Hong Kong: desafío al Leviatán

Mundo · Ricardo Benjumea
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20 junio 2014
¿Un cardenal de la Iglesia católica, convertido en el gran abanderado de un movimiento afín al 15-M? Pues sí. Ha sucedido en China; más concretamente, en Hong Kong.

¿Un cardenal de la Iglesia católica, convertido en el gran abanderado de un movimiento afín al 15-M? Pues sí. Ha sucedido en China; más concretamente, en Hong Kong.

El cardenal Joseph Zen nunca se ha distinguido precisamente por su tono diplomático, pero esta vez sus palabras han ido varios pasos más allá de la crudeza acostumbrada. «Podéis atarme, eliminarme o decapitarme, pero nunca haréis de mí un esclavo», es el mensaje que lanzó hace unos días el purpurado a las autoridades chinas en una entrevista radiofónica.

A sus 82 años, el arzobispo emérito de Hong Kong comenzó el sábado 14 de junio una marcha a pie de 84 horas (12 horas al día), para animar a la participación en una consulta ciudadana ilegal organizada del 20 al 22 de junio por Occupy Central, movimiento inspirado en el OccupyWallStreet neoyorquino, primo hermano del 15-M español. Pero en Hong Kong no se protesta contra el bipartidismo, la casta política o las injusticias del sistema económico mundial. Se pide sólo elegir democráticamente al gobernador en 2017.

El interés por la convocatoria ha aumentado significativamente con la publicación, el 10 de junio, del Libro Blanco “Aplicación de la política ‘Un país, dos sistemas’ en la Región administrativa especial de Hong Kong”. Las autoridades chinas –contraviniendo la promesa de autonomía por 50 años, desde la reincorporación a China, en 1997, de esta antigua colonia británica– reafirman en este documento el control total de Pekín sobre Hong Kong, y exigen a todo funcionario y cargo público «amor a la madre patria», lo que en la jerga local se entiende como sumisión al Partido Comunista.

«No hay espacio para el compromiso» con el régimen, dice el cardenal Zen, digno heredero de una heroica estirpe de obispos mártires en China. Hong Kong es el único resquicio de libertad en el país, y la Iglesia no va permitir su caída sin dar batalla.

Si el Gobierno impide la consulta o hace caso omiso a los resultados, Occupy Central propone bloquear en julio las principales carreteras de esta región especial. Al cardenal Zen no le entusiasma esa parte de la estrategia, aunque tampoco ha querido rechazarla abiertamente.

Su sucesor, más cauto, ha dado un perfil más bajo a su apoyo al referéndum, temeroso seguramente de una violenta represión policial. El cardenal John Tong, sin embargo, ha dicho claramente que Hong Kong necesita democracia, y la comisión diocesana de Justicia y Paz ha enviado a todas las parroquias folletos explicativos sobre el referéndum.

A los 25 años de Tiananmen

El referéndum se celebra en el mes del 25 aniversario de la matanza de Tiananmen. La efeméride apenas ha tenido eco público en China. El régimen ha extremado la censura y no ha escatimado en medios para evitar protestas. Se ha producido en estas semanas un notable aumento de la represión política contra la disidencia, con especial saña contra el mundo académico. Los cristianos son también víctimas de un mayor hostigamiento. Ha habido centenares de ataques y medidas arbitrarias contra templos y comunidades, incluido el arresto del administrador apostólico de la diócesis de Yujiang, un claro aviso dirigido a la llamada “Iglesia subterránea”, fiel a Roma. Según un documento interno del partido en la provincia de Zhejiang, difundido hace unas semanas por el New York Times, el régimen considera que el cristianismo se ha vuelto «demasiado popular», y quiere frenar su crecimiento. Varios estudios sociológicos prevén que, más tarde o más temprano, China se convertirá en el país con más cristianos del mundo.

Miedo a la Iglesia

Puede que China sea confesionalmente atea, pero su Gobierno sabe que el cristianismo es un fenómeno que no puede despreciar sin más. En su libro Civilización, Niall Ferguson cuenta que, a la Academia de Ciencias Sociales China se le encomendó averiguar cómo logró Occidente alcanzar una preeminencia mundial. Al principio –le dijo un académico–, la investigación se centró en las armas occidentales; después, la atención se desvió al sistema político, hasta que esa hipótesis quedó desplazada por la de una mayor eficiencia del sistema económico. «Pero en los últimos 20 años, nos hemos dado cuenta de que el corazón de vuestra cultura es vuestra religión: el cristianismo. Por eso Occidente ha sido tan poderoso. No tenemos dudas».

