Entrevista a Carlos Solchaga, exministro de Economía

`Hay agenda, ya es hora de que el PSOE tome la iniciativa`

España · Fernando de Haro
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21 marzo 2018
En los años 80 España vivió uno de los momentos de modernización más intensa de la estructura económica. En parte, algunas de las cosas que tenemos ahora se conquistaron entonces. El protagonista de buena parte de esa modernización fue Carlos Solchaga, que fue ministro primero de Industria y luego de Economía con Felipe González. Ahora ha publicado sus memorias, “Las cosas como son”.

En los años 80 España vivió uno de los momentos de modernización más intensa de la estructura económica. En parte, algunas de las cosas que tenemos ahora se conquistaron entonces. El protagonista de buena parte de esa modernización fue Carlos Solchaga, que fue ministro primero de Industria y luego de Economía con Felipe González. Ahora ha publicado sus memorias, “Las cosas como son”.

En 1983, cuando ababa de intervenirse Rumasa, cuando se produjo el caso Banca Catalana, usted puso encima de la mesa un proyecto de reconversión industrial que significaba cambiar muchas cosas. ¿Cuál es la reconversión que necesitamos ahora? Parece que la economía española sigue necesitando modificaciones parecidas a las de aquella época, ¿o no?

Creo que no, en el sentido de que en aquella época la industria estaba quebrada, las finanzas estaban en muy mala situación, y en general el pulso económico del país parecía haber desaparecido. Entonces era necesario regenerar el tejido industrial. A pesar de lo que ha sido en pérdida de puestos de trabajo y en otros sectores de actividad, lo que se ha producido a lo largo de la última crisis ha sido relativamente pequeño por comparación a lo que se produjo entre 1973, con la guerra de Yom Kipur y la subida de los precios del petróleo, y 1985. Hoy no podríamos decir que España es un país casi desertizado de la industria donde todos los sectores están en quiebra y no tienen posibilidad de salida, y que sin una reconversión tanto de eso como de las finanzas el país no podría salir adelante. Hoy necesitamos otro tipo de cosas, la mayor parte de las cuales tienen que ver con la educación en la parte básica y más adelante con la innovación, la investigación y el desarrollo. Lo que necesitamos es empezar a valorar la importancia que tienen estos factores en el desarrollo no ya solo de la industria sino del conjunto de actividades. Necesitamos hacerlo porque, tanto si lo hacemos como si no, vamos a ser víctimas u objetos de la experiencia de lo que son las nuevas tecnologías que se están imponiendo entre nosotros, la robotización, la digitalización, todos los cambios que se están produciendo y que tienen como corolario algo bastante doloroso, que la gente quizá no se ha puesto a pensar, y es que muchos de los puestos de trabajo que los nuevos esquemas de producción y distribución, mucho más robotizados y digitalizados exigen, son puestos de trabajo que no requieren mucha formación, que por su naturaleza son precarios ya, que quien los desempeña, al no tener una gran formación incorporada, puede ser sustituido por cualquier otro, de modo que es extremadamente difícil tener la sensación de que uno ha empezado en el mercado de trabajo y va a continuar allí haciendo una carrera profesional, porque realmente las estructuras productivas están cambiando a esta velocidad.

Estando usted en el Ministerio de Industria, también se hizo un ajuste de la situación de las eléctricas. Usted establece un sistema de amortización para las inversiones que habían realizado, ¿no hemos estado pagando demasiado tiempo unas inversiones teóricamente hechas por las eléctricas? ¿No lleva razón el ministro que ahora intenta rebajar esa factura eléctrica? ¿Aquello no fue excesivo?

