¿Habrá guerra?

Mundo · Svetlana Panich
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1 febrero 2022
Un día como otro cualquiera, banal, tranquilo: clases por la mañana, luego la discusión del proyecto y por la noche la proyección de una película seguida de un coloquio.

Volviendo a casa, siguiendo mi costumbre habitual, iba mirando dentro de las ventanas. Luces cálidas, ligeros visillos, unos trasteando en la cocina, otros jugando con los niños, por una ventana se veía la silueta de una lámpara de mesa, y por encima de todo esto la zarpa amenazante de la guerra que se cierne sobre cada uno, aunque a veces pensemos que vivimos seguros entre nuestras cuatro paredes. Para la guerra no hay cuatro paredes seguras ni conjuros ancestrales que valgan.

Cuando llegué me puse a leer algunos análisis muy inteligentes. Todos decían: “geopolíticamente inútil”, “geopolíticamente inútil”… pero ni una palabra de que la guerra, al margen de su utilidad, es algo horrendo. Nadie habla del dolor, de las muertes absurdas, de la inhumanidad que lleva consigo, del hecho de que es lo más atroz que puede suceder en la historia.

El pragmatismo es aterrador en su aritmética tan sencilla: si la guerra conviene se puede empezar, reduciendo los miles de muertes a un coste inevitable para lograr un gran objetivo geopolítico.

Desde otro punto de vista, el pragmatismo puede ser consolador. Si “no conviene”, tal vez no la hagan estallar. ¿Pero luego, si a alguna cabeza desequilibrada se le ocurre la idea de que “conviene en todo caso” y se encuentran motivos suficientes para que convenga, y aparece un nuevo Gavrilo Princip que a golpe de pistola da un vuelto a la historia? Dicen que en el escenario bélico actual, el guion será distinto, pero lo que permanece intacto es la muerte, la destrucción, la deshumanización, como la noche de los tiempos.

Varias generaciones han crecido a la sombra de la guerra, con el terror de la guerra, y ningún intelectual podría convencerles nunca de que existe una “geopolítica” que la pueda justificar. Ahora sentimos el mismo miedo, igual de perdidos, sufriendo por no poder hacer nada. Una vieja conocida que se marchó hace tiempo de Ucrania, donde nació, respondiendo a uno de mis alegatos habituales contra la guerra, escribió que la auténtica intelligentsia rusa debería querer la guerra. Más aún, debería querer que en la guerra muera le mayor número posible de rusos, víctimas de expiación por todo lo que Rusia ha hecho a Ucrania.

Naturalmente, lo escribió movida por la desesperación pero yo, reconociendo que había puesto en marcha involuntariamente el mecanismo del odio, repito que no quiero que el problema de culpa y la responsabilidad se resuelva con un derramamiento de sangre. Querer la guerra, confiar en la guerra, esperar la guerra, indica claramente una patología y es un desastre cuando la patología se transforma en ideología.

¿Es posible detener de algún modo la catástrofe que se avecina? La guerra no es solo estrategia y táctica, no es solo “geopolítica” y economía sino también metafísica. Representa un pensamiento y un espíritu corruptos, que buscan el mal y disfrutan con él. Representa el odio de la vida que solo espera su estallido, de modo que desaparezca esta vida odiada y sus cálidas luces que se ven por la ventana.

A este odio no se contrapone un “pragmatismo distinto” sino la metafísica de un signo distinto, como movimiento coral de voluntades que rechazan la enemistad y los cálculos cínicos, y que buscan en cambio la vida, que afirman la vida. Cuantas más sean estas voluntades, esta sanidad mental, más probable será detener el desastre. ¿Cómo? Con la oración, con la intención, con un compromiso firme, a todos los niveles. Con tal de que no estalle la guerra.

La nuova Europa

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