Disputatio en Rimini

Ignacio Carbajosa: `El pueblo judío nos ayuda a reconocer la grandeza del cristianismo`

Mundo · Fernando de Haro
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6 septiembre 2011
En el Meeting de Rimini se produjo un diálogo que más que un debate formal parecía una de esas conversaciones entre dos maestros, uno judío y otro cristiano, que tenían lugar en la Edad Media. A calzón quitado, sin quedarse en lo políticamente correcto, el profesor judío de derecho constitucional en la New York University Joseph Weiler e Ignacio Carbajosa, profesor de Sagrada Escritura en la Universidad de San Dámaso, analizaron juntos un texto del Deuteronomio que, según la tradición cristiana, anuncia a Jesús. 

Hace unos días mantuvo, en el Meeting de Rimini un diálogo con el judío Joseph Weiler sobre algunos pasajes bíblicos, en concreto Deuteronomio 13 y 18. ¿Qué importancia tuvo este debate? A los que asistimos nos sorprendió, en algunos momentos parecía una de las antiguas disputatio.

Como muy bien dice Jacob Neusner, el rabino americano con el que dialoga el Papa en su último libro, las disputationes entre judíos y cristianos en la Edad Media partían de un sincero deseo de alcanzar la verdad. Sólo con la llegada de la Ilustración se buscó explícitamente evitar la discusión entre las religiones, estableciendo abstractamente una verdad común, la de la paz o la concordia, la de una ética común o la de un Dios genérico, creador, aquel que la razón puede alcanzar por sí sola. Y desapareció ese diálogo apasionante que buscaba la verdad. El diálogo con Weiler en el Meeting de Rimini tuvo el sabor de una disputatio de otros tiempos, cargada de estima mutua y de interés por profundizar en las propias convicciones.

Usted explicó que los pasajes mencionados del Deuteronomio son una profecía de Jesús, definitivo profeta. Weiler sostenía, por el contrario, que la primera alianza es definitiva y que los judíos están obligados a rechazar cualquier nueva Revelación. ¿Son posturas irreconciliables?

Si las posturas fueran, de entrada, irreconciliables, no tendría sentido el diálogo que llevamos a cabo. Partimos de un patrimonio común, el Antiguo Testamento o Biblia hebrea, al que ni judíos ni cristianos queremos renunciar. Compartimos, además, una misma sensibilidad religiosa, fruto de la educación plurisecular del pueblo elegido por Dios para comunicarse al mundo entero. Y compartimos, evidentemente, una misma naturaleza humana, con sus deseos y exigencias, y una misma razón. Por tanto el ejercicio de razón y de afecto que se pone en juego en un debate tiene sus puntos de referencia, su objeto común. Y, por tanto, su criterio de verificación.

¿Puede estar vigente la primera alianza sólo para los judíos mientras que la nueva alianza rige para el resto del mundo? ¿Qué luz aporta sobre esta cuestión el último libro del Papa?

El cristianismo no ha abandonado la primera alianza si con ella se entiende el pacto que Dios realiza al elegirse un pueblo entre las diferentes naciones para sacar de él al Mesías. Ésta es una historia a la que jamás podrá renunciar la Iglesia, y por ello rechazó en el siglo II d.C. la herejía de Marción que pretendía eliminar el Antiguo Testamento. Ahora bien, si entendemos la primera alianza como un conjunto articulado de leyes y normas, nacido y dirigido a un pueblo en un contexto cultural siro-cananeo, es evidente que dicha alianza ya no rige para el Nuevo Pueblo de Israel que ha ensanchado sus fronteras para acoger a todas las naciones. Eran leyes dirigidas a un pueblo étnico, en función de un camino que debía conducir al momento álgido de aquella primera alianza: cuando todos los gentiles se reunirán en Jerusalén, tal y como dice el profeta Isaías (Is 2).