Lo que a mí me tocó hacer era bastante más sencillo, en el sentido conceptual, no porque fuera fácil llevarlo a cabo. Tenías un sector prácticamente quebrado porque había empezado a nacer un número gigantesco de centrales nucleares, pensando que la demanda de la electricidad en España iba a crecer a ritmos disparatados. Con la crisis de los años 70 y primeros 80, la demanda no solo no creció sino que en algunos casos hasta decreció. Entonces, todo ese programa resultó ser redundante. No se necesitaban todas esas instalaciones, y como lo habían financiado con cargo a fondos ajenos, con frecuencia a tipos de interés muy elevados o en momentos que después se revaluaron frente a la peseta, si en aquel momento dejabas al sector, quebraba. Yo entiendo al ministro actual cuando a veces se opone a los muchos costes que representa hoy la producción de energía eléctrica, aunque algunos ciertamente han sido derivados de decisiones del gobierno de apoyar la creación de otras ramas diversificadas de la producción de electricidad, pero entiendo que ahora la situación es muy distinta. En aquella, lo que no quería el gobierno era dar la sensación de que, aprovechando la debilidad de las eléctricas, nacionalizar todo el sector, porque el sector eléctrico a pesar de todo había venido funcionando, y sobre todo porque no queríamos que creyeran que éramos un gobierno socialista de corte tradicional que lo que quería era socializar los medios de producción.

Ustedes tuvieron la firmeza de oponerse a sus bases. Usted tuvo unas broncas impresionantes con sus compañeros del sindicato. Era una socialdemocracia que sabía a dónde iba, quería establecer una modernización, no tuvo problemas en ajustar el gasto. Esta socialdemocracia que tenemos ahora parece que no lo tiene tan claro. ¿Por qué entonces el PSOE sí era capaz de marcar un rumbo claro, por ejemplo en política económica, y ahora no se sabe muy bien en qué está?

Las cosas han cambiado mucho. Es verdad que en aquel momento teníamos unos objetivos más claros y sabíamos que para conseguirlos a veces teníamos que entrar en contradicciones contra nuestra propia base electoral y sindical, de modo que no faltaron los enfrentamientos entre la UGT y el partido. En esto fue crucial la visión que tenía Felipe González, y compartíamos muchos de los que formábamos parte de su gabinete, que en democracia uno no está para siempre en el poder, ningún partido, y por consiguiente hay que pensar en gobernar para todos, no solo para aquellos que te han dado su voto y tienen una visión sobre cómo debe funcionar y desarrollarse un país. De modo que en aquel momento lo principal que estaba claro era que había que sacar al país de la crisis económica y financiera; había que transformar sus instituciones para que, una vez entráramos en Europa, que era lo que estábamos negociando y que se produjo a partir de 1986, el trauma de una sociedad mucho más libre, donde iban a importarse muchos más bienes y servicios de lo que antes se importaban, pudiera ser digerido fácilmente porque ya estuviera relativamente preparado el tejido industrial para soportar niveles mucho más elevados de competencia; y había que consolidar las instituciones de gestión, tanto los mercados como los ministerios, con el fin de que el país se homologara a Europa. Ahí tuvimos la suerte, o mejor dicho la inteligencia política, de entender que ese era el pensamiento y el deseo mayoritario de la población, casi cualquiera que fuera su posicionamiento ideológico. La gente no quería hacer de España un país parecido a la Unión Soviética, tampoco quería que fuera un país tercermundista o un país de los llamados no alineados. La gente quería que España se pareciera a Francia, Inglaterra, Alemania, y por tanto que las transformaciones se produjeran de manera que al final nuestro país, aunque con menos recursos porque era más pobre, al final pudiera ser homologado con todos estos. La situación actual es muy diferente porque una gran parte de los objetivos que tenía la socialdemocracia, como desarrollar un Estado del Bienestar, hacer una sociedad donde la igualdad de oportunidades fuera mayor, el número de becas más elevado, la posibilidad de que los jóvenes fueran a la universidad mucho más grande y sin que fuera particularmente costoso para las familias, todo eso en gran medida se ha conseguido.

¿Eso quiere decir que la socialdemocracia se ha quedado sin objetivos?

