Frozen River

Cultura · Juan Orellana
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2 septiembre 2009
La directora de Memphis Courtney Hunt debutó en el largometraje cinematográfico con Frozen River, que hace un año se llevó el Premio Signis y la Concha de Plata a la mejor actriz en el Festival de San Sebastián, así como el Gran Premio del Jurado en el prestigioso Festival de Sundance. Después fue nominada al Oscar al mejor guión original y a la mejor actriz principal. Ha obtenido otros muchos e importantes premios y nominaciones, como los Premios del Círculo de Críticos Cinematográficos de Nueva York  y de Florida, y dos premios del famoso Independent Spirit. Este viernes, con doce meses de retraso, se estrena en nuestras pantallas.

La película se basa en un cortometraje de la misma Courtney Hunt y nos cuenta una historia invernal y fronteriza al norte del Estado de Nueva York, donde el río que desemboca en el lago Ontario separa a los Estados Unidos del Canadá. Allí existe una reserva de indios mohawk que procuran no tener nada que ver con los blancos de la comarca. En ese ambiente vive Ray Eddie, una mujer de escasos recursos, dependienta de un comercio que lucha por sacar adelante a su familia y poder comprar una nueva casa prefabricada. Cuando por fin consigue reunir el dinero necesario, su marido, un incurable ludópata, se fuga con el dinero y desaparece para siempre. Ray, desesperada y acuciada por las deudas, toma una peligrosa decisión: introducirse en el mundo de la inmigración ilegal. Allí conocerá a una india de apariencia hostil, Lila, con la que empezará una relación muy agresiva, pero que se convertirá con el tiempo en una hermosa posibilidad de humanización.

Frozen River es un interesante ejemplo del cine independiente americano, donde se cuecen los mejores títulos de los últimos años. El guión toca varias cuerdas a la vez. Al tema del encuentro interracial y la superación de las diferencias en base al común denominador del corazón humano, se añade la cuestión recurrente de la ausencia del padre, el sacrificio redentor que nace del agradecimiento, el perdón e incluso la trascendencia. Dos mujeres maltratadas por la vida aprenden a mirarse a la cara y a sacrificarse la una por la otra cuando descubren el valor de la vida y la alegría de tener a alguien a quien amar.

La puesta en escena es contundente, pero llena de buen gusto y sin caer en el fácil deleite por lo dramático. El tratamiento de las situaciones demuestra una gran simpatía por lo humano y nunca cae en la tentación de lamerse las heridas. En este sentido es muy interesante la figura del hijo mayor, T.J., un chico que ha aprendido a madurar y que afirma el valor positivo de la realidad a pesar de los nubarrones que se ciernen sobre su cabeza. Este film supone un buen comienzo de la temporada cinematográfica.

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