Desde el escaño

¿Intervención? No. Autointervención, sí

España · Eugenio Nasarre
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5 junio 2012
Permítanme los lectores que me haya tomado la licencia de introducir el neologismo "autointervención" para expresar sintéticamente mi posición. Mi buen amigo José María Beneyto ha dicho, para escándalo de algunos, que la intervención o el rescate no serían el "apocalipsis". Todos tenemos miedo a la intervención, por dos motivos principales: uno de índole política, ya que, en el fondo, se trata de una humillación para el país intervenido y, desde luego, para su gobierno, que además es un gobierno recién salido de las urnas con una amplia mayoría y, por lo tanto, con plena legitimidad democrática para conducir el rumbo de la nación. El otro motivo es más de orden socioeconómico: el temor a las medidas dictadas por los "desalmados" tecnócratas de Bruselas o del Fondo Monetario Internacional.

Sin embargo, tengo la impresión de que gran parte de la sociedad española no sabe que: a) los españoles pagamos menos IVA que la mayoría de los países europeos; b) los impuestos especiales (hidrocarburos, bebidas, tabaco etc.) son también inferiores a la media de la Unión Europea; c) no hemos introducido el copago para actos sanitarios, a diferencia de Alemania, Francia, Italia, Portugal y otros; d) España gasta por alumno de la enseñanza pública 9.833 dólares, un 21 por 100 más que la media de la Unión Europea (8.146) y tiene una ratio de alumnos por aula en la enseñanza primaria inferior a la del Reino Unido, Estados Unidos, Francia y Alemania; e) disponemos de más kilómetros de AVE por habitante que cualquier otro país europeo; f) tenemos más aeropuertos en funcionamiento por habitante que cualquier otro país europeo; g) hemos atrasado la edad de jubilación hasta los 67 años, como otros países europeos, pero con un período de transición tan largo que no concluye hasta el año 2027; h) disponemos de la mayor red de televisiones y radios públicas, del Estado, de las regiones y de los municipios, de toda Europa.

Todos estos datos, y otros más, los conocen nuestros socios europeos. Nuestro problema, aunque no es el único, es que desde el año 2009 en que alcanzamos la escandalosa cifra del 11,2 de déficit de nuestras cuentas públicas sólo hemos logrado en los dos años sucesivos reducirla al 8,9 por 100. En tres años nuestra deuda pública ha crecido en 300.000 millones de euros. Es una cifra que no se la puede permitir ni España ni Europa misma. Da la impresión de que ya hemos hecho muchos sacrificios en estos dos últimos años. Y, sin embargo, sólo hemos logrado reducir el déficit un poco más de dos puntos. Lo que con sudor ahorramos por un lado, se nos escapa por el otro, como si tuviéramos un gran agujero que no logramos taponar. Resulta, desde luego, desesperante.

Yo sólo veo una receta ante esta situación que no puede prolongarse. Este gran agujero que no puede taponarse y que convierte en inútiles nuestros sacrificios es producto del creciente desorden con el que ha vivido nuestro país. No nos dimos cuenta de ello en los artificiales tiempos de bonanza. Incluso lo alimentamos con el desbocamiento del Estado de las Autonomías. Por eso, la receta para impedir que los otros nos intervengan es poner orden en nuestra casa. No basta ya con poner techo a los gastos o intentar recaudar más. Para que España vuelva a ser creíble, suscite confianza y recupere la normalidad en sus finanzas es imprescindible un gran programa nacional de carácter global, con unidad de criterio, que haga a España un Estado viable, con seguridad jurídica, con instituciones que funcionen, con unidad de mercado, con una economía más dinámica y con un sistema de bienestar sostenible.

Este programa no puede ahora plantearse y llevarse a cabo sin sacrificios, incluso duros. Tampoco puede elaborarse sin abandonar prejuicios que han alimentado nuestro debate político estos años. Lo deseable sería que ese programa nacional fuera el resultado de un acuerdo entre las dos fuerzas políticas que son los pilares de nuestro sistema democrático. Pero hay que hacerlo en cualquier caso y sin dilación.

Creo que la experiencia de los últimos seis meses nos ha proporcionado lecciones suficientes. Ahora hay que dar un paso más y trazar un horizonte de certidumbre. Si no nos anticipamos, el rescate será inevitable.

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