Hackers contra la universidad zombie

España · Borja Negrete
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17 abril 2018
Estos días me viene a la cabeza con cierta frecuencia los años en que fui un estudiante universitario, sin más preocupación que aprender de lo que me gusta y conocer chicas guapas. Quizá sea por pura nostalgia, por echar de menos las cañas después de un lunes de clase, las conversaciones profundas hasta altas horas de la madrugada o el despertar de la curiosidad intelectual. Aunque tal vez sea simplemente por el tsunami informativo que ha provocado el TFM fake de Cristina Cifuentes.

Estos días me viene a la cabeza con cierta frecuencia los años en que fui un estudiante universitario, sin más preocupación que aprender de lo que me gusta y conocer chicas guapas. Quizá sea por pura nostalgia, por echar de menos las cañas después de un lunes de clase, las conversaciones profundas hasta altas horas de la madrugada o el despertar de la curiosidad intelectual. Aunque tal vez sea simplemente por el tsunami informativo que ha provocado el TFM fake de Cristina Cifuentes.

La universidad española ha vivido unos últimos años de desprestigio y el número de facultades patrias que se cuelan en los rankings de las mejores es escasísimo. Por si fuera poco, la imagen de la universidad se ha visto salpicada por los tintes del chanchullo, la corrupción y la falta de excelencia con los casos de ‘masters regalados’ que comienzan a aflorar.

En estos momentos en que el ente universitario está siendo vigilado con lupa por los medios e incluso por el resto de la sociedad, la coyuntura se vuelve idónea para reflexionar sobre algo básico: ¿Hacia dónde debe dirigirse la universidad? ¿Cómo puede mejorar? ¿Qué se debe cambiar?

Jorge Jiménez, profesor de la Universidad Europea de Madrid (UEM), escribió un libro titulado Los hackers contra la universidad zombie. Jiménez no solo es un magnífico docente y alguien con olfato para los buenos títulos, también cuenta con una gran astucia y capacidad de análisis para diagnosticar que el modelo universitario que sigue nuestro país es un modelo zombie.

El estudiante zombie es ese que entra en la universidad solo para obtener un título. Para el que las clases y la enseñanza es un mero trámite para luego poder trabajar en lo que desea. El estudiante zombie es también aquel para el que la calificación lo es todo y no importa cuánto aprenda sino cuanto sobresaliente reluce en su expediente, como si se trataran de medallas de guerra.

Gregorio Marañón escribió en una ocasión que “un estudiante perfecto, uno de esos abonados a la matrícula de honor, se esfumará en una penumbra intelectual para toda su vida. Es un deportista de las buenas notas y nada más”.

Jiménez reivindica en su texto recuperar la figura del hacker como única posibilidad de salvar la enseñanza pública. El hacker no es el pirata informático que roba las fotos comprometidas de tu ordenador. Se trata de “alguien apasionado por lo que hace, que aprende en base a sus reglas y que comparte sus logros con sus pares”.

La universidad debe ser precisamente un lugar donde lo que prima es el conocimiento, las ansias por aprender y compartir lo aprendido con gente a la que le interese lo mismo. Enriquecerse los unos de los otros, olvidando las notas y los títulos, centrándose en la verdadera enseñanza. La universidad se concibió con estas bases en la Bolonia medieval y es precisamente a lo que se debe regresar.

El profesor de la UEM pone de ejemplo la Institución Libre de Enseñanza española, que pudo funcionar de forma autónoma al Estado y que se basaba en estos principios. Por allí pasaron personas del calibre de Marañón, los hermanos Machado, Juan Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset, Leopoldo Alas Clarín y muchos otros.

Hay estudiantes zombies y profesores zombies, qué duda cabe. Un profesor zombie contribuye a que la educación siga funcionando como en la sociedad industrial en vez de evolucionar a la sociedad informacional en la que nos encontramos. Es aquel que relega al alumno a un papel pasivo, en lugar de protagonista y colaborador clave en la enseñanza.

Son aquellos ‘dinosaurios’ que vagan por las universidades que basan su sistema docente en dictar sus apuntes y obligar a los estudiantes a comprar su libro. Su soporífero discurso es el contrario al de un profesor hacker. Este es capaz de despertar en sus alumnos la pasión por una materia y la capacidad de ver más allá de lo que hasta entonces habían preconcebido.

La universidad no puede ser una mera escuela de oficios y debe formar a las personas para que aúnen y desarrollen el conocimiento que les apasiona. Tal como explica Jiménez:

“Hay quien cree que cambiar la vieja pizarra por la digital ya es modernización. Pero lo importante, en la sociedad informacional en la que vivimos, es enseñar a los estudiantes a pensar de manera autónoma y a desarrollar una conciencia crítica”.

Ojalá llegue el día en que un batallón de hackers ponga patas arriba el sistema universitario. Se acabarían los títulos fake y la mediocridad. Quizá hasta nos podríamos llamar sabios.

Democresía

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