´Giussani es un soplo de aire fresco cuando dice que el problema es el yo. Los valores comunes son insuficientes´
En el verano del 97, en un encuentro con responsables de Comunión y Liberación, decía: "el naciente Estado moderno se percató desde el comienzo de que necesitaba crear una mentalidad distinta de la de la Iglesia (…). Para ello el Estado trató de entrar directamente en el proceso de educación y en la escuela". Pero, explicaba Giussani, "al percibir la actitud refractaria de la Iglesia a su pretensión, (el Estado) trató de golpear a las instituciones, funciones sociales y asociaciones que encarnaban el contenido propio del mensaje de la Iglesia". ¿Cree que ese juicio tiene actualidad para la situación que se está viviendo en España?
En cierta medida, sí. Digo lo de "cierta medida" porque la situación española exige matizar mucho y la situación de la iglesia española también. Prefiero hablar de tensiones y conflicto de mentalidades dentro de las mismas instituciones, sobre todo en siglo XX. Digo sí porque nos esperan tiempos duros para los cristianos y la Iglesia, tanto el partido socialista como el Gobierno han encontrado en las fuentes de la identidad eclesial un filón para su discurso político.
"Los hombres de Iglesia -afirmaba Giussani también en aquella intervención- se sentían traspasados por el temor y el temblor ante la incomprensión que la mentalidad común (…) estaba desarrollando contra la mentalidad cristiana. Por eso se limitaron a la defensa de aquello que los demás podían comprender, que incluso los adversarios tenían que admitir: las virtudes fundamentales, la ética fundamental". Ésa que parecería la única respuesta posible se convierte pronto en una facilidad más para el poder. "Como la mentalidad dominante, también los valores morales, más o menos lentamente, se fueron concibiendo bajo el influjo del poder dominante (…), el poder del Estado evolucionaba hacia su hegemonía total", explicaba el fundador de Comunión y Liberación. ¿Es ese juicio pertinente para este momento?
Hoy no basta con limitarse a la defensa de los elementos de la mentalidad común, como podría suponer la virtual existencia de una ética cívica como la que se expresó en la Constitución española de 1978. La defensa de estos mínimos es una tarea máxima y hasta heroica que sólo parecemos hacer los cristianos, sobre todo cuando recordamos que los valores comunes son insuficientes si la sociedad no cuenta con grupos que ofrezcan, propongan y promuevan valores superiores. El poder del Estado es más complejo que antes y más difuso, además se encuentra con que los portadores de tradiciones de sentido sólo son valorados por su inmediata, programática y utilitaria funcionalidad social. Interesan los cristianos que resuelven problemas políticos de urgencia pero no las razones que los mueven, las tradiciones que los animan y las instituciones portadoras de sentido que los alimentan (parroquias, comunidades religiosas, iglesias…).
"¿Qué queda, qué puede quedarnos como fuente de libertad real?", se preguntaba Giussani, como nos preguntamos nosotros ahora. El sacerdote milanés se respondía: "El individuo, la persona. (…) El problema es el yo, la persona. Esto no está en contradicción con la asociación o con el tipo de gente en la que confiar para tener la fuerza necesaria; la fuerza de la asociación, la fuerza de la convivencia civil, radica en la persona. Y la fuerza de la persona consiste en la conciencia de lo que es y del ideal (…). El yo es, si actúa: conciencia del ser y conciencia del obrar". ¿Qué le sugiere esta afirmación?
Me sugiere un soplo de aire fresco en un día caluroso, una sombra en los campos de Castilla, y cierto oasis en el desierto. La persona y la libertad real se han convertido en dos de los desafíos más importantes de la ética contemporánea. La reivindicación del mundo de la persona y la actualización de categorías éticas relacionadas con ella tienen una fuerte carga revolucionaria. Interioridad, conversión, perdón, conciencia y donación del sí, he aquí algunas de las claves educativas más urgentes de nuestro tiempo.