`Hace falta una nueva ciudadanía en el norte de África`

Mundo · Michele Brignone
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1 marzo 2011
Entrevista a Malika Zeghal, titular de la Cátedra Vida y Pensamiento del Islam contemporáneo en la Universidad de Harvard.

Tras la caída del régimen de Ben Ali, también el régimen de Mubarak se ha derrumbado. En su opinión, ¿es posible que la situación se desarrolle de una manera análoga a lo sucedido en Túnez o hay factores internos que pueden hacer pensar en una transición diferente?

Las manifestaciones egipcias se han parecido de manera sorprendente a las que se han producido en Túnez. Se trata de peticiones profundamente políticas: un cambio radical de régimen político que haga pasar a los egipcios de súbditos del Estado a ciudadanos. Los egipcios quieren pasar de un régimen autoritario y corrupto a un gobierno responsable ante los ciudadanos y transparente. Al igual que en Túnez los problemas económicos están en el horizonte de estas peticiones. Por tanto, es muy posible que la situación se desarrolle de manera análoga a la de Túnez, pero todo dependerá de la estrategia y el comportamiento del ejército. El régimen egipcio es un régimen militar, a diferencia del tunecino. En Egipto, por tanto, son los militares los que tienen las riendas y decidirán quién operará la transición. Además, Egipto ocupa un puesto crucial en el equilibrio de las fuerzas internacionales de la región. Si los Estados Unidos declaran no querer tomar una posición, acabarán ciertamente por pesar en los juegos, dirigir al país hacia una transición sin caos y preservando la alianza entre los Estados Unidos, Egipto e Israel.

Los acontecimientos tunecinos eran más bien inesperados, tanto por parte de los medios de comunicación como por las diplomacias internacionales. ¿El régimen tunecino era verdaderamente tan estable como se pensaba?

La estabilidad del régimen se apoyaba en tres grandes pilares: ante todo la policía, que aseguraba el orden, y, por encima de la policía, la policía política, que a través del Ministerio del Interior garantizaba la subyugación de la sociedad civil a través de la represión violenta de toda oposición. El segundo pilar del régimen era el RCD (Grupo Constitucional democrático), heredero del PSD (Partido Socialista del Destour de Habib Bourguiba). El RCD, con sus células integradas en todas las instituciones del país, tenía un papel de control y de gobierno de las poblaciones para movilizarse en favor del régimen de Ben Ali. El tercer pilar era el apoyo externo de los Estados Unidos, de la Unión Europea y particularmente Francia. Los tres pilares se han tambaleado ante el poder de la revolución de masas que ha unido contra el régimen a todos los tunecinos de todos los tipos sociales y sin distinción de ningún tipo, y gracias al ejército que se negó a jugar un papel represivo (al contrario de lo que había sucedido en Irán en 2010). El pilar más difícil de vaciar es el partido, que está a la cabeza del Estado desde su independencia. En algunos momentos la policía continúa además interviniendo mediante la repetición de las prácticas del régimen de Ben Ali. Por lo tanto, permanece abierta la pregunta sobre el futuro de estos dos pilares, pues aunque Túnez efectivamente ha puesto en marcha una verdadera revolución entre diciembre el 17 de diciembre de 2010 -la fecha de inmolación de Mohamed Bouaziz- y el 27 de enero de 2011 -fecha de la erección de un gobierno de transición privado bajo la presión de calle, la mayor parte de los hombres del antiguo régimen- todavía no sabemos si se trata de un verdadero cambio de régimen político.

Los medios de comunicación presentan inicialmente los disturbios que llevaron a cabo la fuga de Ben Ali como el resultado de una crisis generacional (la desesperación de los jóvenes) y socio-económica (aumento de los precios). En su opinión, ¿esta interpretación es suficiente para explicar la situación o se puede hablar de un sobresalto de la sociedad civil y de una instancia de democratización del Estado por parte de la población tunecina?

