El verdadero peligro, la pérdida del gusto de vivir

´Hay que desideologizar el debate sobre el aborto. Coincido con el espíritu propositivo del manifiesto de CL´

Cultura · PaginasDigital
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15 octubre 2009
Entrevista a Fernando Vidal, sociólogo, miembro de Cristianos Socialistas, sobre el manifiesto de Comunión y Liberación sobre el aborto.

¿Cuál es su posición respecto a la reforma de la regulación del aborto que impulsa el Gobierno?

Mi posición es que teníamos una ley de despenalización que prácticamente toleraba el aborto libre y una práctica política de la ley que ha promovido la difusión del aborto y su frivolización. El supuesto psicológico permite la interrupción del embarazo en cualquier mes y justificado meramente por los intereses subjetivos de la madre. Esto es compartido por una amplia mayoría de responsables públicos y medios de comunicación.

Entiendo que la reforma legislativa tiene una parte comprensible y otra inaceptable. Por un lado, el cambio de lógica de una ley donde se despenaliza -y en su práctica promueve- todo, a una ley en la que al menos se limita el número de semanas a partir del cual la vida del feto se protege, es pasar de una ley muy mala a otra menos mala. Coincido con quien piense que es un cambio insuficiente y que hay que erradicar la práctica abortista, pero ésta es una cuestión que divide radicalmente a la opinión pública y a la comunidad científica y se entiende que haya componentes de modulación política en su solución. Así pues, el cambio de lógica de una ley en la práctica de aborto libre a una ley más restrictiva basada en número de semanas, es un avance. Aunque es difícil hablar de avances cuando jugamos con la reducción del atentado contra la vida humana.

Pero el aborto se convierte en derecho.

Eso es lo que hace de esta ley, una ley mucho peor que la anterior: el paso de la despenalización a la instauración de un derecho subjetivo al aborto. Se puede discutir sobre leyes que atenúen la persecución penal de las mujeres que aborten. Otra discusión es que no se penalice a los que operan abortos y que encima sea un servicio público. Pero lo que constituye un salto cualitativo inaceptable es que se legisle como derecho al aborto. Esto es lo que debe provocar una rebelión cívica y creo que es un asunto tan grave que es suficiente como para decantar el voto y alentar la lucha política contra el Gobierno. Se ha pasado de la "prudencia" política sobre la penalización a la promoción del aborto como derecho, aunque sea limitado a semanas.

Puede que haya dudas entre los legisladores y líderes sociales acerca de a partir de qué semana se puede hablar de persona humana y es una discusión muy complicada. Pero creo que atenta contra toda prudencia convertirlo en derecho subjetivo. El problema no es fundamentalmente legislativo sino que la fuente del problema es la cultura que alimenta una visión tan individualista (defendida detrás de la falacia de la autonomía y la tolerancia pasivas), tan desresponsabilizada y tan imprudente. El problema es la antropología que subyace. He conocido de primera mano las deliberaciones entre los legisladores sobre este asunto y lamentablemente he de decir que no hay un pensamiento fuerte detrás del enfoque abortista sino que todo está presidido por el doctrinarismo (un feminismo prácticamente neoliberal que se deshace de cualquier responsabilidad), el posesismo (un propietarismo que establece con el cuerpo y la vida propia una relación de posesión y utilitarismo) y la frivolidad que dice no ver problema ninguno. Mi experiencia es que no hay maldad ni intención homicida sino una frivolización de la vida, la sexualidad y las relaciones familiares (filiación, maternidad, conyugalidad…). El problema es cultural -de conciencia moral de las personas y el pueblo- y no sólo requiere un desafío legislativo sino de transformación de la cultura pública y de los corazones de la gente. El problema no es solamente que haya una legislación abortista. ¡Ojalá fuese ése el principal problema porque entonces sólo necesitaríamos un cambio de gobierno! El problema es lamentablemente más profundo, anida en la cultura.

¿Qué le parece que en el manifiesto de Comunión y Liberación se vincule el aborto con la cuestión del gusto y el sentido de la vida?

El centro del problema reside en la moral pública. La actual legislación que proclama el derecho al aborto no surge de la solidez de un pensamiento distinto sino de la frivolización y la "insoportable levedad del ser" de nuestra cultura actual. Por eso me ha gustado y apoyo el manifiesto que Comunión y Liberación ha hecho público bajo el título "El peligro de nuestra época es la pérdida del gusto de vivir", haciendo suya esta penetrante idea del jesuita Teilhard de Chardin. El problema es el sentido de la vida. El problema es que las personas no se resignen a no poder vivir su única vida con todas las consecuencias y esperanzas que entraña. Nos hemos resignado a no ser radicalmente felices sino a vivir meramente entretenidos. Coincido en el espíritu propositivo del manifiesto que no sólo sabe decir NO sino invitar a unirse a la causa de la vida y a vivir "vidas con causa". 