Las autoridades chinas conocen también lo que ocurrió en Corea del Sur. La minoría católica jugó en este país un papel decisivo en la democratización del país a finales de los años ochenta. Y no olvida Pekín la historia reciente de Europa del Este, donde la Iglesia fue durante décadas el gran reducto de libertad frente al yugo soviético. La implosión final de los países del Pacto se Varsovia, en 1989 (poco después del fin de la dictadura surcoreana) comenzó en Polonia, en buena medida gracias a la Iglesia (aunque, reciente aún su fallecimiento –el 25 de mayo–, sea obligado rendir ahora también un pequeño y matizado homenaje al general Jaruzelski, que aceptó lo inevitable y ahorró al país un nuevo baño de sangre).

Acaban de celebrarse los 25 años de aquellas decisiones semi libres en las que arrasó Solidaridad. En Pekín, iba tomando mientras tanto fuerza la protesta estudiantil iniciada a finales de abril…

Las “revoluciones euroasiáticas”

De forma en cierto modo similar a las revoluciones atlánticas, que se registraron a un lado y otro del Atlántico durante los siglos XVIII y XIX, en las últimas décadas se han desarrollado simultáneamente en Eurasia revoluciones y grandes protestas por la libertad en Oriente y Occidente, aunque con matices muy distintos en cada caso.

En la primavera de 1968, el movimiento estudiantil pedía la luna en Europa occidental, mientras que en Chescoslovaquia las protestas suplicaban tan sólo un poco de libertad. China estaba entonces en plena revolución cultural maoísta. La carnicería no pudo darse por terminada hasta que Deng Xiaoping tomó el poder en 1976 mediante un golpe de Estado. Empezaron las reformas económicas y algunas aperturas sociales.

Así llegamos a la primavera de 1989. Los vientos de cambio eran evidentes en Europa del Este, aunque fuera todavía imposible calibrar la magnitud de los acontecimientos. Los chinos observaban atentamente…

Deng, retirado nominalmente de casi todos sus cargos, seguía siendo el verdadero hombre fuerte del régimen. Lo muestran los llamados Papeles de Tiananmen, publicados en 2001, que relatan, a partir de documentos secretos, cómo una pequeña cúpula del Partido Comunista (los cinco miembros del Politburo o Comité Permanente) tomó la decisión de aprobar la ley marcial y utilizar la fuerza contra los manifestantes. Algunos expertos rechazan la “veracidad formal” de los Papeles, aunque más que cuestionar que el fondo de lo relatado sea cierto, afirman que se trata de una recreación dramatizada de aquella trágica primavera pequinesa a partir de otros documentos.

La suerte quedó echada el 17 de mayo. Eran mayoría en el Comité Permanente (3 contra 2) los partidarios del diálogo con los estudiantes, pero no se atrevieron a enfrentarse a Deng Xiaoping. El argumento decisivo que esgrimió éste fue que ceder equivalía a mostrar debilidad ante los enemigos del socialismo, y que eso traería consecuencias funestas. Coincidieron además las protestas con la inoportuna visita de Gorvachov a Pekín. Al líder soviético no se le pudieron rendir los debidos honores en la Plaza de Tiananmen, y esto puso de forma vergonzante en evidencia las grietas en el control ejercido en el país por el Partido Comunista Chino.

«No hay espacio para el compromiso»

Si Tiananmen sigue siendo un tema tabú en China es porque expone crudamente la esencia del régimen. El gobierno puede ser flexible en algunas materias, puede ceder ciertos espacios de libertad a la Iglesia en determinado momento, puede alterar su política económica según lo requieran las circunstancias…, pero hay un principio con el que no está dispuesto a transigir un ápice: el poder del Partido Comunista es absoluto.

Esto es lo que está ahora en juego en Hong Kong. Pekín seguirá respetando el principio de “Un país, dos sistemas”, porque empeñó su palabra ante el mundo, y porque necesita ese reclamo ante la “rebelde” Taiwán, pero el nuevo líder, Xi Jinping, no va a permitir que nadie relativice su poder. China afronta serios retos económicos, demográficos y sociales en los próximos años, y es importante para él que los críticos del régimen capten nítidamente este mensaje.

Occupy Central desafía ese poder absoluto, innegociable. Por eso el cardenal Zen apoya al movimiento. «No hay espacio para el compromiso» –recuerda el arzobispo emérito– con quien reclama para sí una adhesión total que sólo es lícito rendir a Dios.

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