Intemperie (Jesús Carrasco)
14.jpg)
La intemperie le había empujado mucho más allá de lo que sabía y de lo que no sabía acerca de la vida.
La primera novela de Jesús Carrasco dice mucho sin hacer hablar mucho a sus personajes. Intemperie es la soledad y abandono a los que se ve obligado un niño que, hastiado, solo e indefenso, prefiere adentrarse en el llano, sin agua ni comida, antes que permanecer en su pueblo. En su huida, un viejo pastor lo guiará, como un padre, devolviéndolo a la infancia que nunca tuvo y enseñándole un horizonte rebosante de dignidad. Entendió que el viejo no sería quien le entregara al mundo de los adultos, ese en el que la brutalidad se empleaba sin más razón que la codicia o la lujuria.
Con la misma rudeza y sabiduría con la que trata a sus cabras, el pastor sabe manejarse en los entresijos de la vida, callando y mandando, rezando y caminando. Igual que en La carretera de Comarc McCharthy (explícita e implícitamente autor de referencia para Jesús Carrasco), la relación entre un hombre y un niño se convierte en el eje que hace girar el mundo, pero no cualquier mundo, sino un mundo humano, el único mundo que puede llamarse humano. Sería imposible sostenerse en la intemperie sin la mano callosa de un pastor, sería materialmente imposible afrontar el pasado y mirar el futuro sin la compañía buena de un hombre que sabe de dónde viene y a dónde se dirige. Las páginas de Intemperie, envueltas en calor, sequedad y persecución, nos introducen en el aspecto más esencial e importante de la vida.