Soy sensible a las ricas referencias a autores modernos que suelen caracterizar a los textos de Comunión y Liberación y pienso que expresa la necesidad de dialogar el Evangelio desde el centro y desde las fronteras de la cultura actual. El centro de la cultura moderna es nuestra frontera y, a la vez, las fronteras de la exclusión y la vida amenazada son el centro de nuestro modo de ser modernos.

Se habla en el texto de la necesidad de una respuesta educativa para responder a la mentalidad que subyace a la reforma de la legislación. ¿Qué le parece?

Si queremos hacer revertir la cultura que inspira perspectivas como la abortista necesitamos hablar al corazón y la mentalidad de nuestro tiempo, a y desde la vida cotidiana de quienes sostienen un pensamiento tan exclusor. Veo pocas probabilidades de que la mentalidad cambie montando estrategias frontales y avivando la división pública, demonizando al otro. Tristemente, el problema es más grave y las consecuencias de las estrategias demonizadoras suelen ser una mayor división y el enrocamiento  del otro. ¿Cómo el otro puede cambiar su mentalidad? ¿Cuál es el método para que un sector amplio de población cambie de forma de pensar, para que se decida a tomarse la vida en serio, que recobre "el gusto de vivir"?

No hay otro remedio que ponerse al lado de las personas. Cualquier método pasa por una convivencia más estrecha. Fácilmente se estigmatiza a los que luchan contra el aborto tildándolos de extrema derecha, ultracatólicos, etc. Quizás las estrategias no han sido culturales sino penalistas. Y, aunque valoro mucho la actividad y esfuerzos del movimiento provida, se realiza de tal modo que multiplica las distancias personales e ideológicas. Sólo favoreciendo el encuentro con quienes están al otro lado de esta frontera podremos crear terrenos comunes donde al menos sea posible escucharnos, hacer hablar de algún modo tanta voz sacrificada antes de nacer.

¿Y que relación hay entre la cuestión cultural y la legislación?

El manifiesto pone el mayor peso de su argumentación en la errónea cultura que alimenta esta legislación. Dicho esto, también creo que la actividad legislativa tiene una función cultural: da forma a nuestra mentalidad, habilita y promueve costumbres y encarna la razón pública. Coincido en que el derecho abortista no es neutral ni simplemente garantiza el ejercicio del aborto sino que lo fomenta: su enfoque es desproblematizador, frivoliza, manipula la preocupación por las mujeres que lo ejercen, consagra falsariamente a la ciencia como fuente moral, etc. Como dice el manifiesto, tiene el poder de impulsar un cambio de mentalidad.

Esto lo hace un Gobierno que se revindica socialdemócrata.

Hay un problema en la actual socialdemocracia que creo traiciona los intereses de los trabajadores, los excluidos, las comunidades, la sociedad civil y traiciona el principio de alteridad y la defensa de la vida: el libertarismo creo que ha ayudado a crear espacios de libertad pública para la vida privada y sus relaciones. Pero el libertarismo y la autonomía no pueden ser los únicos criterios que alimenten la cultura pública sobre la sexualidad, la vida y la muerte, la bioética, la familia, etc. En segundo lugar, la socialdemocracia sobrevalora el papel de la ciencia como fuente para establecer qué está bien y mal. La ciencia es un modo de verificar verdades desde la perspectiva de los sucesos, pero no es posible que exista una "ciencia del bien" ni es posible que la ciencia diga la última palabra sobre la Verdad. Dice cosas probablemente verdaderas pero no puede poseer la Verdad.

En tercer lugar, la socialdemocracia es excesivamente estatista. El Estado juega un papel crucial como garante de derechos, pero no puede sustituir al pueblo ni es la última instancia de justicia. La excesiva confianza en el Estado como agente creador de pueblo y progreso, y el poder otorgado al Estado, hacen que sea la Razón de Estado y no la Razón Pública la que presida las lógicas de la política y que pueda decidir maquinal, imprudentemente -e ilegítimamente- sobre la vida y la muerte. El siglo XX está lleno de ejemplos de leyes autorreferencialmente legales pero inmorales.

