´Islam en Francia´ o ´islam de Francia´. El reto de Macron

Mundo · Jean Duchesne
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8 marzo 2018
El presidente francés Emmanuel Macron tiene la ambición de renovarlo todo, pero debe afrontar problemas que sus predecesores no han sido capaces de resolver y para los que ni la transformación del panorama político ni la evolución de la legislación ni los grandes proyectos ofrecen solución.

El presidente francés Emmanuel Macron tiene la ambición de renovarlo todo, pero debe afrontar problemas que sus predecesores no han sido capaces de resolver y para los que ni la transformación del panorama político ni la evolución de la legislación ni los grandes proyectos ofrecen solución.

Entre las cuestiones más embarazosas que arrastra está la integración de la religión islámica en la sociedad francesa. La République se pretende laica, pero reconoce la libertad de conciencia y la existencia de “cultos” que deben ser gestionados por asociaciones oficiales que gozan de derechos pero que también se someten a sus leyes.

Este sistema, solo erigido de manera progresiva mediante la negociación y el compromiso en el siglo XX tras la conflictiva separación entre el Estado y la Iglesia en 1905, se concibió para y con los católicos, y de manera marginal también los protestantes y judíos, ¿pero también puede aplicarse al islam?

La terminología oficial es ya en sí significativa. El objetivo no es organizar “el islam en Francia” sino “un islam de Francia”. Dicho de otro modo, no se trata solo de tener en cuenta la pluralidad de corrientes islámicas que existen en el país y pedirles que se organicen y se doten de unas instancias comunes y representativas que actúen como el interlocutor que los poderes públicos necesitan. La idea es ante todo crear una suerte de islam nacional que, sin eliminar sus diferencias internas, consiga conciliar la pertenencia religiosa con la ciudadanía y la adhesión a los “valores” compartidos por el resto de franceses.

Esto es lo que Macron volvía a proponer en una entrevista que concedió al Journal du Dimanche. El presidente distingue dos líneas de trabajo. Una se sitúa en un plano formal y prevé una estructuración institucional que englobe las diversas corrientes del islam presentes en Francia. La segunda se refiere a la sustancia, es decir, la compatibilidad e incluso la posible convergencia entre las exigencias del islam y los ideales republicanos y laicos. Su todo es prudente y medido, y las motivaciones y objetivos razonables: no importar a Francia las divisiones que laceran al islam en otros lugares del mundo, dar a los musulmanes su lugar y papel en la vida sociocultural, algo que su presencia hace ya inevitable, no acelerar las cosas y avanzar propuestas solo después de una consulta a 360 grados.

¿Qué probabilidad tienen estas laudables intenciones de generar resultados concretos? Obstáculos no faltan. Sobre todo persisten los elementos por los cuales los predecesores del presidente actual no lograron federar el islam de Francia. El Conseil français du Culte musulman, creado en 2003, sigue sin funcionar a causa de desacuerdos internos entre las asociaciones que engloba y que viven en su mayoría de patrocinios extranjeros.

Argelia, Marruecos, Arabia Saudí, los países del Golfo, los Hermanos Musulmanes, Turquía, por no hablar de los salafitas y yihadistas, tienen sus “clientes”, a los que envían predicadores y/o dinero. Unir a todas estas facciones no es nada obvio porque no les interesa. El gobierno no tiene presupuestos para contrarrestar estas influencias externas, y además el Estado no puede financiar ningún “culto”.

Alsacia y los cursos de islamología

Aún queda una excepción, la Universidad de Estrasburgo, que sigue cometida al régimen del concordato, pues Alsacia era alemana en el momento de la separación en 1905, y ofrece cursos de islamología. En París, el Institut Catholique (privado) acoge a los futuros imanes.

El objetivo de esta formación es doble. Por un lado, asegurar que los que llegan del Magreb o Levante para ejercer en las mezquitas sin una cualificación real tengan un conocimiento suficiente del francés y del ambiente cultural en que se expresa. Por otro, garantizar que su enseñanza sea de nivel universitario y responda a las expectativas espirituales e intelectuales.

En esta misma línea se creó en 2016 la Fundación del Islam de Francia, que al haber sido declarada de utilidad pública puede recibir financiación y recibir donaciones fiscalmente deducibles. Esta fundación bebe del gran orientalista Jacques Berque (1910-1995) y promueve un “islam de progreso”, en línea con la “relación especial” entre la cultura musulmana y Francia, algo que con el tiempo ha supuesto más enriquecimiento mutuo y duradero que conflictos.

La premisa es que el islam “auténtico” es fundamentalmente pacífico y abierto, y por tanto conciliable con la “modernidad”. El problema es que los frutos de calidad en el ámbito de la piedad, la teología y la historia no impiden la “radicalización” alimentada por eslóganes y videos que circulan por internet. Otra dificultad añadida es que valorar al islam suscita una reacción islamofóbica, tanto a la izquierda como a la derecha del tablero político.

Sin embargo, el optimismo todavía encuentra justificación en la sociología religiosa. De hecho, esta ha demostrado que casi el 90% de los musulmanes residentes en Francia observa el Ramadán, menos de la mitad es “practicante” regularmente y el resto es la parte más o menos secularizada.

Los protagonistas de la reforma

Al mismo tiempo, en los medios emergen personalidades que apoyan un islam “iluminado” y liberal: el escritor  Tahar Ben Jelloun (nacido en 1947), el teólogo Ghaleb Bencheikh (nacido en 1960), el filósofo Abdennour Bidar (nacido en 1971), el rector de la gran mezquita de Lyon Kamel Kabtane (nacido en 1943), el imán Bordeaux Tareq Obrou (nacido en 1959), la empresaria Najoua Arduini-Elatfani (nacida en 1982), o el banquero y consultor Hakim El Karoui (nacido en 1971), autor de “L’Islam, une religion française” (Gallimard, 2018), que parece contar con la aprobación de Macron.

Por tanto, será la mayoría silenciosa de “el islam en Francia” la que decida si “un islam de Francia” es posible. El Estado y el gobierno francés tendrán que encontrar los medios necesarios para contrastar la demonización del islam y dar al “culto” musulmán la posibilidad de dejar de depender de mecenas extranjeros.

Pero todo esto corre el riesgo de resultar insuficiente. La solución elaborada para el judaísmo y el cristianismo, donde la separación entre la esfera temporal y la espiritual legitima la laicidad, difícilmente puede funcionar para el islam, donde la ley divina es superior a las leyes humanas.

Habrá que buscar por tanto en la tradición coránica algo que ni es obvio ni tiene probablemente precedentes: cómo aceptar y gestionar un estatus de minoría no oprimida y participativa en un contexto pluralista. Esta es una solución que solo los musulmanes de Francia (y de Europa) pueden concebir y adoptar, pero ningún presidente de la República la tiene al alcance de la mano.

Oasis

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