¡Hasta pronto, comandante Huber Matos!

Cultura · Javier Restán Martínez
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2 marzo 2014
Eran un puñado de hombres. Todos retenemos los nombres de apenas cinco: Fidel Castro, Ernesto Guevara, Camilo Cienfuegos, Raúl Castro y Huber Matos. Fueron los líderes de la revolución cubana. Podrían haber sido otros, como Frank País, líder del Movimiento 26 de Julio en el Oriente, pero no tuvo suerte y fue asesinado por la policía del dictador Fulgencio Batista en las calles de Santiago.

Eran un puñado de hombres. Todos retenemos los nombres de apenas cinco: Fidel Castro, Ernesto Guevara, Camilo Cienfuegos, Raúl Castro y Huber Matos. Fueron los líderes de la revolución cubana. Podrían haber sido otros, como Frank País, líder del Movimiento 26 de Julio en el Oriente, pero no tuvo suerte y fue asesinado por la policía del dictador Fulgencio Batista en las calles de Santiago.

De aquellos cinco hombres hubo uno que se rebeló desde el primer momento contra la deriva totalitaria y progresivamente comunista de la revolución triunfante: Huber Matos. Decidió renunciar a cualquier cargo antes de contribuir a la mentira, a una nueva forma de opresión del pueblo. Y le costó caro: la humillación, la calumnia, la tortura, la prisión durante 20 años en condiciones infrahumanas. Cuando cumplió hasta el último día de su injusta condena vino el exilio, primero en Costa Rica, luego en Miami. El pasado 28 de febrero murió a los 95 años.

Matos era un joven maestro recién casado en la ciudad de Manzanillo, en el Oriente de Cuba, cuando Fulgencio Batista dio el golpe de estado de 1952 que desencadenó la resistencia de la mayoría del pueblo cubano y que provocaría la guerra y la victoria revolucionaria liderada por Fidel Castro siete años después. Hombre sencillo, con una pertenencia política no especialmente comprometida en el partido ortodoxo (el mismo que Fidel), de familia modesta de pequeños propietarios agrícolas, de formación evangélica bautista (como Frank País) miembro de una logia local de Manzanillo… Nada en su trayectoria hasta ese momento hacía pensar que en pocos años se convertiría en uno de los líderes militares de la guerrilla.  

Después de su primera misión exitosa, que consistió en la obtención de armas en Costa Rica y su introducción en la Sierra Maestra para equipar militarmente a los primeros núcleos guerrilleros, decidió unirse a la guerrilla como un soldado más. La noche de aquella decisión que cambió su vida para siempre la describió así: “me siento limpio como las aguas del río que a mis pies refleja nítidamente la luz de la luna. Detesto la violencia pero estoy dispuesto a dar la vida en este intento por devolver a los cubanos la libertad. La dictadura no ha dejado otra alternativa a quienes creemos tener derecho a vivir en una sociedad libre y justa sobre principios de civilidad y convivencia en paz. Miro el río, quieto y cristalino, el perfil de los árboles, las palmas… Pero debo regresar a las realidades de la lucha en este nuevo escenario de deberes y esperanzas. Siento que soy un luchador abrazado a sus ideales y que quizá busca en el firmamento respuestas a las incógnitas de la existencia”.

Esta mirada limpia no se enturbió nunca. Y este es, sin duda, el gran legado de su vida. Una y otra vez pudo ceder a la atracción del poder y a la egolatría en la que cayeron enseguida los líderes revolucionarios. Pero siempre prefirió mantener esa mirada limpia, una suerte de pureza frente a todas las circunstancias extremas en las que tuvo que moverse. En primer lugar, cuando tomó sus decisiones políticas clave, pues mantuvo siempre dentro del movimiento revolucionario una firme posición democrática, guiada solamente por un deseo de libertad y justicia para el pueblo, de respeto a la gente. La mantuvo a la hora de tratar a los soldados de su Columna guerrillera, pero también cuando tuvo que juzgar a los soldados y oficiales del ejército de Batista.  Y sobre todo, en su modo de afrontar los 20 años de prisión y tortura a la que fue sometido. Nunca perdió su mirada abierta y esperanzada, sin dejar que anidase en él el odio. Impresionante.  La vida de Huber Matos, narrada en sus memorias (Como llegó la noche, Tusquets 2002) es el espectáculo de un hombre que resistió de pie al poder totalitario. Un héroe, un valiente, de una rectitud impresionante, fiel a su ideal de libertad y justicia, a su patria, y también a sus amigos y su familia.

El papel de Huber Matos en la lucha guerrillera fue fundamental. Comenzando como un soldado de a pie, aprendió rápidamente la disciplina y la técnica militar, y ganó la confianza de Fidel Castro, que le nombró Comandante de la Columna 9 del Ejército Rebelde, la que tomó meses después Santiago de Cuba, el 1 de enero de 1959, precipitando la huida de Batista y la victoria definitiva de los rebeldes, que entraron pocos días después en La Habana.

