Frente al terror, el deseo de justicia
Bomba lapa contra un policía en Bilbao, que milagrosamente no estalló; coche bomba contra la sede de Caja Vital en Vitoria; coche bomba contra la comisaría de la Ertzaintza en Ondarroa (Vizcaya) con 182 kilos de explosivos que podría haber provocado una masacre; y por último, el coche bomba que se ha llevado la vida de Luis Conde. Una auténtica ofensiva con objetivos muy precisos.
La presencia política de ETA en las instituciones era y es un auténtico balón de oxígeno para la banda. Gracias a ella su entorno recibe y gestiona abundantes fondos y obtiene una visibilidad que le permite hacer un discurso triunfal frente a las "fuerzas opresoras del Estado". Por eso fue tan negativo que, ante las expectativas del proceso de paz, el Gobierno Zapatero no instara la completa ilegalización de ANV y del PCTV.
Después del golpe judicial de la semana pasada y de las detenciones del pasado mes de julio, la banda necesita mostrarse fuerte. El coche bomba contra la Caja Vital en Vitoria, que está controlada ahora por los socialistas, les manda un mensaje a los hombres de Zapatero en el País Vasco: si no hay negociación, los socialistas y las instituciones que controlen estarán entre sus objetivos. Aviso también al PNV con el atentado contra la Ertzaintza, que es la policía vasca, pero también la policía nacionalista. Si el nacionalismo vasco se modera y se acerca a los socialistas para gobernar con ellos, se convierte en objetivo preferente. Aviso a los presos disidentes que han comenzado a criticar a la dirección: ETA está fuerte y fuera de la organización no hay vida. Y aviso a todos los españoles: podemos seguir matando y convertir la muerte en una rutina, como lo era en el pasado.
El terrorismo siempre expande como una onda el mal y más tarde o más temprano ese mal para la sociedad española se insinuará como la tentación de sucumbir a una paz sin justicia, como la que impulsó Zapatero en la pasada legislatura. En este contexto, lo más razonable es ser fieles al deseo que el dolor de la nueva víctima de ETA ha suscitado. Ese dolor es el que nos hace preguntarnos por el sentido de la vida del que ha muerto, por el nuestro, y el que nos hace desear una convivencia pacífica en el que la dignidad de la persona sea efectivamente tutelada. Si ese deseo no se censura y se convierte en criterio social, cultural y político, permite afrontar el sacrificio de hacer frente a ETA. Un sacrificio que, a pesar de todo, da sus frutos.