Inmigración. Camisetas rojas y camisas blancas

Mundo · Giuseppe Frangi
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19 julio 2018
Ante las noticias que a diario llenan las crónicas informativas sobre inmigración, es muy fácil sentirse objetivamente desorientados. Muchos podemos tener una percepción clara de cuál es la actitud más adecuada, y por tanto humana, frente a un fenómeno que a menudo adquiere tintes dramáticos, pero resulta muy complicado presentar a nivel público las razones de este enfoque “civil”. Estamos en un momento en que las razones del bien sufren de afasia. Mejor dicho, estamos en un momento en que el bien no consigue llegar a expresar claramente sus propias razones.

Ante las noticias que a diario llenan las crónicas informativas sobre inmigración, es muy fácil sentirse objetivamente desorientados. Muchos podemos tener una percepción clara de cuál es la actitud más adecuada, y por tanto humana, frente a un fenómeno que a menudo adquiere tintes dramáticos, pero resulta muy complicado presentar a nivel público las razones de este enfoque “civil”. Estamos en un momento en que las razones del bien sufren de afasia. Mejor dicho, estamos en un momento en que el bien no consigue llegar a expresar claramente sus propias razones.

Cuando uno se prepara para entrar en faena con la intención de hacer frente a la ofensiva creciente de los “malpensados”, al final casi siempre acaba aduciendo razones que parecen poco realistas ante la brutalidad de las razones que hoy resultan vencedoras. ¿Por qué pasa esto? La primera respuesta es sencilla: porque el fenómeno migratorio se contempla en último término en función de la política, tanto en un bando como en otro. De tal modo que no interesa tanto proponer y fortalecer las buenas razones (probablemente a base de hechos) sino conquistar espacios. Algunos en Italia se ponen ahora camisetas rojas pero en el fondo no les interesa realmente el destino de estos inmigrantes, les preocupa más desmarcarse y mantener limpia su tacha moral frente a la vulgaridad dominante. Se reivindica así la propia nobleza ética por un día pero la cosa acaba ahí. Al día siguiente volvemos a la camisa blanca como si nada.

La segunda respuesta podría ser esta. El bien ha pecado de idealismo y simplismo en sus análisis. Es decir, se ha confiado a una lógica elemental, según la cual las rutas migratorias son rutas que se generan espontáneamente siguiendo el sueño de una vida distinta por parte de cientos de miles de personas. Sin duda es así, pero es igual de cierto que no solo es así. La inmigración se alimenta de intereses ajenos, de quienes ven una gran posibilidad de hacer negocio. Y no me refiero solo a los contrabandistas y traficantes, también a los que les empujan a marcharse e incluso a veces, desgraciadamente, también a los que les acogen.

Esta observación sugiere una tercera respuesta. Los que están del lado del bien no han tenido el coraje de mirarse a sí mismos. No han visto que entre sus filas muchos hablaban muy bien pero actuaban muy mal. En nombre de la emergencia, se han legitimado modelos de acogida no solo fracasados sino muchas veces humillantes para los que eran acogidos. Así lo demuestra una investigación realizada en centros de acogida extraordinaria en Italia. Se ha desatado una especie de codicia que ha llevado a crear centros enormes sin preocuparse de invertir en la contratación de personal adecuadamente preparado. El resultado ha supuesto la creación de una presión social sobre comunidades que se han visto obligadas a convivir con estos enclaves de solicitantes de asilo abandonados a su suerte en estas estructuras. Resumiendo, el bien se ha autolegitimado demasiado a priori y por el camino ha perdido sus razones.

Añado una última respuesta que no trata de buscar motivos sino acaso reanimar al verdadero pueblo del bien. Podemos ser muy permeables a las consignas mediáticas pero a la hora de la verdad la realidad es bastante distinta de cómo nos la presentan. Fuera de la arena mediática, fuera de la batalla ideológica, es decir, en las relaciones normales de todos los días, en el trabajo cotidiano de construcción social, desde las escuelas al mundo laboral, en los barrios y en las parroquias, podemos ver con nuestros propios ojos cómo el bien se sigue nutriendo en una estrechísima red de pequeños gestos que tienen muy claras sus propias razones.

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