Haití, diez años después

Mundo · Patrizia Caiffa
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15 enero 2020
Una corona de flores, una oración en silencio ante las fosas comunes que en aquellos infelices días acogieron a decenas de miles de víctimas. Así se desarrolló, un poco en sordina por cuestiones de seguridad, la conmemoración de las al menos 230.000 personas muertas hace diez años en el terremoto que a las 16.53 horas del 12 de enero de 2010, hora punta en la vida de la ciudad, echó abajo a Puerto Príncipe, la capital de Haití.

Una corona de flores, una oración en silencio ante las fosas comunes que en aquellos infelices días acogieron a decenas de miles de víctimas. Así se desarrolló, un poco en sordina por cuestiones de seguridad, la conmemoración de las al menos 230.000 personas muertas hace diez años en el terremoto que a las 16.53 horas del 12 de enero de 2010, hora punta en la vida de la ciudad, echó abajo a Puerto Príncipe, la capital de Haití.

Una fecha infausta en una situación sociopolítica “insostenible, desoladora e inaceptable”, según cuenta desde Puerto Príncipe Fiammetta Cappellini, responsable de AVSI, ONG presente en Haití desde 1999, que conoce muy bien la isla caribeña, donde vive desde hace 14 años y donde ha formado su familia: un marido haitiano y un hijo de 12 años. Hace diez años estaba allí y vivió en primera persona el terror del seísmo de grado 7 en la escala Richter.

Se quedó para trabajar en la emergencia y luego en la reconstrucción y desarrollo. Entonces se vio obligada a separarse durante meses de su hijo. Era demasiado pequeño y demasiado dramática la situación para dejarlo en Puerto Príncipe, estaría mejor con su familia en Italia. Pero esa amarga posibilidad corre el riesgo de volver a repetirse ahora y de hecho está más preocupada que nunca por su país de adopción y por su gente.

No solo por las catástrofes naturales –terremotos, huracanes, inundaciones, epidemias de cólera– que a cada poco sacuden la isla. Con el paso de los años, los que tuvieron que irse a vivir a los campamentos después del terremoto y luego a refugios temporales han ido recibiendo algo de dinero para trasladarse fuera de la capital. Resultado: se han instalado en un terreno árido e inhóspito a tres kilómetros de Puerto Príncipe donde han construido un inmenso suburbio con casas ilegales, hechas de materiales de desecho recogidos entre los escombros, sin servicios de ningún tipo. Allí viven al menos 300.000 personas en condiciones infrahumanas, tal vez sean más. “Si viene un nuevo terremoto, causará el doble de muertos con total seguridad –afirma–. Es una situación que da mucho miedo”.

En Puerto Príncipe ya no quedan edificios destruidos, ya no se ven escombros, los campamentos han desaparecido, pero la destrucción y las heridas invisibles se notan en la vida de la gente. Hay muchos desastres provocados por el hombre, como la corrupción, la violencia, la miseria y la inestabilidad de los dos últimos años.

Hasta el episcopado haitiano, normalmente cauto en las cuestiones políticas, el pasado mes de septiembre, en el culmen de las violentas protestas que pedían la dimisión del presidente Jovenel Moïse y que paralizaron el país, publicó una carta durísima pidiendo que cesaran. “A pesar de nuestros reiterados llamamientos durante los dos últimos años, los líderes actuales y los responsables políticos permanecen sordos, empeñados en gestionar su poder, sus privilegios y sus intereses mezquinos. Mientras tanto, ciertos sectores de la sociedad se hacen cada vez más ricos, a costa de los pobres que no pueden comer o pagar la escuela de sus hijos”.

En la pequeña isla caribeña, el 75% de la población vive con menos de dos dólares al día. Casi cuatro millones de personas (de 10,9 millones de habitantes) sufren hambre porque no tiene dinero para comprar alimento. La inflación es altísima, la gente no puede salir a buscar trabajos ocasionales por miedo a la criminalidad. La situación sanitaria es desastrosa. Algunos hospitales se han reconstruido pero aún siguen cerrados o sin personal porque no hay dinero público para pagar a médicos y enfermeros. En las escuelas hay muy pocos profesores y la sanidad es de pago.

Así es Haití diez años después del terremoto de 2010: uno de los países más pobres del mundo y de los más ignorados por la opinión pública mundial. “Es inaceptable e increíble que no se logre generar un cambio. Sabemos que las crisis internacionales están en otra parte y que la opinión pública no quiere oír hablar de Haití, pero las necesidades son enormes. No se puede volver la cabeza y mirar hacia otro lado”, denuncia la responsable de AVSI.

La comunidad internacional asignó 6.400 millones de dólares para la reconstrucción post-terremoto, pero el 97% ha acabado en empresas extranjeras de los países donantes. “Era impensable hacer la reconstrucción con empresas nacionales. Aquí no hay puentes, túneles, pasarelas ni infraestructuras. Es cierto que la ayuda internacional se podría haber empleado mejor y que ha habido derroches y errores. También es verdad que la reconstrucción la hicieron empresas extranjeras que solo buscaban su propio beneficio y que el 90% fue a parar a la cooperación internacional y muy poco a las organizaciones locales de base. Pero no había, ni hay ahora, otra alternativa”.

Estos días la gente no se ve obligada a atrincherarse en su casa, como pasó durante las manifestaciones convocadas por la oposición. La población se mueve con menos cautelas, pero no durará mucho. Se teme mucho la llegada del próximo 7 de febrero, una fecha doblemente significativa para Haití. En 1986 el presidente Jean-Claude Duvalier, llamado “Baby Doc”, huyó del país. Cinco años después, en 1991, Jean-Bertrand Aristide, antiguo presbítero y líder carismático, se convirtió en presidente, el primer presidente elegido democráticamente tras décadas de dictadura. Las organizaciones humanitarias están alerta. “Se esperan nuevas oleadas de manifestaciones, aunque prever lo que va a pasar en Haití siempre es complicado”.

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