20:00 Martes 26. RENUNCIA BENEDICTO XVI

Hadjadj: Con su renuncia, el Papa obliga al mundo a rendir cuentas con un Misterio irreductible

Mundo · Rodolfo Casadei
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26 febrero 2013
Menos de veinticuatro horas después del anuncio, en las páginas de los principales periódicos y en las palabras de los tertulianos habituales, el shock ya había sido reabsorbido. Era demasiado comprometedor estar frente al misterio de una renuncia decidida cara a cara entre Dios y su Vicario, es decir, en la intimidad de la oración. Y así nos vemos sumergidos en un mar de interpretaciones histórico-políticas: el Papa que aceptó el espíritu relativista de la modernidad relativizando el papado, coherente con las corrientes progresistas del Concilio Vaticano II (Repubblica), o bien el Papa que luchó lo que pudo por reformar la curia romana, tras verse derrotado decide que el único modo de reabrir la partida es dimitir (Corriere della Sera).

Menos de veinticuatro horas después del anuncio, en las páginas de los principales periódicos y en las palabras de los tertulianos habituales, el shock ya había sido reabsorbido. Era demasiado comprometedor estar frente al misterio de una renuncia decidida cara a cara entre Dios y su Vicario, es decir, en la intimidad de la oración. Y así nos vemos sumergidos en un mar de interpretaciones histórico-políticas: el Papa que aceptó el espíritu relativista de la modernidad relativizando el papado, coherente con las corrientes progresistas del Concilio Vaticano II (Repubblica), o bien el Papa que luchó lo que pudo por reformar la curia romana, tras verse derrotado decide que el único modo de reabrir la partida es dimitir (Corriere della Sera).

Los creyentes son un poco más avanzados: después del desconcierto inicial empiezan a tomar conciencia del sentido del gesto, a reconocerlo como acto supremo de paternidad y no como una abdicación en sí misma. Benedicto XVI quedará para siempre como el Papa que con su mismo actuar enseñaba, no con las palabras sino con el ejemplo, cómo debe ser la fe en la Providencia de Dios, de la que todos somos instrumentos pero ninguno indispensable, y que el recurso al Espíritu Santo no se entiende como una fuerza mágica que suple las carencias psico-físicas de la persona. Los excesos del espiritualismo y los del realismo se ven negados en un mismo gesto. El mismo día en que el Tribunal de Justicia Europeo confirmaba con su sentencia que los hombres son libres de emular a Dios, recurriendo a la fecundación asistida para producir una descendencia que responda a los criterios y modelos establecidos por la fantasía humana, el representante de Dios en la tierra afirmaba en su misma persona la finitud, la mortalidad del ser humano que no es Dios sino criatura.

Rugido de aplausos para el papa Benedicto XVI

El Papa ciertamente hablará todavía antes del 18 de febrero y profundizará, pero la pregunta sobre lo sucedido queda en todo caso abierta, tanto para quien no quiere entender nada como para quien está abierto a comprender, así como para quien expresa su perplejidad de buena fe.

Entrevistamos al filósofo Fabrice Hadjadj, autor de libros como La profundidad de los sexos, La fe de los demonios o Tenga usted éxito en su muerte, y desde el pasado verano director del Instituto Europeo de Estudios Antropológicos Philanthropos de Friburgo (Suiza), fundado en 2004 por un grupo de universitarios y responsables católicos francófonos en respuesta a la exhortación de Juan Pablo IIEcclesia in Europa.

¿Qué le ha parecido el acto de dimisión del Papa Benedicto XVI, algo tan raro en la historia de la Iglesia?

Hay que ser precisos con los términos. El Código de Derecho canónico no habla de dimisión sino de renuncia. La dimisión puede asumir un significado peyorativo, puede mostrar connotaciones de debilidad, de cobardía e incluso de rechazo a la misión que Dios da. La renuncia, por el contrario, tiene rasgos viriles. Se funda en la fuerza de una abdicación ejemplar, que se da además en un acto pontificio, un acto del Vicario de Cristo: es imitación de Jesús que se retira cuando le quieren hacer rey en el orden temporal. Otra diferencia radical es que el Papa no entrega una carta de dimisión a un superior, al cardenal camarlengo o a un miembro superior de la curia. No hay nadie por encima de él, sólo Cristo. Por tanto, es un acto que tiene su fundamento en la oración, en un cara a cara con el Misterio. Pretender juzgarlo desde fuera, por tanto, corresponde a una desfiguración y a una usurpación. Pero los periodistas no dudan en creerse Dios.

Algunos observadores critican el acto del Papa y dicen que no tenía derecho a renunciar a la Cruz, o que un Padre no puede dimitir de su papel de padre. ¿Tienen razón o se equivocan?