No porque todavía existen nuevos desafíos y la necesidad de consolidar lo que en un momento se consiguió. Por ejemplo, las pensiones. Cuando nosotros llegamos casi no existían pensiones en nuestro país y el sistema era injusto. Tuvimos que homologarlo, hacerlo más o menos semejante y pasar de un sistema donde solo tenían pensiones aquellos que habían cotizado, generalmente en unas proporciones muy pequeñas, por ejemplo la pensión media de jubilación estaba por debajo del salario mínimo interprofesional, a hacerlo un sistema universal, al que todos los españoles tuvieran derecho. Incluso en los primeros 90 llegamos a crear las llamadas pensiones no contributivas, que se reconocen a un ciudadano aunque nunca haya cotizado. Hoy en día ese sistema de pensiones que parecía relativamente seguro hace diez o doce años, en gran medida como consecuencia del aumento de cotizaciones por la inmigración, hoy no es seguro que pueda sobrevivir, que sea viable de aquí a diez años, habida cuenta de las tendencias demográficas por un lado, el nivel cada vez más alto de la tasa de reposición, lo que representa la pensión media que ahora se reconoce con el último salario, y la proporción que hay entre cotizantes y cotizados. Ya es hora de que el PSOE tomara en este sentido la iniciativa y exigiera de los demás partidos que, a través del pacto de Toledo, se llegara a un acuerdo. Pero quien dice eso, dice que tenemos una medicina y un sistema sanitario que es de los mejores del mundo, pero no por eso deja de ser perfeccionable, tenemos que conectarlo mucho más con el sistema de investigación biomédica y biotecnológica, que no lo hacemos. Tenemos un sistema de desempleo que desde luego no funciona bien… Hay agenda y además hay nuevas cosas.

Cuando llegar, ustedes tienen un proyecto de cómo debe quedar el mapa bancario. No me refiero tanto a Rumasa sino al caso Banesto. ¿Cuándo se convierte Mario Conde en un problema, cuándo se dan cuenta ustedes de lo que pasa allí?

Déjeme que corrija su hipótesis de partida. Nosotros no teníamos un esquema.

Parecía que Mariano Rubio sí lo tenía en la cabeza.

Lo que Mariano Rubio tenía en la cabeza era la supervisión de un conjunto de bancos, la mayor parte de los cuales estaban gravemente afectados en su solvencia y su capacidad de supervivencia por la crisis industrial y económica que estaba viviendo el país. Lo que sí es cierto es que había una idea, tanto en el Banco de España como en el gobierno y particularmente en el Ministerio de Hacienda, de que una vez dentro de la Unión Europea y conforme las finanzas y movimientos de capital se iban haciendo globales, el tamaño de nuestros bancos era demasiado pequeño como para resistir la competencia tan pronto como hubiera libertad de establecimiento bancario, cosa que ocurrió a partir de 1989. En consecuencia, siempre la visión del gobierno y del Banco de España, en la medida en que yo la conocí, era que había buenas razones para que hubiera fusiones. La primera que se intentó fue una en la que venía insistiendo mucho el presidente en la época del Banco Bilbao, José Ángel Asiaín, que era uno de los mejores presidentes bancarios que ha habido en este país y que siempre había pensado en la posibilidad de fusionarse con el Hispano, con el Central o con Banesto, y al final propuso esa idea al Banco de España, que dio el nihil obsta. Incluso nos gustaba porque Banesto era un viejo banco, muy extendido en toda España, tenía muchas características de las cajas de ahorro, presente hasta en los pueblos más pequeños, con una enorme red comercial. Entonces Mario Conde, que acababa de vender junto a Juan Abelló su participación en Antibióticos, en una operación por la que sacó un dinero que a todo el mundo en aquella época le pareció exageradamente elevada, decide tomar una participación en Banesto, y en el momento justo de la fusión es cuando ellos se sientan por primera vez en el consejo de la entidad. Y al sentarse en el consejo, este se resiste como es natural a lo que en aquella época se llamaba una opa hostil, que son la mayoría. Conde, que tenía un gran instinto para estas cosas, decidió liderar una resistencia. La lideraron y consiguieron algo que parecía imposible, y luego además el tribunal económico administrativo demostró que era imposible, y es que la junta de la Bolsa hiciera un informe diciendo que no se podía hacer la fusión mediante un opa hostil, cuando ni tenía obviamente posibilidad de decidir sobre aquello ni era verdad. Pero cuando el tribunal económico administrativo decidió que la junta había sobrepasado sus facultades y que la decisión que había tomado no tenía ningún valor jurídico, la opa ya había fracasado.

