Entrevista a José Carlos Bermejo

´Frente ayudar a morir, proponemos ayudar a vivir con sentido´

Entrevistas · Juan Carlos Hernández
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3 marzo 2020
Conversamos con el director del Centro Asistencial San Camilo, donde se atiende a personas dependientes y enfermos terminales. “Hay mucha vida y amor en los procesos del final de la vida y del morir”, afirma Bermejo desde su vivencia personal.

Conversamos con el director del Centro Asistencial San Camilo, donde se atiende a personas dependientes y enfermos terminales. “Hay mucha vida y amor en los procesos del final de la vida y del morir”, afirma Bermejo desde su vivencia personal.

¿Qué valoración le merece la tramitación de la Proposición de Ley Orgánica de regulación de la eutanasia?

Es comprensible la sensibilidad creciente de la sociedad ante el sufrimiento humano y la conciencia de que hemos de ser responsables en la gestión del proceso del enfermar y el morir poniendo racionalidad para evitar las consecuencias de la colonización de la tecnología en medio de la fragilidad humana. Sin embargo, no se sostiene una propuesta de ley que se apoye en un concepto de compasión ante el sufrimiento erróneo, que hace pensar que la única consecuencia de esta es ayudar a morir, en lugar de ayudar a vivir con sentido. Ayudar a terminar con la vida de quien sufre es el último camino imaginable que se podría plantear como pregunta quien tuviera resueltos todos los desafíos de ayudar a vivir con sentido y con calidad de cuidados en la enfermedad, en el sufrimiento y en el final. La insuficiente cultura paliativa y la insuficiente respuesta social a problemas de soledad y fragilidad hacen de una eventual ley de eutanasia una gran contradicción de cualquier proceso de humanización pensable.

“La demanda de ayuda para morir en nuestro entorno es extremadamente rara y esconde una llamada de atención”

¿Qué dirían los enfermos que ustedes cuidan en su centro sobre esta ley?

En nuestro centro cuidamos a las personas que sufren por razones de dependencia, por encontrarse al final de la vida y por haber perdido a un ser querido. Viven y vivimos con mucha dignidad los procesos de cuidados y de humanización del vivir. Experimentamos que se puede vivir y morir con dignidad no solo cuando se decide cuándo, sino cuando acompañamos sosteniendo emocional, social, espiritualmente, mientras controlamos los síntomas mediante la cultura y los cuidados paliativos. La demanda de ayuda para morir en nuestro entorno es extremadamente rara y, cuando se produce, esconde una llamada de atención para prestar un tipo de cuidado que permita vivir de una manera más aliviada y acompañada.

¿Sería una alternativa razonable una ley de cuidados paliativos?

Sí, por supuesto. Una ley que fuese acompañada de una dotación económica adecuada y de medidas que implicaran especialización en cuidados paliativos en la universidad, así como un incremento social de cultura paliativa. Necesitamos una alfabetización ética y sanitaria en torno al sufrir y al morir para poder construir procesos humanizadores que, no negando la muerte, no le den la autoridad total a los dinamismos tecnocráticos, sino a la razón humanizada, capaz de deliberar y planificar cuidados adecuadamente.

“No aliviar el dolor evitable es inhumano y, desgraciadamente, esto está sucediendo”

¿Qué importancia tiene que una persona dependiente o enferma terminal pueda estar acompañada en el dolor?

La ausencia de un buen acompañamiento en situación de dependencia o terminalidad genera sinsentido y abandono. El ser humano se debe definir por ser un individuo cuidador. Necesita ser cuidado al inicio de la vida para sobrevivir y desarrollarse. De la misma manera, necesita ser considerado y cuidado a lo largo de toda la vida, particularmente en la fragilidad, para vivir con sentido y a la altura de su condición humana. No aliviar dolor evitable es inhumano y, desgraciadamente, esto está sucediendo. Por eso hay voces que, queriendo construir un mundo con menos dolor evitable, hacen propuestas que, en el fondo, no son el camino humanizador, pero que tienen una motivación que podemos compartir universalmente. ¡No queremos sufrir!

¿Estamos en una sociedad que quiere vivir anestesiada frente al dolor no tanto físico sino existencial?

Se producen movimientos simultáneos en nuestros tiempos. Por un lado somos más sensibles ante el sufrimiento humano y ante el dolor y por otro no desplegamos suficientes medidas para aliviarlo. También por eso existe tanta incidencia de suicidio en nuestro entorno. Tenemos el desafío de humanizar la cultura incidiendo desde la familia y los espacios educativos, para integrar mucho más la compasión ante el mal ajeno.

¿Cree que la Proposición de Ley que se propone viene a dar forma a algo que ya se vive en nuestra sociedad como pérdida de la evidencia de que la vida es un bien siempre o la ley va por delante de lo que se mueve en la sociedad?

La Proposición de Ley es el resultado de una exaltación de la libertad desde una perspectiva individualista, sobre los límites de la razón, así como de una hipertrofia del concepto de autonomía personal. Los seres humanos somos interdependientes. Nuestra libertad es relacional, particularmente vinculada a los demás seres humanos con los que hemos construido vínculos significativos de afecto, y hacia una sociedad que no es un archipiélago de islas humanas individuales, sino un continente que vive gracias a las relaciones. Promover una cultura del encuentro y del servicio recíproco y compasivo es lo que nos puede ayudar a reconocernos como somos: vulnerables y necesitados unos de otros.

“Caminar en medio de la fragilidad es reconocer nuestra condición de sanadores heridos y nuestra humanidad y fragilidad radical”

Desde su experiencia personal, ¿qué le aporta a usted el cuidado de personas que serían “descartables” para muchos?

Ningún ser humano es descartable e inútil socialmente. Nos construimos y somos en función de nuestros vínculos de amor, no solo de aparente independencia y desconexión autónoma del resto. Estar entre la fragilidad máxima, en el entorno del morir cotidiano, me ayuda personalmente a saborear más lo pequeño en la vida, la cotidianeidad y la gratuidad de lo que recibimos para vivir y gozar. No solo soy el resultado de lo que hago y logro, sino también de lo que me recibo a mí mismo, me acojo y me dejo querer y cuidar. Caminar en medio de la fragilidad es reconocer nuestra condición de sanadores heridos y nuestra humanidad y fragilidad radical. Hay mucha vida en los procesos del final de la vida y del morir. Y mucho amor.

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