La crisis económica ha puesto de manifiesto una profunda crisis social y política, a la cual el régimen no ha prestado atención. Europa es el primer mercado al cual está vinculada la economía tunecina, golpeada plenamente por la crisis económica de 2008. El crecimiento en Túnez se ha incrementado aproximadamente un 5% de la primera década del 2000 al 3% de estos últimos dos años. El desempleo entre los jóvenes licenciados se ha agravado. Desde el 2008, la región de la zona minera de fosfatos en torno a Gafsa -en el sur de Sidi Bouzid y Kasserine, dos ciudades cuyas poblaciones han jugado un papel destacado en la revolución- ha sido el escenario de distintas protestas de carácter económico y social. Dicho esto, el tema económico estaba estrechamente vinculado con una cuestión política, la de la corrupción y sus efectos. La apertura de Túnez a la globalización económica ha ido acompañada por prácticas de corrupción: el ex presidente Ben Ali y su comitiva familiar se han apropiado ilegalmente de numerosas empresas privatizadas, y la corrupción existente a todos los niveles del estado se ha convertido en una fuente de descontento.

Se ha verificado una verdadera ruptura entre el Estado y los tunecinos. Por otro lado, se puede ver que las manifestaciones a menudo se han organizado ante los palacios que representan al estado y al RCD, y que algunos de ellos han sido destruidos u ocupados por los manifestantes. Más allá de la crisis económica y de los problemas de corrupción, hay un deseo de ciudadanía por parte de los tunecinos, es decir una aspiración a ser verdaderamente representados en el plano político y tener gobernantes responsables ante el pueblo. La revolución tunecina se ha jugado en los temas de un nuevo proyecto nacional, de la ciudadanía y de la libertad. Ahora estamos mucho más allá de un nacionalismo que se definía en relación a otra cosa (el colonizador y Occidente) o a través de ciertas ideologías. Se trata de un proyecto de renovación política interna que se refiere a valores universales, como lo demuestra un lema que a menudo se ha oído durante las manifestaciones, «shughl, hurriyya, karâma wataniyya», es decir, «trabajo, libertad, dignidad nacional».

Cuando se habla de los países de Oriente Medio suele pensarse que la única oposición real a los regímenes en el poder está constituida por los islamistas. Los hechos tunecinos parecen desmentir esta convicción. Una situación similar, ¿podría repetirse en otros países de Medio Oriente? ¿Es posible reconducir lo que está sucediendo en Egipto al ejemplo tunecino?

En Túnez, el movimiento islamista Al-Nahda ha sido una fuerza de oposición muy potente. Ha sido reprimido muy severamente bajo Bourguiba y después bajo Ben Ali, en particular después de haber obtenido el 17% de los escaños en las elecciones de 1989, cuando sus miembros se presentaron como candidatos independientes. El régimen tunecino ha recurrido a la amenaza del "escenario argelino" para justificar la brutal represión de los islamistas. He aquí por qué el movimiento islamista ahora es mucho más débil. No ha participado en cuanto movimiento político en las manifestaciones. Es posible que haya ejercido cierta cautela estratégica, no queriendo ser utilizado por el gobierno de transición como nuevo pretexto para no pasar al pluralismo. El gobierno formado el 27 de enero de 2011, sin embargo, ha abierto su participación en el proceso político. Por otra parte, Rashid al-Ghannouchi, el líder histórico de Al-Nahda, que volvió a Túnez el 30 de enero de 2011, ha declarado que no quiere modificar el Código del estatuto personal que garantiza los derechos de la mujer tunecina, y que su propósito no es establecer la sharía en Túnez. Ha comparado explícitamente su movimiento al de los islamistas del AKP en Turquía y se ha declarado a favor de una transición democrática. El panorama político tunecino sigue siendo incierto, pero parece que estará constituido por partidos de oposición de izquierda, progresistas, democráticos y nuevos partidos que piden ser autorizados.

Los islamistas, por lo tanto, no son ciertamente los únicos ni los más importantes opositores políticos, y seguramente tendrán que adaptar su programa político a la situación actual, en particular proponiendo soluciones a los grandes problemas económicos y sociales. Sin embargo, no debe ignorarse el componente islámico en el juego político, pero no hace falta exagerar su importancia, como hacen en cambio numerosos observadores en Europa y en Estados Unidos, que incluyen una dicotomía a menudo utilizada por los que apoyaron el régimen de Ben Ali: o la dictadura o los islamistas. Pero me parece en cambio que el paradigma ha cambiado radicalmente y que esta dicotomía ya no tiene razón de ser ante las demandas de un cambio radical en el tipo de gobierno proveniente del pueblo tunecino. En Egipto, los Hermanos Musulmanes están más enraizados y han tenido siempre, a pesar de la represión, márgenes de maniobra más importantes respecto a los concedidos al movimiento islamista en Túnez, pero tampoco ellos fueron los únicos opositores al régimen de Mubarak. Además, recientemente han moderado su propio discurso, pero no en el mismo sentido de los islamistas tunecinos. Es posible e incluso probable que el mismo cambio de paradigma esté en curso en Egipto.

