. Cuando a los escépticos, se les muere la mujer, hasta los más recalcitrantes dicen que la echan de menos. Dicen que no existe nada, pero están determinados por la falta de la mujer que tenían. Decían que podían prescindir de todo. No, no pueden prescindir.
Es posible que hoy Cristo pueda ser de nuevo atractivo. La modalidad es la de Jesús con Pedro, o sea generar un sujeto sin preocuparse de otra cosa. Cuando Pedro está generado por Cristo puede comunicar, se trata de generar una persona que se encuentre con el jefe del Citibank. La cuestión es si existen lugares en la Iglesia donde se generan estas personas.
El otro día hablaba con una madre de familia que es hincha de la Juventus. Hablaba con ella en una cena. Le ponía su ejemplo, le decía: “¿haces algo para comunicar tu pasión por la Juventus? La comunicas viviendo. Tus hijos están constantemente desafiados por cómo tú vas a ver el partido al estadio – no lo ves en la televisión- por cómo sigues los resultados, por cómo hablas. Ven que vives por algo. Imagínate que vivieras por algo así como vives por ser la Juventus”
Si los cristianos viviéramos con esta pasión… a nadie le interesa si tienes límites o no tienes límites. Los límites no son un obstáculo para un hincha. Lo que prevalece es que una persona solo mire por su madridismo o su “juventismo”. Esta es la cuestión, si existen hoy personas que puedan tener esta fascinación. Si no es así, ¿A quién le puede interesar? Si no nos interesa a nosotros, que decimos que somos cristianos…
Está clarísimo esto de ser hinchas de Dios como lo seríamos de la Juventus, la comunicación tiene mucho que ver con la pasión. En educación entendemos que la libertad es una pasión que hace que la libertad del niño se adhiera. No le preguntas al niño si le haces del Madrid o no, el niño está saltando contigo, celebrando goles cuando tiene cinco años.
¿Y si esto no sucede con la fe?
Pero en las prácticas familiares se entiende y se ve que la educación no es simplemente una pasión para que el niño vea algo que le encanta, y que entonces comprende que eso corresponde con él lo sigue. Se entiende que hay que hacer cosas a las que se obliga al niño para que luego él de mayor elija mejor y elija bien. Le obligas a tener unos hábitos de higiene, le obligas a poner la mesa, le obligas a ayudar a sus hermanos, le obligas a hacer los deberes. No es menos libre porque esté haciendo eso. Y me pregunto por qué hay algo que sea distinto en el asunto de la fe. Algo nos dice que obligar a un chaval de quince años a ir a misa no es bueno.
Es un camino. Es verdad que tú puedes hacerlo esto durante una cierta edad, hasta que el chico llega a la adolescencia.
Y dice: “no quiero ser del Madrid, me voy al Barça”.
Perfecto. Y cuando llega ahí empiezas a tratarle de hombre a hombre, de adulto a adulto y comienza a no ser un sometido, empieza a ser libre. Y ahí es donde se verifica si tú has conseguido hacerle forofo o hincha si le has conseguido transmitir la fe o no.
Hay una rebelión natural, a lo mejor no es que hayas fracasado en la transmisión, sino que hay una etapa de rebelión natural de la adolescencia, en la que el niño empieza a hilar su vida… Me interesa mucho, y creo que nos interesa a todos, cómo uno afronta esta etapa sin miedo a la libertad. Porque lo que nos has contado de Jesús es que no tenía miedo a la libertad de Pedro.
Ningún miedo.
Ni tú tampoco parece que lo tengas…
Tampoco
Esto me interesa…
Me exalta. No simplemente no tengo miedo, sino que me exalta cuando veo alguien libre. Aunque diga lo contrario de lo que pienso. Porque el problema es si tú desearías que tu hijo —si lo tienes, cuando lo tengas un día— fuera libre en la adhesión a lo que tú le has propuesto. El momento de crisis de la adolescencia es fundamental para que se convierta en suyo.
Sólo una cosa
Sí, pero cuando el niño está haciendo todo lo que crees que le viene mal, tú no piensas: “qué libre está siendo”. Piensas: “Qué mal lo está haciendo”. Y no dices: “¡Cómo estoy queriendo ahora mismo su libertad¡”. Más bien te preguntas : “¿Habré educado bien su libertad para que ahora elija lo que más le conviene?”
Puedes preguntarte eso. Por eso te había preguntado antes si en el testimonio de Jesús había faltado algo.
Pero no somos Jesús.
