Grossman más necesario que nunca

Editorial · Fernando de Haro
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27 septiembre 2021
Hace unos meses se publicaron en Europa varias traducciones de Stalingrado, la novela de Vasili Grossman. Reconstruida en su versión original por Robert Chandler se había editado en inglés en 2018. Había sufrido numerosas mutilaciones de la censura soviética.

La obra, primera parte de Vida y Destino, ha aparecido tal y como fue redactada por su autor en el momento más oportuno. En el momento en el que necesitamos más que nunca lo que el ucraniano llamaba “una clase de arte que no separa al hombre del mundo sino que lo une a él, a la vida, y a la gente”.

Grossman adquirió gran parte de su fuerza narrativa como corresponsal de guerra. Escribía para el periódico del ejército soviético, el Estrella Roja. Fue enviado a Stalingrado en el verano de 1942. La ciudad sufría el acoso del IV Ejército alemán. El escritor vio encarnado en los soldados del Ejército rojo el heroísmo del pueblo ruso entregándose por la libertad del mundo entero. La defensa de cada palmo de la ciudad, en unas condiciones durísimas en las que la potencia de las tropas al mando de Hitler parecía imbatible, le marcó profundamente el ánimo. Grossman era el enviado especial que había oído, y lo describía con precisión, el sonido de las balas y de las bombas, que había visto incendiado el Volga, que había compartido con los soldados una entrega imprevisible, que los había visto morir muy jóvenes.

Todo ese material se integra en una obra de 1.200 páginas que se inscribe en la gran tradición de la novela rusa. La guerra es el telón de fondo de un universo amplio de personajes. Se puede decir de Stalingrado lo que Grossman decía de otros libros y obras de arte: “tiene la sencillez suprema del blanco, resultante de la complejísima mezcla de los colores del espectro luminoso”. En toda esa complejidad y sencillez vibra lo humano con una intensidad que despierta en el lector una nostalgia honda y antigua. Aparece –según sus propias palabas– “la vida, con su grandeza y complejidad, penetra bajo la piel y se mezcla con la sangre, el aliento y la razón (del lector)”.

El Grossman de Stalingrado, a diferencia del de Vida y Destino, todavía cree en las bondades del hombre soviético. Cree en la verdad de un proyecto que, despertando las mejores energías populares, realiza hazaña tras hazaña, cambia los campos, supera la pobreza, genera una radical transformación y modernización. El escritor se emociona con el sonido de las innumerables fábricas que están sustituyendo el retraso secular por un futuro vigoroso. Su devoción por el valor del trabajo colectivo es religiosa. Y a pesar de que la novela transpira a menudo una gran ingenuidad ideológica, el lector no siente rechazo. El suyo “no es un arte conceptual que se interponga entre el hombre y el mundo”. Por debajo y por encima de las páginas que parecen más dañadas por la propaganda, trascurre el río de la vida, de la vida real.

En las primeras páginas Grossman describe, con su habitual maestría, la reunión entre Mussolini y Hitler del 29 de abril de 1942, en la que se preparó la ofensiva definitiva sobre la Unión Soviética. Después de relatar el encuentro entre los poderosos del momento, el escritor nos cuenta con una ternura sobria y potentísima el momento en el que un campesino, Vavilov, tiene que salir de su casa y de su pueblo. Lo han llamado a filas. En la escena palpita el amor por los hijos, y por la mujer, el cuidado del hogar, el trabajo en el campo y en la comunidad. Palpita de un modo que el lector siente y entiende, vive la grandeza de la existencia, la promesa y la apertura de los instantes (“su trabajo perduraría en el tiempo”) cotidianos. Pocas páginas después, nos presenta a buena parte de los personajes que protagonizan el resto de la novela. Es una simple cena en casa de Aleksandra Vladimirovna Shaposnikova, la viuda de un famoso ingeniero de puentes. Se nos presentan varias generaciones de la familia y algunos amigos. Desde ese primer cuadro se desarrollan riquísimas historias en las que aparece el amor, la muerte, el desengaño, la pasión por el trabajo y por la construcción de un mundo nuevo, la heroicidad, el mal incomprensible, el sufrimiento de los inocentes, la inesperada ilusión… Todas son historias con la verosimilitud de una experiencia amplia y rica que llegan a formar una inmensa sinfonía. El tema central, el tema de fondo de esa gran composición que es Stalingrado, se resume bien en el sentimiento y el juicio que embargan a Novikov, uno de los personajes, al pasearse una noche por un jardín. “La belleza del mundo sobrepasó aquella noche su cuota más alta, hasta el punto de que no se podía dejar de reparar en ella (…). En momentos como aquel, el hombre percibe la luz, el espacio, el susurro, el silencio, los colores dulces (…) Todas aquellas centésimas o, tal vez, milésimas y millonésimas partes que componen la belleza del mundo. Aquella belleza, la auténtica belleza, solo quiere transmitir al hombre un mensaje: la vida es un bien”. Probablemente es la evidencia de la que más necesidad tiene el lector de comienzos del siglo XXI.

En las últimas páginas que Grossman escribió en su vida también habló de la belleza. Aseguró que “la belleza exagerada e increíble de las montañas suscitaba un sentimiento mayor que el de la emoción, provocaba una turbación y casi miedo (…) En momentos como este parece que algo improbable está a punto de suceder, una transformación radical”.

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