A partir de entonces, tanto dentro de Banesto por parte de aquellas familias tradicionales que habían manejado francamente mal el banco, como por parte también de una derecha que en aquella época no veía alternativa al partido socialista dada la mayoría social que existía en el electorado, hay una tentación de hacer de Mario Conde algo más que un banquero, un líder social, económico, y con connotaciones políticas que fueron la que luego cabrearon mucho a Aznar, al ver que ahí podía surgir una especie de opositor. Aquello fue lo que hizo de Conde, junto con su inteligencia para manejar los medios, una especie de figura mucho más allá de lo que era su papel dentro de la banca. La verdad es que el gobierno no tenía nada contra Conde.

¿No hubo una llamada, por ejemplo, una conversación entre Felipe González y José María Aznar sobre la intervención de Banesto?

No. Piense que entonces Aznar era un joven que no sé si acaso había llegado a ser presidente de la Junta de Castilla y León. En la época, Aznar era uno de los jóvenes que se suponía que habrían de suceder en su día a la generación de Manuel Fraga. Esa conversación desde luego no existió nunca.

En 1988, todos los que tenemos cierta edad y estábamos en Madrid, recordamos una huelga que paralizó el país. ¿Es en ese momento cuando el Gobierno se da cuenta de que hay que bajar el pistón, que no se puede seguir profundizando en la política reformista? ¿Es a partir de ahí cuando cambia su política, su voluntad de contención de una economía que quizás a veces se estaba calentando demasiado y que se les podía ir de las manos?

En algunas cosas coincido y en otras no. Desde luego, no existiría en mi opinión una relación de causa-efecto entre una cosa y otra. La verdad es que el gobierno se divide, aunque no de una manera cruenta, pero se divide sobre todo en la reacción a la huelga. En la interpretación no, la interpretación de todos es: señores, hemos sido bastante ingenuos y esta huelga ha sido un éxito para los convocantes. Desde luego, no ha habido una huelga que haya sido capaz de paralizar todo el país como aquella, sin necesidad de hacer tampoco ningún tipo de coerción especial. Pero en la respuesta sí hubo diferencias. Particularmente Jorge Semprún, Claudio Aranzadi y yo éramos de la opinión de que en aquellas circunstancias se ponía en tela de juicio cuál era el respaldo que nuestros propios votantes le daban al gobierno socialista, y que sería muy conveniente, inmediatamente después de la huelga, es decir en febrero o marzo de 1989, convocar elecciones. Felipe González no veía esto mal, pero le preocupaba que a partir del 1 de enero de 1989, y por primera vez en nuestra historia, en lo que podíamos llamar una especie de examen de reválida, España se iba a hacer cargo de la presidencia de la Unión Europea, entonces Comunidad Económica Europea, y no quería que un asunto de política interna interfiriera en nuestro deber con nuestros aliados y amigos dentro de la CEE. Eso fue lo que obligó a retrasar hasta julio la decisión de convocar las siguientes elecciones. A esas elecciones el gobierno no fue pidiendo perdón sino más bien ratificándose en lo que había hecho y tratando de explicar por qué. Lo cierto es que los resultados, con 176 escaños para el PSOE, sin ser los 185 de cuatro años antes, eran más que tranquilizadores, de modo que fue más bien después de las elecciones cuando yo le propuse a Felipe González tratar de buscar algún tipo de nuevo diálogo, que prácticamente se había roto, con los trabajadores a través de los sindicatos. Así empezamos una época en la que, tratando de buscar cierta convergencia con Europa, estuvimos casi dos años negociando, fruto de los cuales hubo modificaciones importantes en el seguro de desempleo, la creación de las pensiones no contributivas, pero la economía siguió creciendo muy rápido, hasta 1991.