Tras la victoria revolucionaria, Fidel Castro nombró a Matos jefe militar en Camagüey y tenía intención de encomendarle aún mayores responsabilidades. Pero Huber veía cómo se multiplicaban los signos del poder totalitario y el creciente influjo comunista a todos los niveles.  Ante Fidel exigió una dirección orgánica del proceso que impidiese el progresivo control comunista y una clara definición pública del carácter democrático del nuevo proceso político que comenzaba. En ese sentido buscó el apoyo del presidente Urrutia, del joven Camilo Cienfuegos y de otros muchos compañeros. En junio de 1959, seis meses después de la victoria revolucionaria, pronunció un discurso junto al presidente Urrutia en Camagüey en el que defendió la orientación democrática que quería para la nueva Cuba. Su discurso fue publicado íntegro en el periódico Revolución que dirigía Carlos Franqui, quien compartía su deseo de atajar el camino a los comunistas.  De esta forma, sin haberlo querido, se convirtió en portavoz y referencia de la tendencia democrática y anticomunista dentro de la revolución.

Cuando vio que la marcha de la revolución era incompatible con sus convicciones más profundas, mandó su famosa carta de renuncia a Fidel Castro: “teniendo que escoger entre adaptarme o arrinconarme para no hacer daño, lo honrado y revolucionario es irse”. Por supuesto Fidel no podía permitir que Huber Matos se convirtiera en una alternativa a su poder y entonces se desató su teatral detención, después el juicio-farsa en el que el propio Castro se personó para acusar a Huber Matos con una sarta de mentiras,  y por fin la condena a 20 años de presidio. En todo momento Matos fue capaz de contrarrestar las mentiras con datos, desvelando las contradicciones de la acusación y del propio Fidel… Pero la sentencia estaba tomada antes de la detención.  

La descripción de su presidio, al igual que el de tantos otros que ya han salido a la luz (Reinol González, Jorge Valls, Pérez Castro…), es sencillamente sobrecogedora. El objetivo era vejar, dañar, ofender, que sintieran la degradación total. Cuenta Huber Matos cómo aquellos hombres, soldados, revolucionarios, endurecidos en su vida anterior, enloquecían y se hundían en abismos interiores… De esos 20 infinitos años cabe destacar todo el proceso de resistencia que protagonizó junto a otros Huber Matos para que se les reconociese su condición de presos políticos, el famoso episodio de los “plantados”: se negaron a vestir el traje de preso común y a ser “reeducados”, permaneciendo en calzoncillos durante meses, sometidos a presiones, humillaciones y castigos de todo tipo… hasta que vencieron y se les reconoció su condición de presos políticos. Y por supuesto el episodio impactante de su huelga de hambre, donde Matos mostró, frente a la inhumanidad de sus carceleros, para la que no hay palabras, una fortalece obcecada, valiente y envidiable para defender su dignidad de hombre. ¿De dónde nacía aquella talla humana? Tras leer ese episodio sus poderosos carceleros nos aparecen como enanos en comparación con su estatura extraordinaria de hombre.

Durante un largo periodo, Huber Matos coincidió en la cárcel de Castillo del Príncipe con otro disidente revolucionario, el poeta católico Jorge Valls, autor del libro-testimonio “Veinte años y cuarenta días. Vida en una prisión cubana” (Encuentro 1988). Hace ya más de 20 años compartí durante un congreso en Mar del Planta, Argentina,  una cena en la que se sentaban a la mesa, entre otros, Jorge Valls y Hugo Neira, entonces uno de los intelectuales peruanos de izquierdas más respetado. No se conocían entre ellos. Durante la cena Neira habló de las excelencias de la revolución cubana y sus conquistas. Jorge escuchaba y no abrió la boca. Al terminar la cena Valls se acercó a Neira, sacó de una bolsa su libro de memorias y se lo regaló con una sonrisa en la boca: “esto es lo que realmente pasaba en Cuba en los tiempos que tú has narrado”. A la mañana siguiente, volvimos a coincidir en la mesa del desayuno y el peruano le dijo a mi amigo Valls: “Jorge, esta noche he leído tu libro de un tirón… Perdóname. Tengo que cambiar mi discurso sobre la revolución cubana”.

No sé si el testimonio de la vida de Huber Matos, que acaba de dejarnos, cambiará el juicio sobre la revolución cubana que tiene todavía un considerable sector de la izquierda, que no parece tener la apertura y grandeza de aquel socialista peruano. Ya ha habido tiempo suficiente para ello… Pero yo sí puedo dar testimonio de que cuando conocí la vida de Huber Matos a través de la narración de algunos amigos comunes y sobre todo de sus impresionantes memorias, algo cambió en mí para mejor: la certeza de que es posible amar la verdad más que la propia vida, que no hay poder que pueda imponer su mentira a un hombre libre y que es necesario confiar en la fuerza del corazón humano. Gracias compañero Huber Matos. Hasta pronto, amigo.

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