Francia, la rebelión de los excluidos
Debido a un cúmulo de tensiones sociales de orígenes diversos, Francia se ha visto sacudida estas semanas por un conjunto de conflictos heterogéneos pero muy vinculados entre sí por lo que parece a primera vista. Las causas inmediatas del fenómeno son por un lado la Eurocopa de fútbol y por otro la reforma laboral.
Más allá de otros detalles, la causa última es sin embargo solo una, la ya evidente consolidación en Europa de un amplio estrato social constituido por los trabajadores actuales o potenciales con una formación similar, orientada a profesiones y formas de trabajar que ya no tienen futuro. El desarrollo de la economía post-industrial les empuja fuera del mercado, o les ofrece relaciones laborales y niveles salariales pésimos en comparación con lo que esperaban. En cierto modo, es algo parecido al proceso de expulsión imparable de masas de campesinos de los campos ingleses en los siglos XVIII-XIX, pero con una diferencia radical a peor. Al emigrar a las ciudades, esas masas de campesinos desocupados encontraron entonces trabajo abundante en las fábricas urbanas, aunque fuera mal pagado e insalubre. Pero hoy, a estos nuevos desempleados no se les ofrece nada en sustancia. Ni siquiera pueden esperar mucho de la emigración, pues no hay países a los que puedan dirigirse con una esperanza razonable.
En este escenario, los que entre ellos tienen un puesto de trabajo fijo a la antigua usanza se movilizan para defenderlo contra todo y contra todos, sabiendo que si lo pierden ya no lo recuperarán. Aquellos –obviamente más jóvenes en general– que ya no pueden esperar se ven devorados por un ansia feroz, que en muchos de ellos tiende a desembocar en vandalismo y desórdenes en cuanto se les presenta la menor oportunidad. Con la aparición en masa de hinchas de un país a otro y de una ciudad a otra, con la coartada fácil de la pasión deportiva, la Eurocopa supone una ocasión ideal al respecto. Si hacemos la “radiografía” socio-económica de las masas de descendientes de inmigrantes musulmanes no integrados de las que procedían los autores de los últimos atentados terroristas en Francia y Bélgica, vemos que en gran medida se trata de personas que se sitúan en la categoría de esos jóvenes sin empleo o sin futuro. Claro está que también intervienen causas culturales específicas y agravantes de las que mucho se ha hablado, pero este detalle también es importante.
Evidentemente sin darse cuenta del riesgo que suponía, el gobierno francés del primer ministro Manuel Valls abrió el melón de su “jobs act” a pocos meses de la Eurocopa de fútbol, provocando así la unión, antes nunca vista, entre los dos principales segmentos más afectados por el gigantesco malestar social. Ahora no puede hacer otra cosa que intentar afrontar el enorme desafío al orden público que se ha derivado. Pero ya llegará el momento de profundizar en la cuestión. Aprovechar los grandes eventos deportivos para las revueltas ya es un problema que hay que afrontar de manera orgánica, también en la sede europea.
Presentada por el ministro de Trabajo del gobierno de Valls, Myrian El Khomri, la reforma francesa amplía las causas de despido sin reintegro. Una caída en las ventas durante varios trimestres consecutivos y la pérdida de productividad durante varios meses, así como las innovaciones tecnológicas o las reestructuraciones empresariales pueden aducirse como causas legítimas para proceder a despidos. Aunque sobre este punto Valls ha prometido que el artículo referido a los despidos se reformulará “con el fin de evitar que los grandes grupos puedan provocar artificialmente dificultades económicas en sus establecimientos franceses para justificar los despidos”, haciendo una distinción entre los resultados del grupo y los de la sociedad.
También hay novedades en el horario de trabajo y en el cálculo de las horas extraordinarias. Hoy un trabajador francés no puede trabajar más de diez horas al día, pero con la reforma laboral podrían ser hasta 12. También cambia el horario semanal, que en Francia es de 35 horas. Hoy, con las extraordinarias, se puede llegar a un máximo de 48 horas; con la reforma se podrá llegar hasta las 60. Obviamente, todas las horas que superen las 35 son extraordinarias. El empleador no puede en ningún caso aumentar el horario de trabajo con una decisión unilateral, hace falta a este respecto un acuerdo a nivel empresarial.
A cuatro meses de su entrada en vigor, el conflicto entre gobierno y sindicatos por la reforma laboral parece no tener salida. Se han anunciado más jornadas de huelga general y movilizaciones. El gobierno ha pedido al sindicato CGT que se abstenga de participar en las manifestaciones de París hasta que termine la Eurocopa, pero su líder, Philippe Martínez, ha replicado que “mientras el gobierno no confirme el texto del proyecto de ley las manifestaciones se mantendrán”. Flota en el aire la pregunta sobre si en este punto el presidente Hollande se atreverá a prohibirlas. El 5 de julio el proyecto de reforma volverá al Senado después de haber sufrido algunas modificaciones que los sindicatos consideran irrelevantes. Por su parte, el gobierno asegura que no aceptará ninguna modificación sustancial al proyecto. Resumiendo, lo que estamos viendo en Francia es un conflicto social de primer nivel que habrá que seguir con la máxima atención.