Quizás se calentó demasiado, quizás a usted no le hicieron caso cuando decía que había que enfriar un poquito, y tuvimos burbujas.

Es verdad que la economía estaba sobrecalentada y en el Banco de España y el Ministerio de Hacienda nos preocupaba. Queríamos que la demanda, en vez de crecer al 8%, que eran tres puntos por encima de lo que estaba creciendo el producto, se fuera reduciendo, y es verdad que eso era extremadamente difícil, sobre todo con los sindicatos, que reclamaban el crecimiento de la productividad y dos puntos adicionales. Allí hubo tensiones y desde luego se fue creando el nido de la serpiente, que es lo que acabó con las famosas devaluaciones de 1992, al tiempo que entraba en recesión toda Europa, particularmente Alemania y España, como consecuencia de la política de tipos de interés altos del Bundesbank.

¿En qué momento un gobierno socialista como el de Zapatero se equivoca? Gran burbuja, gran recesión, se sigue negando la crisis y acabamos como acabamos, ¿dónde estuvo el error?

Hubo pequeños errores a lo largo de la primera legislatura de Zapatero, entre 2004 y 2008, en los que no se supo aprovechar lo que era una bonanza económica increíble, con crecimiento de los ingresos tributarios, de la renta, no ya para reducir más el déficit sino también para racionalizar el funcionamiento de la economía. Pero eso, a medida que todo seguía creciendo mucho, pasaba desapercibido, era como no ser excelentes pero sí buenos. El gran error se comete cuando, después de la caída de Lehman Brothers en 2008, el gobierno no toma las medidas y cree que, como tiene una situación de déficit público que no existe porque hay un pequeño superávit y una deuda pública también muy baja, se puede fácilmente superar los aspectos de la gran recesión que entonces se inicia a través de un gran programa de gasto público. Programa que se hace mal, en el sentido de que aquellos planes eran gastos innecesarios, y por otro lado no tienen en cuenta que en dos años los ingresos tributarios representan un 8% del PIB menos que antes de la crisis. Estas dos cosas desequilibran las cuentas y hacen que luego el proceso de ajuste sea mucho más duro.

Si usted volviera a ser ministro de Economía, ¿cómo resolvería este crecimiento que estamos teniendo? El crecimiento está muy bien, pero estamos creciendo sin generar un empleo suficientemente estable y con unas tasas de desigualdad muy elevadas, ¿cómo se resuelven estos dos problemas?

Creo que la fórmula tradicional socialdemócrata sigue siendo válida, aunque adaptada a las circunstancias actuales. No hay que preocuparse mucho por el crecimiento porque tiene buen aspecto. Incluso después del impacto negativo de Cataluña, si alguien está ahora volviendo a revisar las previsiones de crecimiento para este año, más bien es al alza que a la baja. Por tanto, la parte del crecimiento está bien. Sin embargo, este no será un país que de verdad pueda hacer frente a los problemas de igualdad o desigualdad en la distribución de la renta si no se apropia de más recursos. Eso quiere decir un aumento en los impuestos directos, también se podría subir un poco el IVA pero con el fin de no subir las cotizaciones sociales. Creo que había que subir claramente el IRPF en la parte más alta. Aunque ahora no está de moda, el impuesto sobre sucesiones y donaciones debería producir algo más, y sobre todo una mayor información sobre cómo las fortunas relativamente importantes están asignando sus recursos y cuál es la renta que generan, porque esa es una información adicional muy importante. Creo que el conjunto de estas cosas permitirían, a través luego del aumento del gasto social y de educación, abrir unas perspectivas hacia una sociedad que fuera más igualitaria que la actual. Si no, hay dos tendencias que van hacia una distribución de la renta en favor de los más ricos y en contra de los más pobres. Una es sin duda la globalización, que obliga a ser competitivo en salarios bajos. Y la siguiente es las nuevas tecnologías, que no permiten asociarse con muchos puestos de trabajo que requieran una gran formación en capital humano.

Esta entrevista fue realizada para Trece Televisión.

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