Desde la época de Bourguiba, el Estado de Túnez ha puesto fin a su relación con el islam subordinando este último a un control muy estricto. Aunque sea probablemente demasiado pronto para un análisis profundo sobre este tema, ¿es posible que el cambio de régimen induzca a cambios en la relación entre el Estado y el islam?

Efectivamente, el Estado de Túnez ha subordinado al islam a su propio control tanto a nivel institucional como a nivel de las interpretaciones del islam que ha podido producir. La Constitución tunecina afirma que el islam es la religión del estado. En los últimos años, el control del islam se ha hecho todavía más rígido, lo que ha producido numerosas tensiones entre la población tunecina devota, que quiere practicar libremente el islam y que está influenciada por el islam de los canales de satélite del Golfo. El régimen de Ben Ali ha tratado en vano recuperar en provecho propio la componente religiosa mediante la creación de una emisora de radio islámica. La cuestión de la libertad religiosa y del papel del Estado respecto a las religiones volverá a emerger sin duda en los debates constitucionales o en otros contextos, si es que se dan. Nos podemos preguntar si una reforma constitucional considerará la cuestión. El escenario más probable es que el islam permanecerá siendo la religión del estado, pero que la cuestión del lugar del islam en la sociedad tunecina será objeto de debates y de desacuerdos. Lo cierto es que la interpretación liberal y modernista del islam hecha por Bourguiba ha dejado una huella indeleble en la sociedad tunecina y en los mismos islamistas. Por esta razón no creo que se pueda verificar en Túnez una presión islamista comparable a la que caracteriza a otros países de la región.

En cambio, ¿es posible que a largo plazo los islamistas egipcios busquen asumir la guía de la transición cultivando ambiciones hegemónicas? ¿Qué papel podrá tener en este aspecto la mezquita-universidad de Al-Azhar que, hasta hoy, ha ofrecido una interpretación "oficial" del islam?

Los Hermanos Musulmanes egipcios representan una parte importante de la oposición, pero no son los únicos en el ajedrez político. También la izquierda y los liberales forman grupos importantes. Por el momento los Hermanos Musulmanes mantienen un perfil bajo, estrategia que permite no ahuyentar a los posibles oponentes. Sin embargo, no se trata sólo de una buena posición estratégica. No todos los Hermanos Musulmanes buscan necesariamente un poder hegemónico, y muchos de ellos han moderado fuertemente su discurso. También dentro de los Hermanos Musulmanes existen oposiciones y ellos no representan necesariamente un grupo homogéneo. En el conjunto quieren participar políticamente, es decir, gobernar. Tienen por tanto necesidad de un sistema político que asegure la alternancia y no un nuevo autoritarismo que podría dañarles una vez más. El ejemplo del AKP turco puede proporcionarles un modelo. En cualquier caso, hoy éste es el modelo del líder histórico de los islamistas tunecinos, Rashed al-Ghannushi.

Al-Azhar, institución oficial del islam egipcio, ha sido siempre fiel al Estado y responde en general a sus demandas. Los grandes Ulemas del islam suní egipcio se adaptan a las eventuales presiones del Estado y saben dejar aparecer sutilmente su desacuerdo con las políticas oficiales. Si los Hermanos Musulmanes llegasen a gobernar, al-Azhar se mostraría fiel a esta línea oficial, que también puede depender en gran medida de la personalidad de su Gran Imán. Si se produjese una verdadera transición hacia la democracia -pero estamos lejos de ello por el momento- al-Azhar podría convertirse en una verdadera caja de resonancia de las diferentes corrientes religiosas en la vida de Egipto y expresar públicamente su propia diversidad religiosa e intelectual, lo que hasta ahora no siempre le ha sido permitido.

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