Hölderlin. El dolor no frena a la poesía

Cultura · Francesco Roat
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19 diciembre 2014
Las obras de Johann Christian Friedrich Hölderlin (1770-1843) se escribieron a caballo entre los siglos XVIII y XIX, pero su producción poética –a excepción de la juvenil, marcada aún por el clasicismo (oda pindárica) y por modelos consolidados (Klopstock, Stolberg)– sigue siendo considerada de manera unánime como precursora de instancias, inquietudes y formas estilísticas mucho más modernas y casi propias del siglo XX.

Las obras de Johann Christian Friedrich Hölderlin (1770-1843) se escribieron a caballo entre los siglos XVIII y XIX, pero su producción poética –a excepción de la juvenil, marcada aún por el clasicismo (oda pindárica) y por modelos consolidados (Klopstock, Stolberg)– sigue siendo considerada de manera unánime como precursora de instancias, inquietudes y formas estilísticas mucho más modernas y casi propias del siglo XX.

No en vano y de manera provocadora, Friederike Mayröcker ha querido abrir una antología de la lírica alemana del siglo XX precisamente volviendo a proponer la lírica hölderliniana, de verso libre, de 1805: Hälfte des Lebens (´Mitad de la vida´), un texto sin duda extremadamente innovador, con una acertada y actual intensidad figurativa, metafórica y alusiva. “Con peras amarillas / y llena de silvestres rosas / pende la tierra sobre el lago. / Vosotros, bellos cisnes, sumergís, / ebrios de besos, la cabeza, / en aguas de sagrada sobriedad. // ¡Ay de mí! ¿Dónde cogeré las flores / cuando sea invierno, y dónde / el relumbre del sol / y la sombra en la tierra? / Los muros se levantan / fríos y sin palabras, y en el viento / las veletas chirrían”.

A propósito de la actualidad de una poesía tan adelantada a su tiempo, Luigi Reitani, en la introducción a su traducción de estos versos al italiano, sostiene sin medias tintas que “ningún otro poeta de la edad moderna expresa del mismo modo la tensión hacia un lenguaje lírico absoluto, capaz de nombrar en la fragilidad de la palabra el todo que es la vida y la creación; el drama de una existencia dedicada a la potencia del arte, en su doble vertiente de esplendor y destrucción”.

En efecto, solo a partir del siglo XX empezó a obtener el reconocimiento que merecía y que aún no le había sido tributado, gracias en primer lugar a la “escuela” de Stefan George y otros intelectuales, entre los que destacan los nombres de Norbert von Hellingrath (responsable de la primera edición crítica de las obras de Hölderlin), Peter Szondi, Heidegger y Gadamer.

Sin embargo, sobre su obra tardía y su valor poético todavía hay juicios encontrados. En las últimas décadas va tomando más fuerza el peculiar valor expresivo de estos textos, que pertenecen al último periodo creativo del poeta, que tras enfermar de esquizofrenia llegó a tal degradación psíquica que estaba totalmente fuera de sí. Por tanto, esta lírica, aunque solo sea por su firma y fecha (una veintena de estos poemas van sellados, de hecho, con el nombre de Scardanelli, pues el poeta negaba llamarse Hölderlin. Además, la datación de estas poesías es del todo absurda, basta como muestra una fechada el 9 de marzo de 1940), está marcada por el sello desfigurado de la psicosis. Su sintaxis se hace excéntrica y las estrofas están al borde de la incoherencia gramatical, así como su obstinación reiterada con ciertas imágenes puede hacer pensar en una coacción obsesiva. La estructura y el estilo compositivo de sus Turmgedichte resultan aparentemente bastante sencillos y naif, con un retorno al uso de la rima. Se ausentan los grandes temas del pasado, es más, los acontecimientos desaparecen, a excepción del ciclo de las estaciones. A primera vista estas composiciones pueden parecen meras poesías descriptivas, muchas de ellas breves, o como mucho contemplativas, donde el yo, menos en un par de ocasiones, está de hecho ausente o, mejor dicho, ha renunciado. El sujeto –impersonal–, cuando no expresa un elemento de la naturaleza (árboles, montes, flores, campos, luz…) queda en todo caso constituido por la fórmula genérica “el hombre” – “los hombres´.

Debido a su tono lírico oriental, hay quien ha comparado estas Turmgedichte con los Haiku japoneses, pero este parangón no resulta muy apropiado, a no ser porque ambos se caracterizan por una absoluta concisión y esquematismo, muy habituales en el Hölderlin de los últimos tiempos. Lo sorprendente en estas poesías es su gran levedad, el respiro musical y plácido de un verso sobrio pero intenso, esencial pero lleno de ecos, resonancias y sugerencias. Es un registro a veces oracular pero privado de toda presunción. Llama la atención la calma que emerge de sus estrofas. Una serenidad de fondo que desconcierta si tenemos en cuenta el estado patológico de su autor.

La peculiar estructura métrica, extremadamente sencilla pero al mismo tiempo de notable eficacia expresiva, que denota los últimos textos hölderlinianos permite al poeta comunicar sin retórica ni énfasis un mensaje de renovada quietud que conmueve y consuela. Parece que el hombre lacerado por la esquizofrenia ha conseguido realmente, o al menos presagiado la Vollkommenheit, la ´perfección´ a la que alude su última y espléndida poesía, ´Die Aussicht´ (´La visión”), que cierra para siempre el canto y la vida del poeta mostrando una leve e inesperada iluminación providencial.

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