Y en  cuarto lugar, el feminismo político ha sido dominado por su ala más neoliberal. Lejos de un feminismo que nos enseñaba sobre la necesidad de feminizar una cultura excesivamente patriarcalista y machista, de favorecer lo relacional, la proximidad, lo pequeño, las lógicas del cuidado y el servicio. También era necesario liberar a las mujeres de numerosas restricciones públicas y no impedir su libre y plena participación. Ciertamente eso ha estado suponiendo el descubrimiento antropológico de muchas dimensiones centrales de lo femenino que habían permanecido recortadas o falseadas. Todavía no hemos acabado ese descubrimiento. Pero parece que hemos olvidado la misión cultural de feminizar el mundo y la evolución del feminismo en las doctrinas políticas socialdemócratas, además de fomentar la igualdad, lamentablemente también descalcifica la esencia de lo femenino -desdiferencia los sexos y por tanto lo femenino pierde valor- y deja paso a un feminismo propietarista e individualista que piensa el cuerpo en términos de posesión -"nosotras parimos, nosotras decidimos", "la mujer hace con su propio cuerpo lo que quiera"- y utilitarismo. Ese poder otorgado a la autonomía neoliberal, a la ciencia positivista, al Estado omnipotente y al feminismo neoliberal es contradictorio con los principios de la izquierda política que esencialmente pone el acento en la solidaridad de las personas, en la responsabilidad pública de todos, en la comunidad, en los pueblos y su sociedad civil. Al final, la izquierda comete la misma falta que Marx: se hace liberal y donde había personas hay individuos; donde había comunidades hay Estado (o Mercado) y donde había cultura y trascendencia todo se disuelve a favor del racionalismo del poder fáctico.

¿Coincide plenamente con el manifiesto?

Mi posible objeción al manifiesto es la transparencia que le otorga a la razón contra el aborto. No creo que sea tan evidente ni creo que quien apoya el aborto atente frontal y conscientemente contra la razón ni la vida, aunque en realidad el efecto sea ése. Es más complicado y las contradicciones pasan más inadvertidas a la conciencia de lo que puede parecer. No necesariamente hay una acción de "tergiversar violentamente los datos de la razón y de la ciencia" porque la controversia científica y moral es muy profunda. Por eso no creo justas ni legítimas las acusaciones que a veces se hacen de asesinato o la comparación con el Holocausto. Tampoco se puede comparar al programa eugenésico nazi contra el que rugió el León de Münster. El asunto es mucho más oscuro a la conciencia y, sinceramente, las personas que deciden sobre esta cuestión no actúan con mala fe sino sólo trágicamente equivocados. El mal y el bien no pugnan bajo el sol claro de la razón sino que el color del cuadro está nublado de grises. Y esto de nuevo nos lleva a tener que deliberar cuál es la acción justa, prudente y eficaz para provocar un cambio de mentalidad.

¿Cómo cree que se puede conseguir?

No creo que haga falta sólo una labor callada sino que, como es evidente, apoyo la existencia de una denuncia pública visible, clara y también compasiva. Si es necesario ir al centro del problema urge intervenir en que la tradición socialista sea lo más fiel posible a lo que son sus fuentes. Sin duda, liberalismo, conservadurismo y socialismo no son corrientes de suma cero: en realidad son perspectivas desde las que cada una pone el acento en cosas de las que adolecen las otras. Pero no tienen que sumar cero: el liberalismo no busca el aniquilamiento del conservadurismo porque éste cumple una función necesaria para formar la razón pública. De igual modo, el socialismo ha hecho históricamente unos énfasis necesarios. Los tres han producido monstruos y los tres han hecho contribuciones positivas a lo largo de su historia. Creo que la hostilidad de la socialdemocracia respecto a lo religioso y su distanciamiento del liberalismo social han creado problemas a todos los implicados. No ha habido una genuina interpelación socialdemócrata a las religiones y las religiones no han podido convivir y dialogar suficientemente. Esto se ve agravado en España por la tradición bipolar y divisora de nuestra cultura política. Es necesario tender puentes y establecer terrenos comunes donde poder desideologizar el debate del aborto y crecer en sensibilidad. La pura denuncia pública ahonda las trincheras. Y esto no se va a ganar sólo con la estrategia de la mayoría moral estadounidense de buscar la hegemonía de un partido o en los medios de comunicación.

Entonces…

Hay dos problemas: cambiar parte de la antropología que subyace a la socialdemocracia y elevar la calidad de la cultura (su complejidad, sensibilidad, sutilidad y capacidad de matizar). Los dos son misiones de educación popular. La dureza y antigravedad de la cultura actual necesita una labor de educación que comience por respetar y cuidar dos ámbitos especialmente sensibles: la familia y los excluidos. Sin duda, la educación tiene mucho que decir al respecto.

¿Cómo  responder a la soledad que acompaña al aborto?

El problema es la frivolización que acompaña al aborto. Pero el malestar del atentado del aborto se digiere y hace un enorme hueco moral y vital allí donde tenía que haber vida y relación. La cuestión es que el otro pueda tomar conciencia y sea capaz de decírselo a sí mismo. Quizás uno de los métodos más eficaces para trabajar en esa línea sean los grupos de autoayuda, que en otros ámbitos han mostrado muy buenos resultados. El  manifiesto señala el centro cultural y moral del problema, y practica una estrategia propositiva que denuncia y propone recuperar el gusto por la vida. Sin duda, un manifiesto hecho con mucho gusto y por la vida.

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