Editorial

Grecia en una Europa más europea

Mundo · Fernando de Haro
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5 julio 2015
La victoria del no pone las cosas mucho más difíciles para afrontar la difícil situación que vive el país. Tsipras está ahora crecido y querrá hacer valer su triunfo pero en cualquier caso hay que volver a la mesa de negociación. En realidad antes de la convocatoria del referéndum el acuerdo estaba casi cerrado, sólo había una diferencia de 100 millones. Había consenso sobre el IVA, sobre el  recorte de gastos, sobre el calendario para prorrogar la edad de jubilación, sobre  las privatizaciones… Se habían armonizado las posiciones, por más que se quiera hacer guerra con el asunto, en torno a la  necesidad de reestructurar la deuda.

La victoria del no pone las cosas mucho más difíciles para afrontar la difícil situación que vive el país. Tsipras está ahora crecido y querrá hacer valer su triunfo pero en cualquier caso hay que volver a la mesa de negociación. En realidad antes de la convocatoria del referéndum el acuerdo estaba casi cerrado, sólo había una diferencia de 100 millones. Había consenso sobre el IVA, sobre el  recorte de gastos, sobre el calendario para prorrogar la edad de jubilación, sobre  las privatizaciones… Se habían armonizado las posiciones, por más que se quiera hacer guerra con el asunto, en torno a la  necesidad de reestructurar la deuda.

Habrá que volver a la mesa de negociación porque sin la ayuda del BCE Grecia cae en el infierno  y porque necesita urgentemente mucho dinero. El FMI ha estimado esa necesidad de fondos en 50.000 millones de euros para el tercer rescate,  a lo que hay que añadir una quita de la deuda y un alargamiento de los  plazos.  Grecia ha sido, sí, el socio díscolo. Ha engañado, ha hecho trampas, pero es nuestro socio.  Se puede retomar la conversación donde se había quedado. Y cuadrar el círculo: rescatarla de nuevo, esta vez con más inteligencia, y conseguir que modernice su economía. Es también una buena ocasión para acelerar la unión fiscal (no hay que parar hasta conseguir un Gobierno económico) y la  unión bancaria.

Europa como proyecto surgió en 1950 para cuadrar un dilema para el que tampoco parecía haber salida.  Durante 70 años el crecimiento económico de Francia y de Alemania, en los sectores industriales del acero y del carbón, había sido fuente de conflictos  muy sangrientos. Parecía irresoluble la ecuación que siempre daba como resultado la guerra cuando una de las dos potencias quería aumentar su riqueza.

No es inútil retomar los textos de aquellos años. Alemania, la que ahora reparte certificados de “europeidad”, era entonces la gran amenaza. Podemos releer las palabras que el secretario de Estado de los Estados Unidos, Dean Acheson, dirigía a Schuman, entonces ministro de Asuntos Exteriores de Francia,  en octubre de 1949. Acheson le explica a Schuman algo de lo que este estaba convencido: era necesario un cambio de paradigma. Podemos sustituir la palabra Alemania por Grecia y la misiva gana una actualidad sorprendente.  “En la mayoría de los casos, nos hemos acostumbrado durante los últimos cuatro años a decidir por los alemanes (griegos en 2015) o a imponerles nuestros puntos de vista. Evidentemente podríamos pretender que los alemanes (griegos de 2015) nos dieran una prueba de un comportamiento conforme a nuestra espera. ¿Pero nos lo podemos permitir con el poco tiempo del que disponemos? ¿No sería más sabio dar el primer paso y conceder de antemano a los alemanes (griegos de 2015) un crédito político que todavía no se han merecido del todo? No podemos esperar de los alemanes (griegos de 2015) un deseo de cooperar una vez que los hayamos condenado a la inanición”. La carta parece escrita hoy.

Esa actitud es la que permite que Schuman pronuncie el 9 de mayo de 1950 en el Salón del Reloj en el Quai  d´Orsay de París  su famoso discurso con el que echa a  andar Europa. “No podrá salvaguardarse la paz mundial sin la realización de esfuerzos creativos equiparables a los peligros que la amenazan”, decía entonces. Los peligros siguen siendo evidentes y los esfuerzos creativos en este momento parece que tienen un objetivo claro: una modernización y renovación del sistema productivo que lo haga competitivo para preservar, con las necesarias transformaciones,  esa sociedad del Bienestar que identifica a Europa. Ya decía Schuman hace 65 años que “Europa no se hará de golpe ni en bloque; se irá construyendo mediante realizaciones concretas”.

Un realismo como el que exhibía entonces el ministro de Asuntos Exteriores francés  es necesario para responder a los populismos. Esos populismos  suponen una amenaza evidente para el sistema democrático y para el sistema institucional. Responder de forma reactiva y dialéctica es una forma de pereza intelectual y una  falta de creatividad que se compadece mal con lo mejor de la tradición europea. Europa, ya desde la época romana, no se afirma como una cultura cerrada y suficiente en sí misma. La tensión entre el helenismo recibido y el reto de la barbarie invita siempre a recomenzar, a hacer de lo viejo recibido algo nuevo, empuja a dejarse interpelar por lo diferente y a aprender de ello.

Los populismos alimentan los sueños utópicos  instrumentalizando necesidades concretas: la perduración de la sociedad del Bienestar en un mundo globalizado,  menos recortes, la tutela del derecho a la vivienda, nuevos derechos que respondan al deseo de emancipación personal… La actitud europea, romana, no es parapetarse en los antiguos valores, sino salir al encuentro de la verdad que alienta en cada una de estas reclamaciones para responderlas desde el reino de la realidad. Ese es el único modo de quitarle vigor a los sueños destructivos. Roma (la de Augusto y la de Pedro) y por ende Europa, siempre está en movimiento, siempre está dispuesta a aprender, a corregir.

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