No somos Jesús. Pero este no es el problema fundamental. El problema es que Jesús, cuando llega el momento en que la realidad lo desafía… imagínate en el Huerto de los Olivos, cuando llegan a prenderlo. ¿Pedro cómo reacciona? Sacando la espada… ¿Y Jesús qué le dice? Era la demostración más patente de la pasión que tenía por Él. ¿Y qué le dice Jesús? ¿Pero tú eres tonto de remate o qué? ¿No te das cuenta de que mi Padre tiene legiones de ángeles que podría sepultar a todos? El cáliz que me da mi padre no lo voy a beber. Cuando llega el momento del desafío último, ¿Jesús por qué no se adapta? Cuando llega el momento en que el hijo hace lo contrario —lo hemos leído en la parábola del Hijo Pródigo—, el padre no persigue al hijo. Le deja verificar su hipótesis, como tú tendrás que dejarle verificar su hipótesis, te guste o no te guste. No queda otra alternativa, salvo que lo encierres en el cuarto con siete llaves. Cuando un hijo hace otra cosa distinta de lo que se le ha propuesto, se llega al momento más dramático de la vida de un padre. Como es el momento más dramático de la relación de Dios con su hijo. El padre le habría dicho todas las cosas que un padre judío, sabio y culto, coherente con la ley le habría dicho a su hijo. Pero si el hijo le responde: “Estoy a disgusto en casa y quiero la parte de mi herencia y me voy”. ¿Qué hace? ¿Le cierra con llave?
Ahí está la pregunta que tenemos que hacernos. (¿Prefieres que no se vaya?) o que verifique (lo que le has enseñado) para que descubra qué significa tener un padre. El otro hijo no ha roto un plato. Pero todavía no ha entendido nada. ¿Qué prefieres? El hijo pródigo aprendió a pesar de las equivocaciones y fue libre al reconocerlo ¿Cómo puede ser libre si no tiene la posibilidad de equivocarse? ¿De otro modo habría podido reconocerlo? Él hijo se ha dado cuenta del valor de su padre cuando estaba comiendo algarrobas con los cerdos. No ha tenido una visión. No ha ido nadie a decirle cuánto mal había hecho. Entrando dentro de sí, se da cuenta de que en la casa de su padre se vive como Dios manda y él está allí y experimenta un deseo imparable de volver a casa.
El hijo, después de la rebelión, ve algo distinto. Su intento no es suficiente. Se da cuenta de que aquello no corresponde a lo que él pensaba. Lo que su autonomía puede conseguir (no corresponde). La cuestión es si se da cuenta de que lo mejor es volver a casa con el padre. (Si es así) vuelve libremente.
Preguntas del público. ¿No hay entre diferencia la transmisión de la fe a los jóvenes y a los adultos de hoy? ¿Son siempre los mismos elementos los que están en juego en adolescentes, jóvenes y adultos?
Siempre. Porque el problema en los adultos todavía es más llamativo. Porque normalmente pensamos que ya hemos verificado todo. Fue, por ejemplo, el caso de Azurmendi, que ha sido espectacular. Es una persona que a una cierta edad reconoce algo que todavía es capaz de despertar su interés y lo secunda, verificando la verdad de lo que se dice. No lo hizo como un ingenuo o sentimental, sino con toda la capacidad de su razón y de su libertad. Esto es espectacular. Por eso digo que en la sustancia no veo que exista una diferencia importante.
Me piden que te mojes y digas tres cosas esenciales en la transmisión de la fe.
Una y basta. Que cada uno viva la fe. Porque si tú vives la fe y Cristo es decisivo para tu vida, lo podrán ver todos en tu cara, lo podrán ver todos cuando entres a clase, lo podrán ver todos cuando te encuentren en el pasillo, lo podrán ver tus alumnos, tus compañeros, tus colegas, tu familia. Solo existe una cosa (necesaria) para la transmisión de la fe: generar el sujeto que la transmita. Muchas veces se ha insistido sobre todas las demás cosas y se ha olvidado la generación del sujeto que transmite la fe. En la Iglesia muchas veces se dice que habría que hacer esto, habría que hacer lo otro, habría que hacer lo de más allá. ¿Y dónde está el sujeto? ¿Dónde está? ¿Quién se preocupa de generarlo?
[1] Intervención en el Congreso de educación “Un joven de nuestros días” celebrado en el Colegio Juan Pablo II, Alcorcón (Madrid) y organizado por la Diócesis de Getafe. Las preguntas las realiza Tania Alonso Sainz, profesora Ayudante Doctora en la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid.
[2] Mons. Ginés Ramón García Beltrán, obispo de Getafe
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