Los gentiles no pueden regirse con esas normas, propias de una cultura muy determinada. Más bien entran en la gran alianza, es decir, en el designio de salvación para todas las naciones que Dios ya reveló a Abrahán. De hecho la primera alianza, antes que la del Sinaí, es la realizada con el patriarca Abrahán, que desde el inicio contiene la promesa de una descendencia como las estrellas. "En ti serán bendecidas todas las familias de la tierra" (Gn 12,3). Las leyes emanadas del Sinaí estaban en función de esta promesa previa: que todas las naciones entrarían en el definitivo pueblo de Dios. Por eso, como dice el Papa, partiendo de lo que escribe Pablo en la carta a los Romanos, la primera alianza, con todas sus leyes, sigue vigente para el pueblo judío, que en ella ve el rostro de Dios, la revelación de la voluntad divina que le permite vivir rectamente.

Weiler sugirió que dando muerte a Jesús los judíos obedecían a lo establecido por Dios, a su misterioso designio. ¿Qué le pareció esa afirmación?

Esta afirmación nace de una particular interpretación de Deuteronomio 13, en la que se invita a dar muerte al profeta poderoso en obras (por tanto no falso) que invita a seguir otros dioses y a abandonar la ley. Con ese profeta, Dios pondría a prueba la fidelidad de su pueblo a la única alianza. En su opinión, éste fue el artículo de la Ley que el tribunal judío utilizó para condenar a Jesús.

Esta hipótesis tropieza con serias dificultades. En primer lugar, ni en el Nuevo Testamento ni en las fuentes judías hay rastro de la interpretación de Dt 13 en este sentido, como justificación de la muerte de Jesús. Los judíos que le condenaron no reconocían en él a un profeta verdadero, potente en obras. Por otro lado, el texto de Dt 13 parece referirse al caso extremo de un profeta falso que, sin embargo, realiza obras potentes. Como los magos de Egipto que realizaban los mismos prodigios que Moisés delante del Faraón.

No pudiendo partir del dato objetivo de que lo que anuncia un profeta verdadero se cumple (visto que a veces los profetas falsos cumplen obras potentes), el criterio último de discernimiento es que no invite a seguir a otros dioses ni se aleje de la Ley. Pero Jesús en ningún momento invitó a seguir a otros dioses o a incumplir la Ley. Al contrario, Jesús se caracterizó por afirmar un único mandamiento: el amor a Dios sobre todas las cosas, al que él llama Padre. E insistió en que no había venido para abolir la Ley sino para darle cumplimiento. Por tanto, Dt 13 no se puede utilizar (de hecho no se utilizó) para condenar a Jesús.

¿Qué ha hecho posible el diálogo entre usted y Weiler?

Este diálogo no habría sido posible sin la relación cordial que durante años Weiler ha mantenido con muchas personas del "pueblo de don Giussani", como a él mismo le gusta decir. Como decía el Papa en El Escorial a los profesores universitarios, el amor tiene la función de abrir la razón, de favorecer el conocimiento. Y esto se ha visto en acto en la edición de este año del Meeting de Rimini.

¿Qué diferencia hubo entre ese debate y las fórmulas de ecumenismo "light" que encontramos en algunos foros?

El ecumenismo "políticamente correcto" esconde cartas, no parte de la experiencia completa de fe de cada persona y, por ello, no está dispuesto a la aventura de un diálogo abierto a la corrección fraterna. Necesita censurar, de entrada, aquellos aspectos de la propia certeza que entran en conflicto con la otra persona. Un diálogo verdadero parte de un afecto real a la persona que tengo delante, con la que quiero hacer un camino común. Me interesa lo que dice el otro porque puede siempre corregir la inevitable tendencia a reducir la riqueza del Misterio, algo que, desgraciadamente, nos caracteriza a nosotros, pobres creyentes.

¿Qué tiene que seguir aprendiendo el cristianismo del judaísmo?

En nuestra época la herejía de Marción no ha desaparecido: en muchas ocasiones se presenta a Jesús como una novedad absoluta, sin raíces en una historia concreta, en un pueblo étnico como el judío. Se reduce a una doctrina ética, a una moral. El pueblo judío nos recuerda siempre que Dios entró en la historia con un designio de salvación que pacientemente llevó a cabo educando al pueblo de Israel. Y nos ayuda, con su testimonio, a reconocer la grandeza del acontecimiento de Jesucristo, que viene a cumplir una larga espera, cargada de deseos y de promesas.

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