El Papa no es un jefe espiritual. El jefe de la Iglesia es Cristo, y Benedicto XVI es su vicario. Cuando recitamos el Padre Nuestro, no nos dirigimos al Santo Padre, cuya paternidad en la Iglesia universal es una paternidad suplente y visible, que puede ser transmitida fácilmente a otro. Por lo que respecta a la Cruz, el argumento es más válido, y esta es la razón por la que un acto de este tipo es tan raro en la Iglesia. El Soberano Pontífice no es un poderoso sentado en su trono, sino que por vocación está identificado con Cristo Crucificado, lo que significa que su trono debe testimoniar la Cruz, manifestar esa debilidad de Dios más fuerte que la fuerza de los hombres, esa locura de Dios más sabia que la sabiduría de los hombres. Juan Pablo II nos dio un magnífico ejemplo: encorvado, tembloroso, envejecido, declaraba ante el mundo los derechos de la vulnerabilidad, echaba abajo el culto a la juventud y a la eficiencia. Pero, repito, ya tenemos ese ejemplo, que aún pervive en nuestra memoria. Benedicto XVI nos desvela otra cosa, otra dimensión de la Cruz: la del retirarse, la de la oscuridad y la profundidad del silencio. Según el Código de Derecho canónico, la renuncia exige una retirada absoluta. Joseph Ratzinger no manejará los hilos del pontificado en la sombra. Él ha elegido esta profunda humildad de asistir a la elección de otro papa, verlo gobernar desde abajo, desde la platea donde estamos todos, y aplaudirlo como un simple fiel. Esta modestia, este salir de la escena, es una lección divina para nuestro tiempo. Es también lo que nos permite, por contraste, no interpretar el hecho de morir en la carne de san Pedro de los papas precedentes como un encabezonamiento, como una manera obstinada de aferrarse a un poder.

¿Qué se puede decir de las razones que ha dado para su renuncia, es decir, el debilitamiento de sus fuerzas, el bien de la Iglesia, un gobierno de la barca de Pedro que sería mejor guiada por otra persona?

Insisto en que, antes de los motivos exteriores, está la certeza interior, el cara a cara con Dios. La responsabilidad no tiene nada que ver con un razonamiento de tipo matemático. Las decisiones morales no se reducen a una deducción a partir de unos preceptos, porque los preceptos son generales, mientras que la decisión se pone en juego de forma persona, en circunstancias particulares. Por eso todas las razones presentadas, si bien valen por sí mismas, resultan insuficientes, y nosotros seguimos estando ante algo singular, irreductible, totalmente insustituible, como el rostro de Benedicto XVI. Sin embargo, hay algo que me gustaría subrayar a propósito de las razones invocadas. El Santo Padre ha observado ante todo que la carga pontificia no se resume en una simple función, y que esta se despliega también y sobre todo a través del «sufrimiento» y «la oración»; y luego ha pronunciado esta frase: «En el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu». Esta renuncia, por tanto, también nos dice algo sobre el «mundo de hoy». Este mundo de la prestación, en el que los seres y las cosas rápidamente quedan obsoletos, se ha hecho incapaz de comprender directamente el misterio de la Cruz, a través de la presencia de un Papa débil, pobre, moribundo. Y quizá, por otra parte, no es sólo el mundo exterior, sino el mundo infiltrado en el seno de la Iglesia, de la curia romana, que impone exigencias nuevas y temibles para el sucesor de Pedro…

¿Qué cambiará este gesto en la Iglesia y en el mundo? ¿Será posible ignorarlo, hacer como si nada hubiera sucedido?

La Iglesia está sostenida por el Espíritu Santo, cuyos caminos son insondables. Eso es lo que yo creo. Y creo también que la semilla caída en tierra, cubierta por el terreno, da mucho fruto. Y eso será lo que suceda con este acto de retirada: estoy seguro de que determinará una gran fecundidad. Desde este momento, ese gesto afirma que la santidad vence sobre todas las grandezas y jerarquías, y que el secreto de Dios vale más que todos nuestros programas y planificaciones, un mensaje en mi opinión esencial para esta nueva evangelización que ha sido objeto del último sínodo. Dicho esto, todas las lógicas de los opinadores ideologizados, esos que se preguntan si «el próximo papa será conservador o progresista, si marcará un cambio en dirección a la post-modernidad», esos modos de pensar ignoran que, mediante el cónclave, el Papa es ante todo elegido por otro. Esta verticalidad hace que la cuestión no se pueda afrontar en términos de continuidad o ruptura en relación al pontificado precedente. El nuevo papa será también él un suplente del Eterno. Traerá lo nuevo de lo antiguo, será al mismo tiempo radicalmente lo mismo, porque se trata del mismo Cristo, y radicalmente inesperado, porque se trata siempre del acontecimiento de la fe.

Tempi

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