Editorial

Guerra Fría

Editorial · Fernando de Haro
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14 febrero 2016
Putin lo ha conseguido. Ha conseguido una llamada telefónica de Obama para hablar de la guerra de Siria, una conversación que le convierte a los ojos del mundo, y sobre todo a los ojos de los rusos, en el segundo líder planetario. ¿Por qué no considerarlo el primero? A fin y al cabo los presidentes norteamericanos tienen que someterse a unas humillantes elecciones y a los ochos años suele acabarse su mandato.

Putin lo ha conseguido. Ha conseguido una llamada telefónica de Obama para hablar de la guerra de Siria, una conversación que le convierte a los ojos del mundo, y sobre todo a los ojos de los rusos, en el segundo líder planetario. ¿Por qué no considerarlo el primero? A fin y al cabo los presidentes norteamericanos tienen que someterse a unas humillantes elecciones y a los ochos años suele acabarse su mandato.

Una parte importante de lo que sucede estos días en Oriente Próximo se explica por la necesidad que tienen los rusos de hacer de rusos. Otra parte se entiende por la urgencia de los saudíes de hacer de saudíes.

La conversación telefónica de Putin y Obama se producía después de que el primer ministro ruso Medvédev amenazara con una nueva Guerra Fría. Lo ha hecho en la Conferencia de Seguridad que se ha celebrado este fin de semana en Munich. Los rusos ni tenían voluntad de cumplir el alto el fuego pactado para dentro unos días en Siria ni querían ser fiscalizados.

El régimen de Assad, apoyado por Moscú, avanza en la toma de control de Alepo. No piensa detener los bombardeos sobre las fuerzas de la oposición y sobre Al Nusra (la filial de Al Qaeda en Siria) -en mucha menor medida sobre el Daesh- hasta que no consolide sus posiciones. Rusia y el régimen de Assad quieren ganar terreno antes de que se negocie el fin de una de las guerras que se libran en Siria: la guerra civil entre el Gobierno -apoyado por Moscú y Teherán- y la oposición suní. Putin quiere que Assad se consolide en la zona costera. Por eso hace grandes aspavientos cuando Estados Unidos pretende entorpecer sus planes, por eso y porque enfrentarse a Obama le viene de perlas en su política interior. No hay nada como una polémica con el emperador para elevar el orgullo patrio y hacer olvidar la crisis y la bajada del precio del petróleo. El nuevo zar gana una cabeza de puente en el Mediterráneo y además rodea por el sur a uno de sus clásicos adversarios: Turquía. Los decenas de miles de refugiados, que huyen de Alepo y a los que Erdogan no deja pasar la frontera, se han convertido en un instrumento con el que las dos potencias regionales, eternas rivales, se golpean delante de la comunidad internacional. La Unión Europea, especialmente Alemania, no consigue que las razones humanitarias estén por encima del enfrentamiento entre Ankara y Moscú.

El problema no es que los rusos hagan de rusos. El problema es que los rusos hacen con más inteligencia de rusos que los estadounidenses hacen de estadounidenses. Obama empezó la campaña de bombardeos en 2014 invirtiendo los factores. Era imposible ganar la guerra contra el Daesh sin una cierta colaboración con el régimen de Damasco. Primero hubiera sido necesario un acuerdo político entre el Gobierno y la oposición y luego debería haber llegado la intervención militar. Una vez que se hubiese ganado terreno contra el Daesh, se hubiera podido propiciar un cambio en el régimen sirio, contando con alguno de los círculos menos leales a Assad. Pero Estados Unidos quiso combatir en todos los frentes al mismo tiempo. Putin aprovechó el hueco y desde hace meses fortalece a Assad. A pesar de que ha sido la Casa Blanca la que ha rehabilitado a Irán, el otro gran sostén del régimen de Damasco, Washington no ha sacado rédito de ese movimiento.

Obama ni tiene ascendiente sobre Assad ni lo tiene sobre la oposición. Sus líderes, como ha quedado de manifiesto en las suspendidas conversaciones de Ginebra, están bajo el patrocinio de Arabia Saudí. Y los saudíes necesitan más que nunca hacer de saudíes, ahora que su principal enemigo, Teherán, es el gran amigo de Occidente.

La expresión Guerra Fría es un farol. Pero para conseguir algún avance en la paz hay que volver a empezar. La guerra civil en Siria y la guerra contra el Daesh son una expresión de la guerra de siempre entre chiíes y suníes. Del lado chií está Moscú, del lado suní está Arabia Saudí y Turquía. Con Irán y con Moscú hay que contar y hacerlo con habilidad para que Putin no siga ganando terreno. Para que no siga sufriendo como sufre la población civil. Primero ganar la guerra civil, luego la transición. Teniendo en cuenta que la victoria militar no es suficiente. La mayoría de la población es suní y hay que atraerla de algún modo. No puede volverse a repetir el error de Iraq en 2004. Los chiíes pueden con paciencia conseguir la victoria sobre el Daesh, pero solo los suníes pueden deslegitimarlos.

No es fácil. Hace falta paciencia e inteligencia. La tragedia es que el dolor aumenta a diario.

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