Frontera sur

Editorial · Fernando de Haro
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23 mayo 2021
Mohamed decía en su escaso español que tenía 16 años. Pero por su cara y su altura era probable que fueran tres o cuatro menos. Tiene los dientes montados y el cuerpo menudo. Llevaba dos noches durmiendo debajo de una palmera, sobre unos cartones, al lado del paseo marítimo de Ceuta.

Desde que saltó al agua en la playa del Tarajal y salvó a nado los 50 metros que separan a Marruecos de España, Mohamed había ido consiguiendo algo para comer. Pero por las noches hacía frío. La inmensa mayoría de los marroquíes que entraron en Europa, después de que el rey Mohamed VI quisiera chantajear a su vecino del norte, han ido volviendo. Ceuta es pequeña y la inmensa mayoría de los que se echaron al mar (sus cabezas eran pequeños puntos negros entre las olas) lo hicieron engañados: porque se les prometía en redes sociales un partido de fútbol con Ronaldo, porque creían que iban de excursión.

Mientras deambulaban por la ciudad española del norte de África explicaban que en su tierra no había trabajo, que la policía era mala, que querían estudiar, que querían tener un futuro. Mohamed no quería volver pero es probable que lo haya hecho o que esté en la nave que hay en la frontera, donde se agrupó a los menores. Es probable que se echara a llorar, como otros, al conseguir hablar por teléfono con su madre. Ahora estará esperando a que su madre y él mismo sean correctamente identificados para que no se produzca un caso de trata.

Mohamed no quería volver. Como tampoco quería volver Mamadou. Le agruparon en la playa con otros subsaharianos. El ejército lo devolvió en caliente. No fue un retorno voluntario. Mamadou se quitó la ropa en señal de protesta y se agarró a la bota de un soldado. Con su cuerpo desnudo sobre las piedras de la playa, desesperado gritó e imploró que le dejaran quedarse en España. No hubo ni preguntas para saber si era un posible refugiado ni identificación biológica para determinar su edad. Mamadou había escogido un mal momento para llegar a nado a España. El momento en el que Mohamed VI había decidido desafiar la soberanía española.

La entrada de 10.000 personas hace una semana por la frontera entre España y Marruecos no ha sido una crisis migratoria pero ha vuelto a poner de manifiesto la debilidad de la política migratoria y de asilo de la UE. No ha sido una crisis migratoria porque Mohamed VI, en un error de cálculo, ha querido desafiar a España para conseguir el reconocimiento de la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara. Desde 1991 el asunto está en manos de Naciones Unidas sin que se haya podido celebrar un referéndum de autodeterminación que en este caso reúne todos los requisitos del derecho internacional. Mohamed VI ha creído que el apoyo de Trump a sus reivindicaciones sobre el Sáhara, no corregida por Biden, le permitía presionar a España y a Alemania para obtener lo mismo. Marruecos es el aliado de Estados Unidos en el Magreb, es uno de los países de mayoría musulmana que ha firmado los Acuerdos de Abraham (con Israel), es una barrera de contención contra un islam integrista y yihadista. Pero Mohamed VI ha sobreestimado su fuerza al mandar una “fuerza de invasión de civiles”, instrumentalizando sus sueños. Ha jugado el mismo juego que Erdogan, cuando presionó a Grecia en febrero de 2020. La respuesta de la población española ha sido menos agresiva que la griega.

España ha vivido el vértigo de ver cómo la población de Ceuta se incrementaba en un 10 por ciento. Y ha quedado claro que el Nuevo Pacto de Inmigración y Asilo presentado por Ursula von der Leyen, la presidenta de la Comisión, en septiembre de 2020, aunque fuera aprobado por el Consejo Europeo, sería insuficiente. El control migratorio del Mediterráneo central está subcontratado a Libia. Eso supone poca exigencia en derechos humanos. El modelo de asilo sigue fracasado desde 2015, no sirve el Reglamento de Dublín que establece que el solicitante solo lo puede hacer en el país de llegada. No bastaría que, como estable el Pacto de Inmigración y Asilo, se mejorase la identificación en las fronteras reforzando el sistema Eurodac. No bastaría que se estableciera un tiempo máximo de 12 semanas para responder a una solicitud de asilo. Mientras los mecanismos de solidaridad con los países del sur de Europa sean de “contribución flexible”, no obligatoria y solo en caso de crisis, a España, Grecia e Italia, de facto, no se les reconoce su condición de frontera sur de toda Europa.

En el caso de Ceuta, Bruselas ha conseguido que Rabat reaccione recordándole los casi 400 millones de euros anuales que recibe de ayudas. Pero esa no es una fórmula estable.

Mohamed y Mamadou necesitan un futuro. El mejor futuro estaría en Marruecos y Guinea Conakry, para eso hacen falta muchas cosas: inversiones, consolidación de la democracia, entre otras. Europa no puede dejar de ayudar a construir ese futuro. No es posible mantener una frontera estable con una diferencia abismal de renta. Toda Europa, España especialmente, necesita muchos Mohameds y Mamadous, dispuestos a integrarse y a mantener a flote el Viejo Continente. Mohamed y Mamadou merecen un sistema migratorio que no ponga sus vidas en peligro.

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