Inmigración: hace falta un debate serio

Mundo · Ricardo Benjumea
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18 diciembre 2013
¿Son un problema los inmigrantes, o la solución al envejecimiento global? ¿Se puede pretender atraer a la mano de obra cualificada, mientras se cierran las puerta al resto? Unas 2.500 personas murieron el año pasado en océanos y desiertos tratando de mejorar sus condiciones de vida. Emigran porque se les necesita, aunque lo que encuentran son fronteras cada vez más altas militarizadas. Hace falta un debate serio para acabar con esta esquizofrenia.

¿Son un problema los inmigrantes, o la solución al envejecimiento global? ¿Se puede pretender atraer a la mano de obra cualificada, mientras se cierran las puerta al resto? Unas 2.500 personas murieron el año pasado en océanos y desiertos tratando de mejorar sus condiciones de vida. Emigran porque se les necesita, aunque lo que encuentran son fronteras cada vez más altas militarizadas. Hace falta un debate serio para acabar con esta esquizofrenia

Si tomáramos como criterio su impacto político, uno de los candidatos seguros a libro del año en 2013 tendría que ser “Exodus: How Migration is Changing Our World” (Oxford University Press USA), del economista Paul Collier. Simplificando, Collier arma de argumentos a quienes, a un lado y otro del Atlántico, apuestan por poner barreras a la inmigración (cuanto más altas, mejor), y establecer estrictos criterios de admisión selectivos, de modo que las fronteras se abran sólo a los inmigrantes más cualificados.

Una de las tres grandes líneas argumentales del libro es que, si bien en el pasado, la inmigración masiva ha sido beneficiosa para los países receptores, hemos alcanzado un punto de saturación, a partir del cual, los extranjeros generan distorsiones económicas y amenazan la cohesión de las sociedades de acogida. En este sentido, la tesis es similar a la que defendió en 2010 el antiguo dirigente socialdemócrata alemán Thilo Sarrazin, que entre otras cosas, afirmaba que la fuerte presencia de turcos musulmanes amenazaba la paz social en Alemania. Tras el escándalo que se generó en el país, Sarrazin fue expulsado de su partido. Fue una decisión a todas luces hipócrita, ya que no cuesta encontrar sus mismos planteamientos de fondo en la legislación migratoria impulsada por los Gobiernos rojiverdes (1998-2005). Uno de los grandes objetivos de esas leyes era atraer a inmigrantes VIP, como ingenieros, expertos en telecomunicaciones o maestros artesanos, y cerrar las puertas al resto. Pocos países podrían, objetivamente, ofrecer a los jóvenes asiáticos más brillantes mejores condiciones que Alemania, con su potente industria exportadora y sus brillantes universidades, que además son gratuitas. Pero el plan no ha funcionado; sólo 6 mil de los 60 mil estudiantes extranjeros que cada año llegan a las universidades alemanas deciden quedarse al completar sus estudios, y algunos expertos se preguntan si la causa no es, simplemente, que este país no consigue hacerles sentir cómodos a los inmigrantes, ya sean doctores o trabajadores sin formación. Incluso los hijos y nietos alemanes de personas nacidas fuera son socialmente señaladas como extranjeros. Y a ello, sin duda, contribuyen planteamientos como los de Thilo Sarrazin. Son tiempos de fuerte caída de natalidad y rápido envejecimiento en todo el planeta, pero especialmente en el mundo rico, donde, para 2050, la ONU estima que una persona de cada tres será pensionista. Los países van a tener que competir entre sí para atraer a jóvenes inmigrantes.

En el próximo número de enero/febrero de 2014 de la revista Foreign Affairs, Michael Clemens y Justin Sandefur rebaten los principales argumentos de Paul Collier. Si éste afirma que los barrios de Londres donde se concentran los inmigrantes de Bangladesh son los más peligrosos, aquéllos le responden que la llegada de inmigrantes ha reducido la criminalidad en los vecindarios de Inglaterra y Gales, y ha aumentado el valor de la vivienda, como también ha sucedido en España o en EE.UU. En este último país, el think tank conservador Manhattan Institute, que ha elaborado un “índice de asimilación”, considera que la capacidad de adaptación de los inmigrantes llegados en el último cuarto de siglo (procedentes de entornos culturales muy diversos) es superior a la de hace un siglo, cuando llegaban sobre todo europeos. Los que mejor se adaptan son los filipinos, los cubanos y los vietnamitas.

Los datos muestran también que la llegada de inmigrantes no hace aumentar el paro, sino todo lo contrario, como efecto del crecimiento económico y del impulso a la demanda interna. Clemens y Sandefur aluden también al particular caso de Sudáfrica, donde el fin del Apartheid en África puso súbitamente a millones de personas negras a competir con los blancos por los puestos de trabajo. Los ingresos de los negros aumentaron un 61% entre 1993 y 2008, sin que los blancos sufrieran perdida alguna.

Tampoco se sostiene la tesis del impacto negativo que, según Collier, producen los inmigrantes en el sistema de protección social. Según un estudio llevado a cabo presentado en junio de 2013 por la OCDE, los inmigrantes aportan al fisco en esta área geográfica 4.400 dólares más de lo que reciben. En España, el impacto fiscal neto de la inmigración equivale al 0,5% del PIB.

Otra cosa son los argumentos que aporta Collier con respecto a los países de origen. Brasil, China o India se han beneficiado extraordinariamente de las remesas que envían sus emigrantes. Pero también abundan casos como el de Haití, donde el 85% de la población con formación ha abandonado el país.

La fuga de cerebros y el proteccionismo agrario en los países ricos son dos grandes problemas que provocan en África infinitas veces más inconvenientes de los que resuelve la cooperación internacional. Es un hecho. Lo justo, por tanto, sería poner todos los asuntos sobre la mesa, y abordar un diálogo amplio y constructivo en los organismos internacionales, con participación de los países de origen y los de acogida. Ayer, Día Mundial del Migrante, la Organización Internacional para las Migraciones denunció que, el pasado año, al menos 2.360 personas perdieron la vida en desiertos u océanos, mientras trataban de alcanzar un destino donde forjarse una vida mejor. Para frenar esa tragedia, es imprescindible combatir a las mafias, pero no basta. Existe hoy por hoy una clara contradicción entre las necesidades de mano de obra inmigrante, y las barreras a los inmigrantes en esos mercados, lo cual hace que la oferta y la demanda se ajusten por vías ilegales, con dramáticas consecuencias, en formas de miles de vidas perdidas.

¿Qué solución hay a eso? Facilitar la inmigración legal. A pequeña escala, se ha hecho con gran éxito en España, en el sector agrícola. En EE.UU., ésta es una de las medidas que piden sindicatos y Cámaras de Comercio que se introduzca en la reforma migratoria. ¿Por qué no intentarlo a lo grande?

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