Hijo de Agustín, Papa para todos

Editorial · Fernando de Haro
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11 mayo 2025
Primero fue la alegría, luego las lágrimas y lo tercero fue paz. En estos primeros pasos estamos viendo a un Papa centrado en Cristo y, por eso, sensible a los dolores del mundo.

Primero fue la alegría de la plaza al saber que Roma y el mundo tenían Papa. Transcurrió casi hora y media desde que el humo blanco saliera de la chimenea instalada sobre el Palacio Apostólico hasta que León XIV apareciera en el balcón de la Basílica. En ese tiempo  muchos romanos, muchos peregrinos y  turistas, corrieron hacia la plaza de Bernini y gritaron “!viva el Papa¡” sin saber quién era, sin saber si era negro, blanco o asiático, sin saber su nombre. Había Papa y eso ero lo que importaba. Había Papa, había sucesor de san Pedro y había llegado pronto, a la cuarta votación, síntoma de la  disponibilidad de los cardenales y  en contra de muchos pronósticos.

Primero la alegría del pueblo y luego las lágrimas. Salió León XIV al balcón y antes de que dijera nada sus lágrimas dijeron mucho. El Papa se tragaba el llanto, saludaba y volvía a llorar. Antes de que dijera nada, las lágrimas dijeron mucho. ¿Por qué lloraba el Papa? ¿Lloraba de alegría, sorprendido ante lo que veía en la Plaza de San Pedro, encogido ante lo imponente de su tarea, conmovido de ternura por el mundo? ¿Por qué lloras hombre de blanco? ¿Por qué lloras León XIV?

Primero fue la alegría, luego las lágrimas y lo tercero fue paz, el deseo de paz para el mundo con las misma palabras de su maestro, Cristo: “la paz sea con vosotros, la paz de Cristo desarmada y desarmante”. La paz en un mundo amenazado por muchos conflictos (India/Pakistán, Israel/Gaza, Ucrania/Rusia, deportaciones de migrantes, etc) y sacudido por la “globalización del malestar”. Todo el mundo está descontento, insatisfecho.

Ante ese mundo que desconfía de su deseo de felicidad, herido, León XIV ofreció su gran certeza: “Dios os quiere, Dios os ama a todos el mal no prevalecerá”. El destino del hombre es positivo porque es amado.

Desde que el jueves apareciera en el balcón de san Pedro se han hecho muchos pronósticos de cómo será su pontificado. Antes de ser León XIV, el “padre Jorge”, el cardenal Prevost, era es un mestizo por vocación. Ya conocemos todos su vida. El mismo nos confesó con orgullo su filiación: “soy hijo de San Agustín”, el Papa es hijo de la Iglesia en un carisma con un determinado temperamento, con el carácter del gran santo de Hipona. Hijo de Agustín, Papa para todos.

El nuevo Papa ha suscitado la curiosidad y el interés de muchos católicos y no católicos. El nuevo Papa ha hablado de valores como el diálogo o la acogida. Pero el Papa ha hablado en sus dos primeras intervenciones, sobre todo de Cristo: “Cristo nos precede”, precede al hombre, está antes, va por delante.  En la Capilla Sixtina señaló que “en Cristo, Dios, para hacerse visible y cercano a los hombres se ha revelado en los ojos confiados de un niño, en la mente vivaz de un joven, en los rasgos de un hombre”.

En estos primeros pasos estamos viendo a un Papa centrado en Cristo y, por eso, sensible a los dolores del mundo: las heridas de las personas, que viven dramáticamente la pérdida del sentido de la vida, la falta de misericordia, la violación su de su dignidad en sus formas más dramática”. León XIV siente como urgente la misión que no se lleva a cabo con “la magnificencia de la estructuras y la grandiosidad de sus construcciones de la Iglesia sino por medio de la santidad de sus miembros”.

Pasión por Cristo, pasión por el hombre herido, pasiones alimentadas en una familia particular, la de los hijos de Agustín. Hijo de un carisma, padre para todos.

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